29 de noviembre de 2005

Fuego por la boca

Un mediodía de la semana pasada, mientras cruzaba al supermercado a comprar cucarachicida, escuché que alguien decía mi nombre. Supongo que cuando pasa algo así, uno siempre vive una fracción de segundo en la que no sabe cómo va a reaccionar (durante esa fracción, diría "el hijo de las moscas", uno se siente en in-fracción).

El que me había gritado era el Topo, un compañero del colegio secundario. No recuerdo si ya lo me lo había cruzado alguna vez en los últimos diez años. Aunque yo nunca lo llamaba por su nombre verdadero, lo primero que se me vino a la cabeza al reconocerlo fue la palabra Jacinto. No tuve ni tiempo de sentirme mal por eso, y, hábil de reflejos, al acercarme para saludarlo lo llamé por su apodo.

El Topo es cuentapropista: arregla computadoras a domicilio. Estaba esperando a que un vecino mío bajara a recibirlo. Durante algunos minutos hablamos de lo que se habla siempre en esos casos: de recuerdos en común, de la actualidad de cada uno y de lo que sabíamos sobre el resto de los ex compañeros: uno ya tiene un hijo de seis años, otro se casó el mes pasado, tal se puso un bar, fulano está viviendo en España, mengana vive de la música y estaba embarazada, sultano anda con una cuarentona millonaria.

Cuando vi que su cliente bajaba a abrir la puerta de calle, me apuré a pedirle su mail y le di la dirección de mi blog para que se fijara cómo había sido nombrado hacía poco. En el chino no me costó encontrar el veneno para cucarachas, y volví al edificio pensando en la forma de moverse y de hablar de Jacinto –mucho más serena y adulta que en su adolescencia– que todavía resonaba en mi cabeza.

Mi hermana compró una heladera último modelo para su casa y me regaló la que no usaba más. Yo le hice una limpieza general, la ubiqué en el living y la publiqué en Segundamano. La idea es financiar con la plata de su venta una parte de las vacaciones. Hasta ahora llamaron varios interesados pero ninguno concretó. Supongo que ya aparecerá alguno con los pasajes en la mano.

Mientras tanto yo, cada vez que veo alguna cucaracha en la zona del motor o de los burletes, agito el envase del aerosol recordando cuando el Topo, luego de las clases de gimnasia y simulando echar fuego por la boca, pulverizaba un desodorante sobre la llama de su encendedor.

28 de noviembre de 2005

Pequeñas novelas familiares

Si bien el trabajo que permite mi manutención (colaboro en la elaboración de estudios de títulos de propiedades para algunas escribanías) no es el más entretenido del mundo, a veces intento consolarme pensando en que estoy escribiendo sinopsis de extrañas novelas familiares:

