27 de octubre de 2018
Video reseña de El cuarto deseo
José Capristo leyó El cuarto deseo e hizo esta extensa y muy interesante video-reseña para su página "Lo mejor en libros".
https://www.facebook.com/LoMejorEnLibrosAr/videos/679018352484323/?__xts__[0]=68.ARDeks3bUooScyaPzrqyrMs0hhYHM5q4ty2GJXsPdYcwuoTeN3tqvNXi7tDlPTh0_ts6PZY5q3wzs5qsQPFa3aQuIayPP3rRLudELxsnNZbsrE2Z8Nm7UuGnXq8F38qmpinbXFw1k1EGUsdjWM55PcnGYt4Pz_siIpIHPmYIbryOiQDFO6-AXahlbxcUn200hPpye_7iHqkdOu7vR47DroaRZ6NMEI-t10ErmY4&__tn__=H-R
7 de agosto de 2018
El cuarto deseo (primer capítulo)
La noche en que cumplía cincuenta y dos años,
mientras soplaba una velita clavada en una porción de torta de manzana en una
parrilla de Pinamar, Alberto sintió, de una manera brutal, que ya no quería
seguir compartiendo su vida con Norma. Antes, a ciegas, había pedido los tres
deseos (que Huracán no se vaya a la B, que Ramiro sea feliz, volver a jugar a
la pelota), y cuando abrió los ojos y vio la cara de su esposa volvió a
cerrarlos para agregar un cuarto deseo: que Norma se muera.
Esas cuatro palabras
que atravesaron su cabeza como un rayo impulsado por una fuerza involuntaria y
se clavaron en su pecho con la potencia de una trompada lo dejaron paralizado.
La inercia hizo que apagara el fuego de un soplido, que sonriera ante los cantitos
de las mesas vecinas y que agradeciera los aplausos de su mujer y de Josefina y
Daniel, la pareja amiga que había venido especialmente desde su veraneo en Mar
del Plata a pasar el fin de semana, pero por dentro estaba congelado. ¿Cómo
había llegado a pensar eso? Si él no era un violento ni un asesino ni odiaba a
su esposa, ¿por qué había pedido un deseo tan terrible? Mientras tomaba el café
y forzaba risas ante los chistes de su amigo, trató de convencerse, sin éxito,
de que la muerte de Norma podría ser el mal menor en este caso, de que mucho
peor para ella sería seguir viva y sufrir por el abandono y el hecho de
quedarse sola a su edad.
Al salir de la
parrilla Alberto se alegró de que Daniel y Josefina hubieran aceptado su
invitación de pasar la noche en el departamento en vez de en un hotel. Si bien
hacía más de una semana que estaba a solas con Norma en Pinamar, ahora, después
de la irrupción de ese cuarto deseo en su cabeza, no se imaginaba actuando de
la misma manera. Ya ni siquiera podía mirarla a los ojos.
Cuando llegaron al
auto de su amigo, Alberto se apuró a ubicarse junto a la ventanilla del
acompañante y les abrió la puerta a las mujeres para que subieran atrás. En el
corto viaje hasta el edificio, un poco mareado por el vino de la cena y el
champagne del brindis, y haciendo esfuerzos para respirar por la nariz el aire
de la noche, abrió la boca sólo para indicarle a Daniel qué calles tomar. Las
mujeres hablaban sobre el perfume que tenía puesto una de ellas pero él casi no
escuchaba el contenido de las palabras; sólo llegaban a su oído las texturas de
sus voces que delataban los dieciocho años de diferencia que había entre las
dos.
Ya en el
departamento, Norma abrió el sofá cama del living y con la ayuda de Josefina
pusieron las sábanas. Alberto fue al baño y se metió en la habitación, se quedó
en calzoncillos, se tiró en la cama y escuchó cómo su esposa les pedía a los
huéspedes que se sintieran cómodos y les deseaba las buenas noches. Buenas
noches, buenas noches de mierda, pensó él, con la mirada apuntando hacia la
ventana abierta de par en par, mientras imaginaba la inmensidad del mar que
empezaba a doscientos metros de ahí y sentía cómo la puerta se cerraba para
dejarlo solo con Norma, como cada noche desde hacía un cuarto de siglo, y ella
se ponía el camisón y se acostaba a su lado para sacarse los restos de maquillaje
con un algodón humedecido.
20 de octubre de 2016
Taller literario
La dinámica:
-Escritura y lectura de textos propios; corrección, comentarios y debate grupal
-Recomendaciones y análisis de cuentos y relatos de otros autores
-Dos horas semanales (o hasta dos horas y media, de ser necesario)
Los objetivos:
-Experimentar el placer que genera la escritura; intercambiar textos, ideas, conceptos y sensaciones acerca de la literatura propia y ajena; leer y escribir en busca de motivaciones para seguir leyendo y escribiendo
Dos grupos. Los horarios:
-Martes de 19:30 a 21:30 hs.
-Jueves de 19:30 a 21:30 hs.
-Sábados de 11 a 13 hs.
La zona:
-Palermo Viejo-Colegiales
La tarifa:
-$600 por mes
El contacto:
ignaciomolina22@gmail.com
El coordinador:
Ignacio Molina nació en Bahía Blanca en 1976. Publicó el libro de cuentos Los estantes vacíos (Entropía, 2006), los libros de poemas Viajemos en subte a China (Pánico el Pánico, 2009) y El idioma que usan todos (Pánico el Pánico, 2012), las novela Los modos de ganarse la vida (Entropía, 2010) y Los puentes magnéticos (Entropía, 2013), y el libro En los márgenes (2011), basado en textos de su blog Unidad Funcional. Como periodista ha colaborado en diferentes medios gráficos y publicado el libro Tribus Urbanas (Kier, 2009). Trabaja como corrector de estilo y dicta talleres de escritura grupales e individuales.
-Escritura y lectura de textos propios; corrección, comentarios y debate grupal
-Recomendaciones y análisis de cuentos y relatos de otros autores
-Dos horas semanales (o hasta dos horas y media, de ser necesario)
Los objetivos:
-Experimentar el placer que genera la escritura; intercambiar textos, ideas, conceptos y sensaciones acerca de la literatura propia y ajena; leer y escribir en busca de motivaciones para seguir leyendo y escribiendo
Dos grupos. Los horarios:
-Martes de 19:30 a 21:30 hs.
-Jueves de 19:30 a 21:30 hs.
-Sábados de 11 a 13 hs.
La zona:
-Palermo Viejo-Colegiales
La tarifa:
-$600 por mes
El contacto:
ignaciomolina22@gmail.com
El coordinador:
Ignacio Molina nació en Bahía Blanca en 1976. Publicó el libro de cuentos Los estantes vacíos (Entropía, 2006), los libros de poemas Viajemos en subte a China (Pánico el Pánico, 2009) y El idioma que usan todos (Pánico el Pánico, 2012), las novela Los modos de ganarse la vida (Entropía, 2010) y Los puentes magnéticos (Entropía, 2013), y el libro En los márgenes (2011), basado en textos de su blog Unidad Funcional. Como periodista ha colaborado en diferentes medios gráficos y publicado el libro Tribus Urbanas (Kier, 2009). Trabaja como corrector de estilo y dicta talleres de escritura grupales e individuales.
20 de enero de 2016
Clínica intensiva de Novela (febrero de 2016)
A partir del jueves 18 de febrero y durante los cuatro jueves siguientes voy a coordinar una clínica intensiva de novela en Colegiales. Está dirigida a quienes tengan una novela inédita terminada o en desarrollo y quieran hacerla circular y someterla (completa o hasta donde den los tiempos) a la lectura, la crítica, las correcciones, el goce, las miradas y las sugerencias mías y del resto del grupo. Para que cada texto pueda ser leído lo más extensamente posible por todos los talleristas el cupo de participantes es limitadísimo (cuatro personas –cuando se supere ese número de inscriptos puedo armar otro grupo).
La tarifa por los cuatro encuentros es una ganga: un yaguareté, una taruca y un cóndor (es decir, $650).
Inscripción y consultas por inbox o a ignaciomolina22@gmail.com
13 de septiembre de 2014
Anoche, en un homenaje a los poetas desaparecidos que se hizo en una Unidad Básica de La Cámpora en La Paternal, hablé un poco sobre Tilo Wenner (un tipógrafo y poeta entrerriano que fue secuestrado en Escobar dos días después del golpe de Estado y cuyos restos fueron rescatados de una fosa común e identificados en el 2009) y leí un hermoso poema de su autoría. Lo más lindo fue el beso y el “gracias” que me dio Taty Almeyda, Madre de Plaza de Mayo, cuando se iba del lugar.
3 de septiembre de 2014
Los relatos de la vida real cuentan con una gran ventaja con respecto a los relatos de ficción: en la vida real, la narración de los hechos no precisa estar acompañada por una sensación de verosimilitud para que sea creíble. Es decir: un suceso es creíble por el solo hecho de haber sucedido, por más extraño que parezca. En la ficción, en cambio, para que algo suene creíble y natural debe ser verosímil. Por ejemplo: si yo escribo una novela protagonizada por un flaco que es músico y que compone canciones sobre la memoria y los desaparecidos y colabora en eventos de las Abuelas de Plaza de Mayo y milita por la búsqueda de la identidad de los nietos apropiados y a veces se pregunta dónde estará Guido, el nieto de la Abuela más emblemática, y que un día decide hacerse un análisis y termina descubriendo que él mismo es Guido, nadie la va “a creer” y nadie se va a emocionar. Sería una novela forzada, inverosímil, malísima… Por eso es un desafío tan complejo el de escribir ficción. Y por suerte, al revés de lo que pasa en las novelas, a veces en la vida real se dan cosas tan increíbles que no necesitan ser verosímiles para resultar emocionantes.
20 de agosto de 2014
Tips para trabajadores freelance (I)
Salí a caminar.
Tu cerebro siempre es el mismo pero funciona de maneras diferentes de acuerdo a lo que estés haciendo: cuando caminás por la calle pensás de un modo muy distinto a cuando estás mirando televisión o a cuando estás escribiendo o a cuando estás tirado en la cama o a cuando te duchás. En cada una de esas ocasiones tu mente se maneja con un particular grado de perspectiva y proyección sobre los objetos de pensamiento.
Cuando caminás por la calle, por ejemplo, pensás en tus asuntos, proyectos y problemas desde una visión más a largo plazo y desde una perspectiva más amplia (como si los estuvieras viendo desde la terraza de un edificio) que en otros momentos del día. (Esto es fácilmente comprobable en la interacción entre dos cerebros: una pareja no conversa de la misma manera cuando está en la cama que cuando está comiendo en su casa que cuando está comiendo en un restaurante que cuando está paseando por la calle, etc. En cada uno de esos momentos cambia la temática de las conversaciones y el tono y el registro de las voces.)
Por todo esto, es fundamental que, aunque no tengas necesidad práctica de hacerlo, al menos un par de veces por día salgas a la calle a dar una vuelta de diez o quince minutos para charlar con vos mismo, organizar las ideas y los planes y ampliar la perspectiva de tus pensamientos.
Tu cerebro siempre es el mismo pero funciona de maneras diferentes de acuerdo a lo que estés haciendo: cuando caminás por la calle pensás de un modo muy distinto a cuando estás mirando televisión o a cuando estás escribiendo o a cuando estás tirado en la cama o a cuando te duchás. En cada una de esas ocasiones tu mente se maneja con un particular grado de perspectiva y proyección sobre los objetos de pensamiento.
Cuando caminás por la calle, por ejemplo, pensás en tus asuntos, proyectos y problemas desde una visión más a largo plazo y desde una perspectiva más amplia (como si los estuvieras viendo desde la terraza de un edificio) que en otros momentos del día. (Esto es fácilmente comprobable en la interacción entre dos cerebros: una pareja no conversa de la misma manera cuando está en la cama que cuando está comiendo en su casa que cuando está comiendo en un restaurante que cuando está paseando por la calle, etc. En cada uno de esos momentos cambia la temática de las conversaciones y el tono y el registro de las voces.)
Por todo esto, es fundamental que, aunque no tengas necesidad práctica de hacerlo, al menos un par de veces por día salgas a la calle a dar una vuelta de diez o quince minutos para charlar con vos mismo, organizar las ideas y los planes y ampliar la perspectiva de tus pensamientos.
19 de agosto de 2014
en las telenovelas de la tarde y la tardecita nadie se sienta a charlar de boludeces ni a mirar la tele un rato: todos se encuentran como de casualidad en la cocina o en el living siempre limpio y ordenado y conversan de pie sobre temas fundamentales para sus vidas. y cuando atienden el teléfono siempre es para recibir noticias inesperadas e impactantes; nunca es alguien del call center del banco para ofrecer un seguro contra incendios ni un amigo o familiar para preguntar cómo va todo, y menos que menos alguien que marcó equivocado.
17 de agosto de 2014
"(..) Y luego de un sueño cortito, todavía sin poder bajar de la alegría, arribamos, el sábado a la mañana, al Taller de escritura de Ignacio Molina. Está genial. Lo coordina el Ethan Hawke argentino, el más grosso, el de Los modos de ganarse la vida, Los estantes vacíos y Los puentes magnéticos, don Molina, que sabe mucho y enseña muy bien...
Voy al taller desde hace ya varios meses y cada día me gusta más. Se armó un grupo muy lindo en el que cada uno sigue el proyecto literario del otro y se ha convertido en uno de mis lugares en el mundo porque es donde se cocina mi novela ¡por fin! luego de muchos años de bloqueo escrituril. Al muñeco Eugene le encantó estar ahí. Lo alentaron para que él escribiera este post, pero en este momento está meta tocar la guitarra, así que quizás será la próxima (...)"
Corita King y las andanzas de su amigo Eugene, en:
20 de junio de 2014
"Yo jugué contra Ginóbili", de mi autoría, y textos de otros cinco bahienses y/o basquetboleros en Revista Anfibia, clickeando acá.
16 de mayo de 2014
1 de mayo de 2014
"El nombre del padre"
La semana pasada leí La doble ausencia, la primera novela del rosarino Javier Núñez, y después lo entrevisté para el blog de Eterna Cadencia.
Para leer la nota, clickear acá: http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2014/35087
Para leer la nota, clickear acá: http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2014/35087
11 de abril de 2014
Taller en la Feria del Libro
Voy a coordinar un taller / clínica de novelas en progreso en la Feria del Libro, durante tres lunes de fines de abril y principios de mayo. Es gratuito y con cupo limitado. Hay tiempo para postularse hasta el próximo jueves 17. En este link está toda la información.
15 de marzo de 2014
Matar a un nene
(Mi traducción del inglés de “Att döda ett barn”, gran cuento del sueco Stig Dagerman)
Es un domingo soleado; pronto sonarán las campanas de la iglesia. Los campos de girasoles brillan y en los tres pueblos de la zona resplandecen los vidrios de las casas. Los hombres se afeitan frente al espejo, las mujeres cortan pan para el desayuno y los nenes se visten. Es la mañana agradable de un domingo fatal: hoy un nene será muerto, en el tercer pueblo, por un hombre feliz. Pero el nene todavía se está vistiendo, su papá se afeita y su mamá, cantando, acomoda el pan recién cortado sobre un plato azul. Ninguna sombra atraviesa la cocina.
El hombre que va a matar a un nene está parado al lado de un tanque de nafta, en el primer pueblo. Es un hombre feliz que, a través de su cámara, mira a una mujer que se ríe apoyada en un auto azul. Mientras el hombre le saca una foto, el empleado de la estación de servicio ajusta la tapa del tanque y, mirando el cielo, dice que les tocó un buen día. La mujer entra al auto y el hombre que va a matar a un nene saca su billetera y comenta que están yendo al mar, que van a alquilar un bote y van a navegar lejos, muy lejos. La mujer escucha esas palabras, cierra los ojos y se imagina en el mar. El hombre está feliz, y durante un segundo, antes de subir al auto, disfruta del olor de la nafta. Ninguna sombra cae sobre el auto y el paragolpes, brillante por el sol, no tiene ninguna abolladura ni está enrojecido de sangre.