FINCA: Unidad Funcional Nº 2, ubicada en Planta Baja, del edificio sito en la Capital Federal con frente a la calle Mendoza 1342, entre las de Migueletes y Miñones.
(…)
CORRESPONDIO: A FERNANDO SPINELLI por los siguientes antecedentes:
1)Por compra del lote de terreno en mayor fracción que hicieran los cónyuges en primeras nupcias JUAN SPINELLI y ANGELICA MELE el 7 de diciembre de 1945 al F° 961 del Registro 20 del Escribano de Capital Federal, Eduardo González, a ALBERTO FRASCH, soltero.-
(…)
2) Por escritura de división de condominio por disolución de sociedad conyugal otorgada el 20 de marzo de 1959 al F° 14 del Registro 20 del Escribano del Partido de Vicente López, Aníbal Bellido, se adjudicó a ANGELICA MELE, divorciada de sus primeras nupcias con Juan Spinelli, el inmueble de referencia.-
(…)
3)Fallecida ANGELICA MELE su juicio sucesorio tramitó por ante el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil N° 4, Secretaría N° 7, donde el 30 de mayo de 1978 se dictó Declaratoria de Herederos a favor de sus hijos JUANA y DANIEL SPINELLI y de su nieto ANTONIO SPINELLI en representación de su padre pre fallecido HUMBERTO SPINELLI.-
(…)
4) Por escritura del 22 de abril de 1991 al F°176 del Registro 172 del Escribano de Capital Federal, Antonio Castillo, se sometió al inmueble al Régimen de Propiedad Horizontal, otorgándose el respectivo Reglamento de Copropiedad y Administración y adjudicándose a DANIEL SPINELLI, casado en primeras nupcias con Josefina Quiroga, la Unidad Funcional de referencia.-
(…)
5) Fallecido DANIEL SPINELLI su juicio sucesorio tramitó por ante el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil N° 9, Secretaría Unica, donde el 25 de junio de 1999 se dictó Declaratoria de Herederos a favor de su hijo FERNANDO SPINELLI y de su cónyuge JOSEFINA QUIROGA sobre los bienes propios sin perjuicio de los derechos que la ley le otorga respecto de los gananciales.-
(…)
6) Por escritura del 14 de julio de 2004 al F° 185 del Registro 542 del Escribano de Capital Federal, César Giménez, JOSEFINA QUIROGA, viuda de sus primeras nupcias con Daniel Spinelli, donó a su hijo FERNANDO SPINELLI, soltero, la mitad indivisa que tenía y le correspondía sobre la Unidad Funcional de referencia.-
(…)

23 de noviembre de 2005

El ringo y el tuu (diálogo encontrado en una libreta)

–¿Sabés una cosa, linda?

–Una sola no. Sé muchas cosas.

–Bueno . . . El ringo y el tuu no suenan al mismo tiempo.

–¿Cómo?

–Eso que digo. Cuando vos llamás a alguien, la señal que escuchás en el auricular no suena al mismo tiempo que el ring en el otro aparato.

–Mirá vos, interesante . . . Pero me parece que estás diciendo boludeces.

–No, en serio te estoy hablando. Viste que algunas veces vos llamás y te atienden enseguida, antes de que escuches el primer tuu.

–Puede ser, es verdad . . . A veces pasa. ¿Y?

–Bueno, eso quiere decir que el otro, tirado en la cama o en un sillón, por ejemplo, con el teléfono en la mano, había terminado justo de hablar con alguien y levantó el tubo apenas esuchó el ring.

– . . .

–¿Tendés lo que te digo?

–Mmhh . . . decímelo de vuelta y me convencés.

–Bueno . . . El ringo y el tuu no suenan al mismo tiempo.

22 de noviembre de 2005

16 de noviembre de 2005

Algo así

Aunque sus 220KB de peso prometían algo más que un simple mensaje, hasta no abrir el mail de Entropía no pude hacerme a la idea de ver algo así:

15 de noviembre de 2005

Melpómene

Enrique Wernicke (1915-1968) escribió novelas, cuentos, teatro y poesía. Para ganarse la vida ejerció, entre otros, los oficios de titiritero, agricultor, publicista y fabricante de soldaditos de plomo. En sus libros (hace pocos años Colihue publicó una antología de sus cuentos, y reediciones de las novelas La Ribera y El Agua se consiguen en algunas librerías) Wernicke fundó un estilo, basado en el laconismo y en la descripción de vidas ordinarias, que años más tarde, y de la mano de autores norteamericanos como Raymond Carver, sería bautizado "minimalista". Wernicke vivía en la ribera del norte del Gran Buenos Aires –por entonces inundable y donde se escenifican gran parte de sus textos– y fue alcohólico hasta el día de su muerte. Como legado dejó, además de su obra de ficción, un diario de 1500 páginas, titulado Melpómene, que aún continúa casi totalmente inédito y del que sólo se conocen fragmentos como el que transcribo:



Diciembre 29 de 1957

Se termina este año extraordinario. Y yo, a los casi cuarenta y tres, me encuentro en un comienzo. No tengo en dónde trabajar y ando en busca de un "empleo". La fabriquita de soldados no da más y ninguno de los "grandes proyectos" ha cuajado. El saldo de este año es: un hijo que nacerá el mes que viene; un libro de cuentos "muy bueno"; una novela corta en borrador, y deudas por casi 20.000 pesos.

Aplastado por una sensación de fracaso. No se trata de que no me sepa haragán y borrachín. Pero hay borrachines que se "la rebuscan". Yo no. El resultado de estos diez años de "no tener que ir al centro", ha sido escribir cuatro o cinco libros. Y cambiar de mujer tres veces. Y de perro otras tres.

He perdido contacto y relación con cuanta persona puede ayudarme. Y, se me ocurre, he ganado fama de informal, borrachín y loquito. Mi único prestigio: "soldaditos", los divinos soldaditos que me permitieron vivir sin pedir nada a nadie (de mis círculos literarios).

No tengo absolutamente nada. Y no lo tendré por mucho tiempo. Es evidente que yo calculaba, "dejando pasar el tiempo", que algo iba a suceder, que "mi gloria" me iba a asegurar un modesto pan cotidiano y que vendrían a buscarme para darme changuitas. Eso no ha sucedido. El mundo no perdona la indiferencia y el engreimiento, y hay que hacer muchas cosas para que a uno "lo vengan a buscar".

Analizando los hechos, pienso que la vida solitaria de estos años, tan útil para madurar a un Enrique escritor, me ha impedido salir a la calle. El problema de "dónde como" y "quién cuida del perro" me ataba ridículamente a mi casita. Años que no voy al cine, que no veo exposiciones, que no sé qué pasa en Buenos Aires. Si soporto el asqueroso viaje al centro, el traje y la sudada, me vendrá bien un cambio de vida. Pero temo sentirme abrumado por tanta cosa odiosa y que el trago me derrumbe la salud. Habrá que esforzarse como nunca. O pegarse un tiro.

11 de noviembre de 2005

La Joven Vanguardia

De entre todas las palabras oídas el martes a la noche, durante y luego del encuentro del grupo Alejandría, hay algunas que, tras pasar por el tamiz de las horas, quedan expuestas, demasiado a la vista, y me hacen pensar: "¿Vos, Molina, planeás dedicarte toda la vida a la escritura? (…) Está muy bueno, pero no deja de ser difícil, muy muy difícil", preguntó y, luego de mi respuesta, opinó alguien a mi lado en un restaurante peruano del barrio de Congreso.

Antes, en el escenario de Bartolomeo y presentados por Juanjo, habían leído Mariana Enríquez (un cuento, según ella, con influencias de Silvina Ocampo), Juan Terranova (un relato autorreferencial) y Oliverio Coelho (textos cortos, algunos publicados en su blog), y los tres, junto con Maximiliano Tomas, el responsable de la antología La Joven Guardia, habían respondido a las preguntas del público, entre quienes estábamos Natalia, Levín y yo.

Terminado el encuentro, M. T., en su rol de dirigente del campo literario, tuvo que recibir quejas y preguntas de parte de algunos de los presentes: "¿por qué no publicaste mi cuento?, ¿para cuándo?", y cosas por el estilo. Hasta yo mismo le hice un comentario sobre la futura edición de Los estantes vacíos, y él, al enterarse de mi nombre, me dio la dirección de la redacción de Perfil para que se lo acerque.

Algunas de las frases que recuerdo haber dicho y escuchado en ese primer bar:

–Ahora me quedó medio anaranjado.
–Tiene pinta de ingeniero en sistemas.
–Es muy bueno pinchar.

-No, no se mete vidrio en el orto.
–No sé, hay escritores montoneros, erpianos, menemistas.
–Pero a vos te gusta Asís, un menemista.
–¿En verdad creen que se cayó el sistema en el 2001?
–Sí, Gonzalo Garcés es el único exitoso.
–La gente se hace cualquier fantasía con La Joven Guardia.