Al mismo tiempo que, en el primer pueblo, el hombre cierra la puerta del auto y prende el motor, en el tercer pueblo la mujer descubre que no tiene más azúcar. El nene, que ya terminó de vestirse, mira por la ventana hacia el arroyo y ve el bote negro en la orilla. El hombre que perderá a su hijo está recién afeitado. En la mesa de la cocina hay tazas de café, pan, manteca y moscas. Sólo falta el azúcar; la madre le pide a su hijo que vaya corriendo a lo de los Larson a pedir prestada. Y mientras el nene abre la puerta, su papá le dice que se apure, que el bote los está esperando. Dale, que vamos a remar más lejos que nunca, alcanza a gritarle. Mientras corre a través del jardín, el nene sólo piensa en el bote y en la corriente del arroyo y en los peces saltando sobre el agua, y nadie le cuenta al oído que sólo le quedan ocho minutos de vida y que el bote permanecerá en la orilla ese día y muchos días más.
No es lejos lo de los Larson: hay que hacer unos cuantos metros y cruzar la calle principal. Mientras el nene corre, el auto azul entra al segundo pueblo. Es un pueblo pequeño con gente que se acaba de levantar, y por la ventana de una casa, mientras toma su café, una mujer mira al auto que atraviesa la avenida levantando nubes de polvo. El hombre del auto ve cómo los árboles y los postes de luz, recién alquitranados, pasan como sombras grises a sus costados. El verano entra por la ventanilla. El auto sale del pueblo y acelera en la ruta desierta. Es placentero viajar así. El hombre se siente feliz y con el codo derecho roza el cuerpo de su mujer. No es un hombre malo, sólo está apurado por llegar al mar. Aunque no sería capaz de matar a una mosca, pronto matará a un nene. Mientras avanzan hacia el tercer pueblo, la mujer cierra los ojos, dice que no va abrirlos hasta que lleguen e imagina lo calmo y azul que estará el mar.
¿Por qué la trama de la vida se construye de un modo tan despiadado, por qué un minuto antes de matar a un nene un hombre es feliz y un minuto antes de gritar horrorizada una mujer puede cerrar los ojos y soñar con el mar, y por qué durante el último minuto de la vida de un nene sus padres pueden estar sentados en la cocina esperando el azúcar que le pidieron que fuera a buscar y hablando sobre sus dientes blancos y el paseo en bote, y por qué el mismo nene puede agradecerle a una vecina y empezar a correr con terrones de azúcar envueltos en una servilleta blanca y durante ese último minuto no ver otra cosa que un largo y brillante arroyo con peces saltando sobre la superficie del agua?
Enseguida, ya es demasiado tarde. Enseguida, hay un auto azul al costado de una calle y una mujer que se lleva una mano ensangrentada a la boca. Enseguida, hay un hombre que sale del auto y trata de mantenerse en pie, aunque por dentro se esté cayendo por un abismo de terror. Enseguida, hay terrones de azúcar blanca desparramados entre el asfalto y la sangre y un nene que yace inmóvil boca abajo, la cara aplastada contra el suelo. Enseguida, hay dos personas que, empalidecidas, tuvieron que dejar de tomar su café, salen corriendo de su casa y ven un espectáculo que jamás olvidarán. Porque no es verdad que el tiempo cure todas las heridas. El tiempo no cura las heridas de un nene muerto y no llega a curar el dolor de una mamá que se olvidó de comprar azúcar y mandó a su hijo a correr por el pueblo. Y tampoco puede curar la angustia de un hombre que mató a un nene.
El hombre que mató a un nene no va al mar. El hombre que mató a un nene vuelve lentamente a su casa, en silencio, junto a una mujer con una mano vendada. En los pueblos por los que pasan todo está cubierto por sombras oscuras, no ven ni una sola persona alegre. Cuando se despiden, también lo hacen en silencio; el hombre que mató a un nene sabe que ese silencio va a ser su enemigo, y que va a necesitar años para vencerlo, para poder gritar que no fue su culpa. Pero sabe que eso no es verdad, y por las noches soñará que puede cambiar aquel minuto de su vida.
Para el hombre que mató a un nene, siempre va a ser demasiado tarde.
Es un domingo soleado; pronto sonarán las campanas de la iglesia. Los campos de girasoles brillan y en los tres pueblos de la zona resplandecen los vidrios de las casas. Los hombres se afeitan frente al espejo, las mujeres cortan pan para el desayuno y los nenes se visten. Es la mañana agradable de un domingo fatal: hoy un nene será muerto, en el tercer pueblo, por un hombre feliz. Pero el nene todavía se está vistiendo, su papá se afeita y su mamá, cantando, acomoda el pan recién cortado sobre un plato azul. Ninguna sombra atraviesa la cocina.
El hombre que va a matar a un nene está parado al lado de un tanque de nafta, en el primer pueblo. Es un hombre feliz que, a través de su cámara, mira a una mujer que se ríe apoyada en un auto azul. Mientras el hombre le saca una foto, el empleado de la estación de servicio ajusta la tapa del tanque y, mirando el cielo, dice que les tocó un buen día. La mujer entra al auto y el hombre que va a matar a un nene saca su billetera y comenta que están yendo al mar, que van a alquilar un bote y van a navegar lejos, muy lejos. La mujer escucha esas palabras, cierra los ojos y se imagina en el mar. El hombre está feliz, y durante un segundo, antes de subir al auto, disfruta del olor de la nafta. Ninguna sombra cae sobre el auto y el paragolpes, brillante por el sol, no tiene ninguna abolladura ni está enrojecido de sangre.
Al mismo tiempo que, en el primer pueblo, el hombre cierra la puerta del auto y prende el motor, en el tercer pueblo la mujer descubre que no tiene más azúcar. El nene, que ya terminó de vestirse, mira por la ventana hacia el arroyo y ve el bote negro en la orilla. El hombre que perderá a su hijo está recién afeitado. En la mesa de la cocina hay tazas de café, pan, manteca y moscas. Sólo falta el azúcar; la madre le pide a su hijo que vaya corriendo a lo de los Larson a pedir prestada. Y mientras el nene abre la puerta, su papá le dice que se apure, que el bote los está esperando. Dale, que vamos a remar más lejos que nunca, alcanza a gritarle. Mientras corre a través del jardín, el nene sólo piensa en el bote y en la corriente del arroyo y en los peces saltando sobre el agua, y nadie le cuenta al oído que sólo le quedan ocho minutos de vida y que el bote permanecerá en la orilla ese día y muchos días más.
No es lejos lo de los Larson: hay que hacer unos cuantos metros y cruzar la calle principal. Mientras el nene corre, el auto azul entra al segundo pueblo. Es un pueblo pequeño con gente que se acaba de levantar, y por la ventana de una casa, mientras toma su café, una mujer mira al auto que atraviesa la avenida levantando nubes de polvo. El hombre del auto ve cómo los árboles y los postes de luz, recién alquitranados, pasan como sombras grises a sus costados. El verano entra por la ventanilla. El auto sale del pueblo y acelera en la ruta desierta. Es placentero viajar así. El hombre se siente feliz y con el codo derecho roza el cuerpo de su mujer. No es un hombre malo, sólo está apurado por llegar al mar. Aunque no sería capaz de matar a una mosca, pronto matará a un nene. Mientras avanzan hacia el tercer pueblo, la mujer cierra los ojos, dice que no va abrirlos hasta que lleguen e imagina lo calmo y azul que estará el mar.
¿Por qué la trama de la vida se construye de un modo tan despiadado, por qué un minuto antes de matar a un nene un hombre es feliz y un minuto antes de gritar horrorizada una mujer puede cerrar los ojos y soñar con el mar, y por qué durante el último minuto de la vida de un nene sus padres pueden estar sentados en la cocina esperando el azúcar que le pidieron que fuera a buscar y hablando sobre sus dientes blancos y el paseo en bote, y por qué el mismo nene puede agradecerle a una vecina y empezar a correr con terrones de azúcar envueltos en una servilleta blanca y durante ese último minuto no ver otra cosa que un largo y brillante arroyo con peces saltando sobre la superficie del agua?
Enseguida, ya es demasiado tarde. Enseguida, hay un auto azul al costado de una calle y una mujer que se lleva una mano ensangrentada a la boca. Enseguida, hay un hombre que sale del auto y trata de mantenerse en pie, aunque por dentro se esté cayendo por un abismo de terror. Enseguida, hay terrones de azúcar blanca desparramados entre el asfalto y la sangre y un nene que yace inmóvil boca abajo, la cara aplastada contra el suelo. Enseguida, hay dos personas que, empalidecidas, tuvieron que dejar de tomar su café, salen corriendo de su casa y ven un espectáculo que jamás olvidarán. Porque no es verdad que el tiempo cure todas las heridas. El tiempo no cura las heridas de un nene muerto y no llega a curar el dolor de una mamá que se olvidó de comprar azúcar y mandó a su hijo a correr por el pueblo. Y tampoco puede curar la angustia de un hombre que mató a un nene.
El hombre que mató a un nene no va al mar. El hombre que mató a un nene vuelve lentamente a su casa, en silencio, junto a una mujer con una mano vendada. En los pueblos por los que pasan todo está cubierto por sombras oscuras, no ven ni una sola persona alegre. Cuando se despiden, también lo hacen en silencio; el hombre que mató a un nene sabe que ese silencio va a ser su enemigo, y que va a necesitar años para vencerlo, para poder gritar que no fue su culpa. Pero sabe que eso no es verdad, y por las noches soñará que puede cambiar aquel minuto de su vida.
Para el hombre que mató a un nene, siempre va a ser demasiado tarde.
11 de marzo de 2014
Taller de escritura 2014
(Tres grupos, que empiezan o se relanzan en abril)
La dinámica:
-Escritura y lectura de textos propios; corrección, comentarios y debate grupal
-Recomendaciones y análisis de cuentos y relatos de otros autores
-Dos horas semanales (o hasta dos horas y media, de ser necesario)
Los objetivos:
-Experimentar el placer que genera la escritura; intercambiar textos, ideas, conceptos y sensaciones acerca de la literatura propia y ajena; leer y escribir en busca de motivaciones para seguir leyendo y escribiendo
Tres grupos. Los horarios:
-Martes de 19:30 a 21:30 hs.
-Jueves de 19:30 a 21:30 hs.
-Sábados de 11 a 13 hs.
La zona:
-Palermo Viejo-Colegiales
La tarifa:
-$350 por mes
El contacto:
ignaciomolina22@gmail.com
El coordinador:
Ignacio Molina nació en Bahía Blanca en 1976. Publicó el libro de cuentos Los estantes vacíos (Entropía, 2006), los libros de poemas Viajemos en subte a China (Pánico el Pánico, 2009) y El idioma que usan todos (Pánico el Pánico, 2012), las novela Los modos de ganarse la vida (Entropía, 2010) y Los puentes magnéticos (Entropía, 2013), y el libro En los márgenes (2011), basado en textos de su blog Unidad Funcional. Como periodista ha colaborado en diferentes medios gráficos y publicado el libro Tribus Urbanas (Kier, 2009). Trabaja como corrector de estilo y dicta talleres de escritura grupales e individuales.
La dinámica:
-Escritura y lectura de textos propios; corrección, comentarios y debate grupal
-Recomendaciones y análisis de cuentos y relatos de otros autores
-Dos horas semanales (o hasta dos horas y media, de ser necesario)
Los objetivos:
-Experimentar el placer que genera la escritura; intercambiar textos, ideas, conceptos y sensaciones acerca de la literatura propia y ajena; leer y escribir en busca de motivaciones para seguir leyendo y escribiendo
Tres grupos. Los horarios:
-Martes de 19:30 a 21:30 hs.
-Jueves de 19:30 a 21:30 hs.
-Sábados de 11 a 13 hs.
La zona:
-Palermo Viejo-Colegiales
La tarifa:
-$350 por mes
El contacto:
ignaciomolina22@gmail.com
El coordinador:
Ignacio Molina nació en Bahía Blanca en 1976. Publicó el libro de cuentos Los estantes vacíos (Entropía, 2006), los libros de poemas Viajemos en subte a China (Pánico el Pánico, 2009) y El idioma que usan todos (Pánico el Pánico, 2012), las novela Los modos de ganarse la vida (Entropía, 2010) y Los puentes magnéticos (Entropía, 2013), y el libro En los márgenes (2011), basado en textos de su blog Unidad Funcional. Como periodista ha colaborado en diferentes medios gráficos y publicado el libro Tribus Urbanas (Kier, 2009). Trabaja como corrector de estilo y dicta talleres de escritura grupales e individuales.
6 de marzo de 2014
Taller literario
En mis talleres literarios
hubo quienes:
-se dieron cuenta de que les encantaba escribir
-se dieron cuenta de que les encantaba escribir
-aprendieron algo
-empezaron a escribir sus
libros de cuentos o novelas
-comprendieron que escribir
era muy difícil
-no se engancharon y abandonaron
-pegaron buena onda
-se rieron bastante
-experimentaron el placer
que genera la escritura
-se disciplinaron
-descubrieron nuevos autores
-se hicieron amig@s
-encontraron en la
escritura una suerte de terapia
-generaron proyectos
-descubrieron que ya sabían
escribir
-se pusieron de novios
-se conocieron más a sí
mismos
-lloraron un poco
-me enseñaron cosas
-no escribieron demasiado
pero disfrutaron de leer
-comprendieron que escribir
era bastante fácil
-aprendieron a leer de una
manera diferente
-descubrieron la magia y el
poder de la ficción
-se sorprendieron al ser
leídos e interpretados por otros
-trajeron cosas ricas hechas
por ell@s
-se dieron cuenta de que no
les gustaba escribir
-me invitaron a asados
-no duraron más de dos
encuentros
-tomaron cerveza, mate y
gaseosa
-se hicieron amantes
-fantasearon con grandes
proyectos
-se pusieron a trabajar
juntos
-terminaron de escribir sus
libros de cuentos y sus novelas
-nos hicimos amigos
-leyeron y escribieron en
busca de motivaciones para seguir leyendo y escribiendo
-etc. etc. etc.
Si querés experimentar
alguna o algunas de esas cosas o sumar ítems a la lista, anotate en cualquiera
de los tres grupos que empiezan en abril:
Martes a las 19:30 hs.
Jueves a las 19:30 hs.
Sábados a las 11 hs.
Zona Palermo Viejo.
Informes e inscripción por inbox o a ignaciomolina22@gmail.com
25 de febrero de 2014
18 de enero de 2014
"Trilogía"
Hay quienes pueden leer Los puentes magnéticos como, de alguna manera, parte de una trilogía no programática conformada también por Los estantes vacíos y Los modos de ganarse la vida, dos de mis libros anteriores. Patricio Zunini lo hizo así, y después me entrevistó para el blog de Eterna Cadencia.
Para leer la entrevista, clickear acá.
Para leer la entrevista, clickear acá.
13 de diciembre de 2013
12 de diciembre de 2013
Taller literario de verano, 2014
Serán ocho encuentros,
durante los meses de febrero y marzo.
Concluidos esos dos meses,
tendrás la opción de seguir en el taller anual, que va a empezar en abril, o de
terminar ahí la experiencia.
La
dinámica:
-Escritura y lectura de
textos propios; corrección, comentarios y debate grupal
-Recomendaciones y análisis
de cuentos y relatos de otros autores
-Dos horas semanales (o
hasta dos horas y media, de ser necesario)
Los
objetivos:
-Experimentar el placer que
genera la escritura; intercambiar textos, ideas, conceptos y sensaciones acerca
de la literatura propia y ajena; leer y escribir en busca de motivaciones para
seguir leyendo y escribiendo
Los
horarios de los grupos:
-Sábados de 11 a 13 hs.