-Aunque Saccomanno no piense lo mismo.
–No lo hicimos para juntarnos a salir de copas.
–Al prefacio de Castillo algunos lo ven como una chantada.
–Te traje la novela.
–Che, ¿cómo levantás la mano así de prepotente?
–Se la di al primero que me la pidió.
–Ah, el personaje Igor es….


En la vereda, y en tensión con quienes habían planeado ir a comer una pizza, Coelho propuso el lugar de la cena. Durante la caminata hasta el peruano Terranova me presentó a su mujer y a Juan Incardona; unas cuadras antes, después de preguntarme cómo me llamaba, me dijo alguna de las frases que transcribo más abajo.

En el restaurante yo compartí con Levín el único plato de la carta que conocía al menos de nombre: ceviche, pescado crudo cortado en cubos con limón. Con Mariana Enríquez me pasó algo especial: mientras la veía hablar no podía dejar de tener la impresión de que no era la misma persona que había escrito Bajar es lo peor, novela publicada en 1995 que yo había leído en aquella época, ni la que aparecía en las fotos que ilustraban sus columnas en la revista TXT.

Los precios eran buenos, los baños estaban limpios, y el personal era auténticamente peruano.

Entre la salida de Bartolomeo y la permanencia en el restaurante:

–Así que vos sos Molina, tendría que agarrarte a trompadas.
–¿Trajiste plata suficiente?
–Pidamos que estaban por cerrar.
–Pescado crudo ni loco.
–En esa editorial me pidieron cinco lucas.
–Muy linda reunión blogger.
–Rex encargó un bife.
–Che, él va a publicar en Entropía.
–Si te puedo dar un consejo esta noche: fijate siempre en la distribución.
–Pintate un mechón.
–¿1500 dólares?, vivió cuatro meses de la literatura.
–Obviamente que la sacaron de contexto; yo me refería "al tema" en la narrativa.
–Mi mamá leyó la entrevista en Para Ti y me llamó enseguida, alarmada.
–Cuando fui a ver al agente de prensa …
–Pero las contratapas de Sasturain están buenas.
–Este me bardeaba como desde el paravalancha: "eehh, vos, Página/12"


A la salida, la mayoría decidió ir a tomar un café. Caminamos por Virrey Cevallos, doblamos en Hipólito Yrigoyen y entramos al bar vacío de la esquina de Saenz Peña. En ese trayecto conversé con Ricardo Romero sobre su novela publicada, sobre Gárgola, la editorial seria que dirige, y sobre de los Cuatro Vientos, la de publicaciones de autor que sostiene económicamente a la otra.

Ya en el bar, entre otras cosas, me enteré de que Incardona, durante buena parte del mes, trabaja ocho horas por día para el diseño de El Interpretador, y que Juanjo publicó un libro de cuentos infantiles.

Algunas de las frases que recuerdo, entre esta larguísima sobremesa y el final de la noche:

–El resto de Alejandría no quiere polémicas.
–En Norma ofrecen trabajo en la picadora de papeles.
–Primicia: el próximo Planeta lo gana Pacho O'donell.
–La web es una gran herramienta.
–Hay que laburar con el serrucho.
–En serio, conozco Claromecó.
–Estaría bueno organizar más de estos encuentros.
–Ustedes tres qué son hermanos, primos.
Pero yo a vos te conozco por el blog.
–Yo a vos también.
–Me duele un poco la cabeza.
–Por la camisa rota asoma el codo.
–Me tragué el vidrio, Molina.
–Se hace de día, cantan los pájaros.

7 de noviembre de 2005

Papeles viejos (fragmento de diario)

12 de agosto de 1994

( . . . ) Después fuimos al recital de La Portuaria en Obras con Andrea, Maxi, Drupa, Tana, Duncan y Zuca. En la platea estaban Juancho y Marinita, y Charly y la novia en una de las populares. A la salida, casi todos fuimos en colectivo hasta San Cayetano. En el bar estaban el Oso, el Bola, el Topo y el Pet, y en otra mesa Agustina y Carolina. Nos quedamos ahí hasta las dos y media, y con algunos caminamos para el lado de la plaza. En la calle nos pareció ver un accidente, y al rato, cuando se fueron todos los demás, volví en taxi con Maxi (él dirá: volví en tacho con Nacho).