-Jueves de 19:30 a 21:30 hs.
La
zona:
-Palermo Viejo-Colegiales
La
tarifa:
-$350 por mes
El
contacto:
ignaciomolina22@gmail.com
(o mensaje privado de FB)
El
coordinador:
Ignacio Molina nació en
Bahía Blanca en 1976. Publicó los libros de relatos Los estantes vacíos
(Entropía, 2006) y En los márgenes (17Grises, 2011), los libros de poemas
Viajemos en subte a China (Pánico el Pánico, 2009) y El idioma que usan todos
(PeP, 2012) y las novela Los modos de ganarse la vida (Entropía, 2010) y Los
puentes magnéticos (Entropía, 2013), además de cuentos en diversas revistas y
antologías. Como periodista ha colaborado en diferentes medios gráficos y publicado el libro Tribus Urbanas (Kier,
2009).
26 de noviembre de 2013
Mi decálogo
1- Cuando
te pongas a escribir, nunca pienses "me estoy poniendo a escribir";
hacelo como al pasar, como si le estuvieras escribiendo un mail a un amigo, sin
presionarte ni obligarte a nada.
2- Si
tenés muchas ganas de escribir pero no sabés qué ni cómo, hacé lo siguiente:
preguntate qué cuento o relato que todavía no está compuesto te gustaría leer,
pensá en qué situaciones y personajes debería tener ese texto, imaginalo
durante un rato, y ponete a escribirlo.
3- Aunque
escribas en computadora y no a mano, intentá sentir en la yema de tus dedos la
plasticidad de los grafemas y los signos: cada letra, cada coma, cada palabra,
cada tilde, cada punto y coma, cada
espacio en blanco, no es sólo una herramienta con la que estás “diciendo” algo
o transmitiendo significados; también es un trazo con el que estás pintando o
dibujando sobre el papel o la pantalla.
4- Cuando
estés escribiendo, no te detengas a pensar en tu “estilo” ni en nada parecido.
El estilo no es algo que se pueda premeditar; es, más bien, una derivación del
fluir de tu escritura. Y si reflexionás demasiado sobre ella mientras la
ejercés, la escritura no fluye.
5- Partí
de lo autobiográfico y lo autorreferencial pero no abuses de eso. No todo lo
que te pasa a vos es, por el solo hecho de que te pase a vos, interesante o
digno de contar. Una de las virtudes de la literatura es que te permite ampliar
y expandir los márgenes de la mirada sin otros recursos que el pensamiento y la
imaginación.
6- Más
interesante que describir “cómo” son las cosas, es contar “qué pasa” con esas
cosas o darlas a entender, sin explicitarlas, describiendo cómo impactan en los
personajes o en las situaciones. Por ejemplo: si querés dejar constancia de que
una puerta es muy pesada no digas “la puerta es muy pesada”, contá que alguien
la abrió con mucho esfuerzo; y si querés decir que un personaje está muy triste
no escribas “está muy triste”, describí algún gesto o actitud que dé a entender
esa tristeza.
7-
Olvidate de que estás “haciendo” literatura. Sacale artificialidad a la prosa.
Evitá palabras que suenen demasiado solemnes o ampulosas innecesariamente. Por
más fantástico o inverosímil sea lo que se está contando, tratá de que suene
como si realmente hubiera pasado.
8- Planteate
no sólo quién es o qué tipo de narrador es el de tu relato, sino también a
quién se está dirigiendo ese narrador (puede ser a sí mismo, a un amigo, a un
diario personal, a una persona con la que no tiene confianza, a los potenciales
lectores, a un grupo determinado o indeterminado, a nadie en particular, etc.).
Eso no tiene por qué quedar claro en el texto, pero sí es interesante que lo
tengas claro vos.
9- Nunca
condiciones tu escritura de acuerdo a lo que imaginás que podría llegar a decir
la crítica sobre tu obra. Eso sería como intentar auto-obligarte a soñar
determinadas cosas de acuerdo a las interpretaciones posteriores que imaginás
que podría llegar a hacer tu psicoanalista al respecto.
10- Nunca
narres absolutamente todo lo que sabés que pasa en la historia. No sólo porque
es más interesante sugerir y dejarle espacios vacíos al lector para que él se
involucre y los complete con su propia imaginación; también porque hay que
tener en cuenta que la mayoría de las sensaciones o emociones no pueden ser
representadas fielmente sólo con palabras. El secreto de la literatura es el de
encontrar los intersticios dentro del lenguaje que permitan expresar cosas a
pesar de esas limitaciones. Tu desafío es hacerle frente a ese límite e
intentar transmitir sensaciones que las palabras por sí mismas no pueden
expresar.
7 de noviembre de 2013
"Hacia un enrarecimiento levreriano"
(Palabras de Ricardo Romero sobre Los puentes magnéticos –fragmentos de la presentación en el CC Matienzo)
Cuando salió el libro, Molina me dijo algo así como que “ya sé que Romero no se va a fanatizar con la novela”. Y yo me pregunté por qué habría hecho esa suposición, ya que sus libros anteriores me habían gustado mucho y se lo había dicho. No podía darme cuenta de dónde venía ese malentendido. Y entonces pensé que alguna vez me habría escuchado decir algo en contra del realismo. Pero yo hablaba del realismo mal entendido. Y esto me da pie para poder hablar de lo que considero que Molina hace mucho mejor que la mayoría de nuestros contemporáneos que se acercan a ese tipo de literatura.
Los puentes magnéticos me gustó y me entusiasmó mucho. Y me gustó por diferentes razones. El que no me gusta a mí es cierto realismo que se apoya en el costumbrismo, en una sociología de lo barrial. Y creo que se basa en el error de creer que cuando se escribe literatura hay que ir a buscar la voz de la realidad. Y me parece que el hallazgo esencial en los textos de Molina es que no se trabaja a partir de una supuesta música que ya está en la realidad, sino que la música es de Molina: el fraseo, la construcción, la forma, todo le pertenece al autor y es inconfundible.
Si vamos al caso, la realidad es silencio, los que hacemos ruido somos nosotros. En ese sentido la música de Molina no busca emular algún ruido superficial de lo contemporáneo o de real, sino que busca poner en evidencia ese silencio, y lo logra, sobre todo en esta novela. Creo que ha ido profundizando en esa búsqueda, que no sé si será consciente o no.
Molina hace un uso muy particular de la puntuación, de la manera de adjetivar, y sobre todo de las comas: las comas siempre están en el lugar en que uno, ya metido en el ritmo del texto, espera que estén. Molina no se tropieza nunca en su forma de escribir. Todo está pensado, la memoria es fundamental, es como la memoria de los juglares que repetían, tanto por el significado de las palabras como por su musicalidad. Es, entonces, un trabajo musical ligado a la relectura de sus propios textos, una lectura un poco obsesiva que tiene que ver con la ejecución, y eso se termina notando en la escritura, ya que es un proceso circular.
A mí me hace bien leer los textos de Molina, es algo que se hace sin dificultad y disfrutándolo. Su prosa tiene algo de hipnótica. Cuando quise asociar a algo el estilo de esta novela, no me salieron las relaciones directas y más prejuiciosas con cierto tipo de realismo como el de Carver o Martín Rejtman, sino que me trasladó a una sensibilidad sonámbula que es a la de Mario Levrero, no por el contenido, sino por ese efecto hipnótico, casi sobrenatural.
Y pienso esa relación desde la sensibilidad. Si uno lee La novela luminosa, de Levrero, encuentra ahí una prosa hipnótica que no puede dejar de leer. En Los puentes magnéticos hay una cadencia especial, un sonambulismo, una forma de estar atento a ese silencio que es el silencio de lo real, que a mí me resulta de alguna manera clarividente o hasta sobrenatural. Porque, ¿a qué llamamos habitualmente sobrenatural, además de a las brujas y a los vampiros? En realidad lo sobrenatural es lo que surge de la mirada del hombre sobre lo natural, cuando esa mirada está realmente atenta. Me parece que es ahí donde se produce lo sobrenatural.
Y en los textos de Molina, y en esta novela en particular, eso se ve en el sentido de los detalles a los que les presta atención, al tipo de conversaciones que tienen sus personajes, sobre todo cuando se los ve en el contexto en el que actúan. Y todo eso me pareció muy lúcido y no podía dejar de pensar en Levrero cuando leía algo así. La prosa de Molina tiene un potencial que me parece muy extraño, que me transporta hacia el silencio, al igual que la experiencia de leer a Levrero. Y me pone muy contento que la obra de Molina se esté dirigiendo hacia ese lado, hacia ese enrarecimiento levreriano.
Cuando salió el libro, Molina me dijo algo así como que “ya sé que Romero no se va a fanatizar con la novela”. Y yo me pregunté por qué habría hecho esa suposición, ya que sus libros anteriores me habían gustado mucho y se lo había dicho. No podía darme cuenta de dónde venía ese malentendido. Y entonces pensé que alguna vez me habría escuchado decir algo en contra del realismo. Pero yo hablaba del realismo mal entendido. Y esto me da pie para poder hablar de lo que considero que Molina hace mucho mejor que la mayoría de nuestros contemporáneos que se acercan a ese tipo de literatura.
Los puentes magnéticos me gustó y me entusiasmó mucho. Y me gustó por diferentes razones. El que no me gusta a mí es cierto realismo que se apoya en el costumbrismo, en una sociología de lo barrial. Y creo que se basa en el error de creer que cuando se escribe literatura hay que ir a buscar la voz de la realidad. Y me parece que el hallazgo esencial en los textos de Molina es que no se trabaja a partir de una supuesta música que ya está en la realidad, sino que la música es de Molina: el fraseo, la construcción, la forma, todo le pertenece al autor y es inconfundible.
Si vamos al caso, la realidad es silencio, los que hacemos ruido somos nosotros. En ese sentido la música de Molina no busca emular algún ruido superficial de lo contemporáneo o de real, sino que busca poner en evidencia ese silencio, y lo logra, sobre todo en esta novela. Creo que ha ido profundizando en esa búsqueda, que no sé si será consciente o no.
Molina hace un uso muy particular de la puntuación, de la manera de adjetivar, y sobre todo de las comas: las comas siempre están en el lugar en que uno, ya metido en el ritmo del texto, espera que estén. Molina no se tropieza nunca en su forma de escribir. Todo está pensado, la memoria es fundamental, es como la memoria de los juglares que repetían, tanto por el significado de las palabras como por su musicalidad. Es, entonces, un trabajo musical ligado a la relectura de sus propios textos, una lectura un poco obsesiva que tiene que ver con la ejecución, y eso se termina notando en la escritura, ya que es un proceso circular.
A mí me hace bien leer los textos de Molina, es algo que se hace sin dificultad y disfrutándolo. Su prosa tiene algo de hipnótica. Cuando quise asociar a algo el estilo de esta novela, no me salieron las relaciones directas y más prejuiciosas con cierto tipo de realismo como el de Carver o Martín Rejtman, sino que me trasladó a una sensibilidad sonámbula que es a la de Mario Levrero, no por el contenido, sino por ese efecto hipnótico, casi sobrenatural.
Y pienso esa relación desde la sensibilidad. Si uno lee La novela luminosa, de Levrero, encuentra ahí una prosa hipnótica que no puede dejar de leer. En Los puentes magnéticos hay una cadencia especial, un sonambulismo, una forma de estar atento a ese silencio que es el silencio de lo real, que a mí me resulta de alguna manera clarividente o hasta sobrenatural. Porque, ¿a qué llamamos habitualmente sobrenatural, además de a las brujas y a los vampiros? En realidad lo sobrenatural es lo que surge de la mirada del hombre sobre lo natural, cuando esa mirada está realmente atenta. Me parece que es ahí donde se produce lo sobrenatural.
Y en los textos de Molina, y en esta novela en particular, eso se ve en el sentido de los detalles a los que les presta atención, al tipo de conversaciones que tienen sus personajes, sobre todo cuando se los ve en el contexto en el que actúan. Y todo eso me pareció muy lúcido y no podía dejar de pensar en Levrero cuando leía algo así. La prosa de Molina tiene un potencial que me parece muy extraño, que me transporta hacia el silencio, al igual que la experiencia de leer a Levrero. Y me pone muy contento que la obra de Molina se esté dirigiendo hacia ese lado, hacia ese enrarecimiento levreriano.
30 de octubre de 2013
"Un realismo anómalo"
“Un realismo anómalo”, por
Federico Levín
(Fragmentos de la
presentación de Los puentes magnéticos en el CC Matienzo)
–Hay diferentes tipos de
realismo. Existe el realismo estadístico, que es lo que se llama vulgarmente “realismo”
–que es lo que no hace Molina–, y existe lo que yo llamo realismo anómalo
–que es el que hace Molina–, que
utiliza elementos realistas y una ética de trabajo con el verosímil realista
pero que, dentro de la realidad, elige escribir lo anómalo.
–Cuando leí Los puentes
magnéticos, esta novela de Ignacio Molina, pensé en vincularla con la escritura
de Mario Levrero. A mí me generó eso, porque este realismo de Molina profundiza
tanto en la anomalía de lectura de la realidad de sus personajes que logra,
dentro de un relato estructurado de manera más o menos convencional, hacer
pasar un cuento fantástico por debajo casi sin que se note. Esta novela es el cuento
de un personaje que va armando un relato casi épico de un duelo. Es el trabajo
épico sobre la construcción de un duelo, narrado por Camila, un personaje que
se va moviendo entre un montón de estímulos externos, en parte porque no
encuentra excusa para decir que no a lo que le van proponiendo. Ese es el
formato en que se desencadena la acción en la novela. Hay más o menos siete u
ocho veces, en los momentos decisivos, en que lo que Camila hace lo que hace
porque no encuentra una excusa para rechazar esa invitación. Momentos en que
ella, al mismo tiempo que cuenta lo que hace –que sería lo que hace cualquier
narrador al narrar– aprovecha esta primera persona para contar, en vez de lo
que está haciendo, lo que está dejando de hacer. Y en esa construcción de
mundos posibles que hay tanto en la ciencia ficción como en textos que habremos
escrito nosotros (como cuando escribí Igor y como cuando Romero escribió los
cuentos de Tantas noches como sean necesarias) existe la lectura constante de
lo que está pasando puesta en juego con una lectura paralela de qué habría
pasado si se hubiera tomado otra decisión.
–En Molina hay un formato
permanente de escritura fantástica que se estructura a través de una supuesta
escritura realista que, por profundizar en las anomalías de la psiquis humana
al leer la realidad que lo rodea, termina derivando en un relato que tal vez
contado en tres pasos sería inverosímil. Y esta novela de Molina incorpora un
montón de pequeños relatos con picos de intensidad con hitos narrativos muy
distantes entre sí, muchas historias que tienen vaivenes muy pronunciados. Y en
ese sentido, es un relato muy distinto a los de Los estantes vacíos, su primer
libro de cuentos, donde el casi no vaivén era lo que estructuraba las historias
que él decidía contar.
–Las anomalías de los
personajes de Molina son las anomalías que podemos reconocer todos en nosotros
mismos y a las que no les prestamos atención. Creo que descubrirlas es una de
las experiencias más potentes al leer esta novela. Acá la ruptura de lo
habitual no genera una ruptura con la identificación: uno puede identificarse
con el personaje aun cuando lo que está pasando sea demasiado raro. Y Molina lo
logra. ¿Cómo lo logra?: a través de sus anomalías. Su anomalía, como persona,
como escritor, es una anomalía con el lenguaje que linda con lo sagrado. En sus
formas de tomar ciertas decisiones, Molina es absolutamente intransigente. Al punto
que, si uno lo conoce, puede ir imaginando, al leer su novela, en qué momento
se detuvo y tuvo una discusión interna y se abrieron ciertas posibilidades
narrativas.