1 de noviembre de 2005

Zapatillas rockeras (fragmento de diario)

18 de diciembre de 2004

Bajó a abrirme, nos saludamos y fuimos a la parrilla de la esquina a comprar otra cerveza, dos choripanes y una porción de papas fritas. Ya en su departamento, dos horas más tarde, busqué cucharitas en la cocina y comimos helado de dulce de leche directamente del tergopol, mientras escuchábamos música y charlábamos de varias cuestiones sin un hilván predeterminado.

Nos despedimos hasta la próxima, "a este paso, hasta el año que viene", y quedamos en intercambiar cuentos por mail. Caminé las tres cuadras hasta Cabildo, de ahí hasta la esquina de Pampa, y bajé hacia el lado del río; bordeé las Barrancas, crucé las vías y llegué a Libertador. Entré en la estación de servicio, compré una lata de Pepsi y dos chocolates. Leí en el ticket que eran las cuatro de la mañana; hubiera apostado a que no eran más de las dos.

En el bar de la estación hay tres mesas ocupadas. En el 99, primer año en que viví a una cuadra de acá, en la calle Montañeses, solía venir en las noches calurosas a leer y a disfrutar del aire acondicionado. En seis noches consecutivas, sentado a una mesa pegada a la pared medianera con un boliche, leí las seiscientas páginas de la anteúltima novela de Enrique Medina.

Ahora, en esa mesa, hay una chica sola que mira seguido hacia fuera como si estuviera a la espera de alguien. Una empleada se le acerca para retirar la bandeja, y la chica le pregunta si en verdad pueden ser más de las cuatro de la mañana. Después la oigo que habla por celular. En voz demasiado alta, como si estuviera sorprendida, nombra la intersección de dos calles (11 de Septiembre y Juramento), se levanta, me mira fugazmente y se va muy apurada, supongo que en dirección a esa esquina.

En el suplemento Espectáculos de un Clarín ajado leo el anuncio del recital de Callejeros en la cancha de Excursionistas, a una cuadra de acá para el lado del Bajo. Aunque ya pasaron más de seis horas del inicio del show, en las calles del barrio todavía se ven chicas y chicos con zapatillas, remeras y mochilas rockeras.

De mi paso por el Bajo Belgrano conservo una simpatía por ese club. Varios sábados fui a la cancha, solo o con algún amigo del barrio, y una vez, luego de un partido contra Comunicaciones y sin haber intervenido en la pelea que había habido en las tribunas, tuvimos que correr por las vías escapando de dos policías que querían detenernos.

En aquella época leí en "La pérdida de Laura", novela de Martín Kohan que transcurre en 1987: Morcilla fue a la cancha el sábado a ver a Excursio, y nos cuenta cómo se cagaron a cascotazos con los del Doque, hasta que al final llegó la cana y los cagó a palazos a los dos. Corrieron por La Pampa y se trenzaron cerca del bosque. El partido, dice Morcilla, en cambio, fue un bodrio.

Eso recuerdo mientras llego a la parada del 29, a dos cuadras de la estación. Por la vereda caminan dos chicos, participantes del recital, que, tratándome de usted, me preguntan si es mía la billetera vacía tirada en el suelo. Les respondo moviendo la cabeza, veo llegar al colectivo y pienso que todavía me parece ilógico que me digan señor.

Antes que yo sube un grupo de cartoneros. Al sacar el boleto noto cómo una mujer se aferra a la cartera que lleva sobre su falda. Después, mirando el cielo por la ventanilla, pienso que ya estamos cerca del amanecer y, entornando los ojos, calculo la distancia que debo recorrer hasta mi cama.