–Quiero festejar le
encuentro de Molina con la editorial Entropía. Porque hay un punto en donde
están hechos el uno para el otro; hay una forma de trabajar en las decisiones
del palabra por palabra con un entusiasmo que para otros sería inentendible… La
musicalidad de las narraciones de Molina, que pone comas antes de decir que
hacen algo no tanto por un motivo sino por el otro (uno no sabe por qué los
personajes están imaginando que tienen que hacer esas comparaciones) es
fantástica. Es una forma de escribir pero también es una forma de ver la
realidad. Y al pensar en esas decisiones de cómo y dónde poner las comas, o por
qué poner, por ejemplo, risotto en cursiva o cedé argentinizado, yo puedo
imaginar claramente una madrugada de lluvia, en algún sótano de Colegiales, con
Molina y sus editores reunidos, peleando por comas y por palabras gritando
enfervorizados “¡no, no entendés lo que estoy diciendo, ahí tiene que ir una
coma!”. Las imagino como esas reuniones de superhéroes que se juntan en un
sótano y tienen que tomar decisiones muy importantes para la humanidad. Imagino
la anomalía de nuestro amigo Molina con la anomalía de nuestra querida editorial
Entropía fusionándose ahí, donde esa pequeña decisión de una palabra, sostenida
en el tiempo, genera en la posterior lectura una suerte de hipnosis. Yo no
sabría decir bien hacia qué lado van Molina y Entropía, pero van siempre para
un mismo lado, que es como una especie de sofisticación del lenguaje, como una
exageración. Intentan hacer algo tan sofisticado con el lenguaje, intentan
darle tanta atención a cada punto y a cada palabra, que eso, al texto, lo
vuelve épico.
–Hay una idea instalada en
la literatura que indica que está mal ser un escritor para escritores. Para mí
Molina es un escritor para escritores. Y dado que a cualquier concurso de
novelas llegan al menos dos mil novelas, ser un escritor para escritores es ser
un escritor popular, mucho más que ser un escritor para lectores que no
escriben. En este caso, Molina debe su popularidad, su incipiente popularidad,
a que es un escritor que acepta ser un escritor para escritores y no tiene
ninguna concesión en ese aspecto. No lo camufla por ningún lado, no lo
disimula.
–En Los puentes magnéticos Molina
va decidiendo cada palabra hasta que llega un punto cumbre, que es cuando
Camila se cae de una escalera y se golpea la mano y entonces, como le duele,
tiene que usar el tenedor con la izquierda. Entonces yo pensé en algo que sé
que vamos a discutir en algún sótano de superhéroes. Yo leí que el personaje
tiene que comer usando el tenedor con la mano izquierda y pensé que si bien yo
como con el tenedor en la derecha (porque hago algo raro que es que cuando me
siento a comer en un lugar donde están los cubiertos puestos los invierto, una
anomalía mía que doy por natural porque se convirtió en un tic, en una
configuración de mi sistema nervioso) pero que Molina le deja esa anomalía al
personaje de comer con los cubiertos cambiados, y cuando ella se golpea nombra
como anómalo el hecho de comer con los cubiertos de manera correcta, que es
usar el tenedor con la izquierda, que es como lo usan casi todas las personas,
que usan el cuchillo en la derecha porque consideran que más que de precisión
es un elemento de fuerza, que es el problema que tienen las personas en
occidente que consideran eso cuando en realidad es al revés.
–Dentro de este universo de
anomalías, Molina, al dejar de lado su propio mundo de neurosis obsesiva, elige
escribir desde un personaje que es casi opuesto a él (no voy a decir que
cualquier mujer es opuesta a un hombre, en el sentido de que es lo contario,
pero sí que está en el lado opuesto). Y ella, Camila, se vincula con amantes, con
amantes más jóvenes y más grandes, y con un padre y con un padre posible y con
la falta de un padre y con otros potenciales padres. Y en todo ese recorrido
Molina se pone en el lugar de lo que para este personaje femenino es lo otro. Entonces
ahí sí está haciendo una operación de posición, y al lograr eso, al animarse a
eso (porque yo me preguntaba qué valor tiene en el mundo que un escritor varón
narre desde una mujer, qué le agrega, si los hombres sabemos sólo un cinco por
cuento de lo que le puede pasar a una mujer) le suma el valor de esa apuesta,
la apuesta de alguien que trasciende su neurosis obsesiva como autor inventando
un personaje opuesto a sí. Y ahí, cuando se quiebra esa retención de la propia
anomalía y se da lugar al universo de la anomalía ajena, empieza la aventura.
Porque Los puentes magnéticos es, para mí, una novela de aventuras…
–Los invito a leer Los puentes
magnéticos y también a hacer el siguiente juego: no leer todo el índice con los
títulos de los capítulos, sólo leer los cuatro o cinco primeros y tratar de
entender cuál es el sistema que se usó para elegir los títulos y después jugar
a leerlo a ver si uno adivina cuál es el título, muy particular, que le puso el
autor a cada capítulo... Así que tienen que comprar el libro, leerlo y después
pasar todo el verano jugando a eso con sus amigos.
22 de octubre de 2013
Entrevista
Silvina Friera me entrevistó por Los puentes magnéticos para el suplemento Cultura y Espectáculos de Página/12.
Se puede leer clickeando sobre estas líneas.
Se puede leer clickeando sobre estas líneas.
9 de octubre de 2013
25 de septiembre de 2013
11 de septiembre de 2013
5 de septiembre de 2013
Taller de escritura, de octubre a diciembre
La dinámica:
-Escritura y lectura de
textos propios; corrección, comentarios y debate grupal
-Recomendaciones y análisis
de cuentos y relatos de otros autores
-Dos horas semanales (o
hasta dos horas y media, de ser necesario)
Duración:
-Tres meses (de octubre a
diciembre)
Los objetivos:
-Experimentar el placer que
genera la escritura; intercambiar textos, ideas, conceptos y sensaciones acerca
de la literatura propia y ajena; leer y escribir en busca de motivaciones para
seguir leyendo y escribiendo
El horario:
-Jueves de 19:30 a 21:30
hs.
La zona:
-Palermo Viejo-Colegiales
La tarifa:
-$300 por mes
El contacto:
ignaciomolina22@gmail.com
(o mensaje privado de FB)
El coordinador:
Ignacio Molina nació en
Bahía Blanca en 1976. Publicó los libros de relatos Los estantes vacíos
(Entropía, 2006) y En los márgenes (17Grises, 2011), los libros de poemas
Viajemos en subte a China (Pánico el Pánico, 2009) y El idioma que usan todos
(PeP, 2012) y las novelas Los modos de ganarse la vida (Entropía, 2010) y Los
puentes magnéticos (Entropía, 2013), además de cuentos en diversas revistas y
antologías. Como periodista ha colaborado en diferentes medios gráficos y publicado el libro Tribus Urbanas (Kier,
2009).
16 de agosto de 2013
23 de junio de 2013
Taller de escritura de los sábados, a partir de agosto.
La
dinámica:
-Escritura y lectura de
textos propios; corrección, comentarios y debate grupal
-Recomendaciones y análisis
de cuentos y relatos de otros autores
-Dos horas semanales (o hasta
dos horas y media, de ser necesario)
Los
objetivos:
-Experimentar el placer que
genera la escritura; intercambiar textos, ideas, conceptos y sensaciones acerca
de la literatura propia y ajena; leer y escribir en busca de motivaciones para
seguir leyendo y escribiendo
El
horario:
-Sábados de 11 a 13 hs.
La
zona:
-Palermo Viejo-Colegiales
La
tarifa:
-$300 por mes
El
contacto:
ignaciomolina22@gmail.com
(o mensaje privado de FB)
El
coordinador:
Ignacio Molina nació en
Bahía Blanca en 1976. Publicó los libros de relatos Los estantes vacíos (Entropía, 2006) y En los márgenes (17Grises, 2011), los libros de poemas Viajemos en subte a China (Pánico el
Pánico, 2009) y El idioma que usan todos
(PeP, 2012) y la novela Los modos de
ganarse la vida (Entropía, 2010), además de cuentos en diversas revistas y
antologías. Como periodista ha colaborado en diferentes medios gráficos y publicado el libro Tribus Urbanas (Kier, 2009). Mantiene el blog Unidad Funcional. Este
año publicará la novela Los puentes
magnéticos.
20 de junio de 2013
Hoy, en el mini Carrefour, la cajera metió mis compras en una bolsa y apoyó la bolsa en un libro muy grueso que había quedado olvidado sobre el mostrador. Mientras pagaba miré el lomo: era un voluminoso ejemplar de La montaña mágica de Thomas Mann. En cuatro o cinco segundos imaginé a su dueño llegando a su casa, dejando la bolsa en la cocina, sacándose el abrigo y dándose cuenta, con amargura, de que le faltaba el libro. En los siguientes cuatro o cinco segundos imaginé a la cajera agarrando el libro, metiéndolo en su cartera, googleando el precio en su casa y poniéndolo en venta en Mercado Libre. Y en los cuatro o cinco segundos posteriores me imaginé a mí mismo llevándome el libro medio escondido debajo de la bolsa, llegando a mi casa y, rojo por la culpa y la vergüenza, poniéndolo en el estante más bajo de la biblioteca. Al final, cuando terminó de darme el vuelto, le dije a la cajera “esto se lo olvidó alguien, ¿no?”. Ella miró el libro con un gesto raro, como si nunca hubiese visto un libro en su vida, me dijo “es probable” y lo guardó debajo del mostrador. Cuando salí a la vereda y caminé veinte metros, vi venir en el sentido contrario a un tipo de mi edad, medio apurado y con una bolsa del Carrefour en cada mano. “Te olvidaste el libro”, le dije, adivinando quién era, “te lo guardaron abajo del mostrador”, y él sonrió como quien encuentra plata en la calle o como quien ve acercarse a su colectivo, tras media hora de espera, a las tres de la mañana de una noche de invierno.
11 de marzo de 2013
Taller de escritura 2013
La
dinámica:
-Escritura y lectura de
textos propios; corrección, comentarios y debate grupal
-Recomendaciones y análisis
de cuentos y relatos de otros autores
-Dos horas semanales (o dos
horas y media, de ser necesario)
Los
objetivos:
-Experimentar el placer que
genera la escritura; intercambiar textos, ideas, conceptos y sensaciones acerca
de la literatura propia y ajena; leer y escribir en busca de motivaciones para
seguir leyendo y escribiendo
El
horario:
-Martes de 19:30 a 21:30 hs.
La
zona:
-Palermo Viejo-Colegiales
La
tarifa:
-$300 por mes
El
contacto:
ignaciomolina22@gmail.com
(o mensaje privado de FB)
El coordinador:
Ignacio Molina nació en
Bahía Blanca en 1976. Publicó los libros de relatos Los estantes vacíos (Entropía, 2006) y En los márgenes (17Grises, 2011), los libros de poemas Viajemos en subte a China (Pánico el
Pánico, 2009) y El idioma que usan todos
(PeP, 2012) y la novela Los modos de
ganarse la vida (Entropía, 2010), además de cuentos en diversas revistas y
antologías. Como periodista ha colaborado en diferentes medios gráficos y publicado el libro Tribus Urbanas (Kier, 2009). Mantiene el blog Unidad Funcional. Este
año publicará la novela Los puentes
magnéticos.
30 de enero de 2013
1 de enero de 2013
19 de diciembre de 2012
Anoche fui a comer con dos amigos y el señor de la caja hizo mal la adición: nos cobró unos treinta o cuarenta pesos menos de lo que habíamos consumido. Creo que los tres notamos algo raro al ver la cuenta pero recién hablamos de eso después de salir del local y caminar media cuadra. Ahí nos paramos para charlar al respecto: alguno con cargo de conciencia decía que volviéramos y pagáramos lo correcto; otro decía que no daba, que ya fue, que en definitiva nosotros éramos trabajadores y el restaurante era una empresa, que no le iba a pasar nada por cobrar una cerveza o unos pesos menos. Entonces un policía que había estado comiendo un pastel de papa en la mesa de al lado salió del bar y nos gritó imperativo: “ey, flaco, vení”. Hubo un segundo de nerviosismo hasta que agregó con tono más amable: “te olvidaste el bolsito”. Uno de los tres se había dejado un bolso sobre una silla y fue apurado a buscarlo. Más tarde soñé esto: yo estaba en el bar y cuando recibíamos la cuenta aparecía otro comensal, un flaco que en la realidad vi una sola vez en mi vida, en una fiesta de casamiento, pero que en la ficción del sueño era un ex amigo que ahora me odiaba por algún motivo indefinido, y le decía al mozo que mi intención era irme sin pagar y después me metía una mano en los bolsillos y empezaba a sacar billetes arrugados que iba alisando y desparramando sobre la mesa, como en las requisas policiales a los ladrones o narcotraficantes. Después aparecía el policía que estaba comiendo el pastel de papas y con el mismo tono con que había gritado desde la esquina me decía “ey, flaco”, y trataba de asfixiarme metiéndome la cabeza dentro del bolso que había quedado olvidado sobre el respaldo de una silla.
7 de diciembre de 2012
En las redes sociales, al igual que en los medios, suelen crearse realidades paralelas. Trabajo a una cuadra del shopping Dot. Ayer, cuando empezó a correr la noticia de que había “saqueos en el Dot”, entré a Twitter y vi que decenas y decenas ya estaban tirando sus versiones de los hechos como si estuvieran en el lugar. Y muchos, muchísimos de ellos, parecían encantados con la posibilidad de que
esa fuera la primera chispa que desatara un incendio de saqueos a lo largo y ancho de la ciudad y el conurbano. Algunos, incluso, citaban supuestos textuales de los saqueadores: “nos morimos de hambre, la asignación universal no alcanza, venimos a llevarnos todo…”, y cosas por el estilo. Un rato más tarde, en la parada del 28 sobre la General Paz, pude charlar bajo la lluvia con algunos empleados del Dot que, como yo, esperaban el colectivo. La versión que contaban, como testigos directos, no incluía hordas hambrientas ni saqueos en masa. La situación fue otra. Cada vez que caen cinco gotas, las calles internas y las casas de Villa Mitre (un barrio de casas precarias que ocupa unas cinco manzanas y cuyo borde más cercano a la General Paz está ubicado a unos cien metros de terreno en declive del Dot) se inundan en veinte minutos. Esto se debe, dicen los vecinos, al sistema de desagüe del shopping que desagota directamente hacia el barrio. Por eso ayer a la tarde, cansados de la situación, unos treinta decidieron hacer una manifestación en las puertas del shopping. Y cuando algunos quisieron entrar para hablar con las autoridades, los guardias de seguridad intentaron cerrar las puertas y eso provocó empujones y forcejeos. Eso derivó en que los encargados de muchos locales, asustados “por los negros que entraban”, cerraran sus negocios. Y eso generó que algunos empleados y clientes empezaran a los gritos y las corridas. Y si de parte de los vecinos hubo roturas en un puesto del supermercado del shopping, fue debido a esa histeria y a la impotencia generada por su situación y no a un plan de saqueo general o robo en masa. Esos fueron los hechos. En el resto del día no hubo saqueos en otros lugares ni estado de sitio en todo el país. Lo lamento por aquellos (como el opinólogo de derecha Esteban Schmidt, que había twiteado: “el gobierno opera a cuatro manos para minimizar los saqueos en el Dot…”) a los que les hubiera gustado que este incidente vecinal se transformara en una gran revuelta popular decembrista que desestabilizara al gobierno-populista-mafioso. Lo lamento por ellos: no hubo balas, ni sangre, ni muertos, ni helicópteros.
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