27 de febrero de 2009

En la primera reunión de padres de mi vida la paso bastante mal. Siento, por momentos, vergüenza propia y ajena. Vergüenza propia por tener que decirles a las mamás y a los papás, desde mi sillita en miniatura, algo supuestamente original sobre mis expectativas sobre el ciclo lectivo que empieza. Y vergüenza ajena por los padres que en verdad creen que sus hijos son especiales y superdotados y que no sólo no tienen pudor en decírselo a desconocidos sino que se muestran excesivamente orgullosos de eso: “y es que él es así, vieron, hoy por ejemplo vino y me dijo: papá, cuidá mucho tu vida…. Es así, tan vivo e inteligente para su edad . . .”

25 de febrero de 2009

Concurso literario...

. . . para novelistas golosos.
Amiga

Amiga,
nunca te dije nada
pero la otra noche,
cuando nos encontramos
después de tres semanas,
casi muero en el esfuerzo
por mantenerme firme
y no acusar el golpe
la puntada al corazón,
cuando estirando un brazo
vos sacaste del cajón
esa caja de forros
de otra marca y empezada.

.

23 de febrero de 2009

Una chica me hace una encuesta de veinte minutos sobre marcas de cervezas. Cuando termina, me dice que se olvidó de preguntarme por mi ocupación.
-No sé... poné que escribo cosas, que soy periodista -le digo.
-Ah... ¿pero trabajás en diarios y revistas y esas cosas?
-De vez en cuando.
-Uy, justo no podía hacerle a personas que trabajaran en medios...
-Entonces poné, no sé, que corrijo libros. Que soy corrector de estilo.
-Bueno... ¿pongo corrector de estilo y escritor por cuenta propia?
-Okey, dale.
-...
-...
-Uy, ya lo puse...
-Está bien.
-... pero suena muy a vago...
Dicen que este año se viene una novela re grossa.

22 de febrero de 2009

Al final, la pizza Fausto resultó una pésima elección. Quedó fea, dura y quemada. Influyó el exceso de horno pero también, seguro, la calidad de la materia prima. Es medio inadmisible que todavía me pase algo así. Hasta ahí la tarde había estado bien. Fuimos a la feria de libros del mercadito de Bonpland. Hubo lecturas, música en vivo y conocidos para charlar. Fausto jugó con nenes, prestó el cuatriciclo y sopló el micrófono cuando le preguntaron cómo se llamaba. Estuvimos desde las cinco y media hasta un poco más de las ocho. Después, el nene reemplazó la pizza con un plato de arroz con pollo y un postrecito de dulce de leche. El baño quedó para hoy a la mañana; nos duchamos juntos a eso de las nueve, después de despertarnos a las siete y veinte y de desayunar una mamadera y un café con tostadas. Afuera llovía, el aire estaba gris. Cuando se despejó un poco fuimos a comprar el diario y a pasear al mercado de las pulgas. Necesito una mesita chiquita para apoyar la notebook y hacer una especie de escritorio en mi cuarto. La más barata estaba más cara de lo que imaginaba. Te la dejo a setenta mangos, me dijo un puestero. Tuve la certeza de que me dijo el número que se le cantó en el momento. Treinta o ciento cincuenta, me podría haber dicho con la misma seguridad. Después fuimos a comer a un bodegón del barrio. Tengo muchas cosas para escribir sobre eso, sobre ir a comer afuera con mi hijo, pero por ahora sólo consigno que hojeé un poco el Página mientras esperábamos la comida: ravioles con estofado para los dos, gaseosa y una jarra de medio de vino de la casa (la corta diferencia de precio entre la jarra de cuarto y la de medio siempre hace que llegue a la sobremesa con más sueño que lo normal, y pensando mucho más de lo necesario). Ahora, mientras Fausto se despierta de la siesta, el domingo toma la recta final hacia la caída del sol, hacia la curva depresiva que hay que tomar con cuidado para no morder la banquina.

21 de febrero de 2009

Paso el sábado con mi hijo. Va a estar conmigo hasta mañana a la tarde. Cuando se despierte de la siesta y tome la merienda vamos a ir a pasear. Por suerte no hace mucho calor. Podemos ir un rato al festival de música y libros que hay en el mercadito de Bonpland, o a la placita del barrio, o a la plaza más grande para que baile con la murga, o acá abajo, al patio del edificio para que juegue con sus vecinos amigos. No hay ninguno de su edad; todos tiene más de tres años. A veces, cuando bajamos con su moto-cuatriciclo, algunos lo saludan desde los balcones internos. Faustooo, le gritan, y él responde gritando en su idioma de onomatopeyas y levantando los brazos. Ayer a la tarde también bajamos con la pelota de básquet. Verlo tratando de picarla es como... eso, como verlo tratando de picarla. Nada más ni nada menos. Para esta noche ya nos compré una pizza congelada marca Fausto. Podría haber pedido una por teléfono, pero en el super me dejé llevar por la oferta, por la idea de ya tener el tema más o menos resuelto, e inconscientemente -lo pienso ahora- por el nombre escrito en la caja de cartón. Después de comer lo voy a meter en la bañadera llena de agua tibia y voy a dejar que juegue un rato ahí, que nade de una punta a la otra con la misma alegría que si estuviera en el mar. Más tarde se va a meter en mi cama, me va a pedir una sola vez el chupete que ya no usa, y se va a quedar dormido abrazado a mi cuello.

17 de febrero de 2009

"Qué trabajo me va a costar dejarte ir con los pájaros..."




Qué trabajo me va a costar dejarte marchar,
te vas a ir lleno de mí
y vas a volver sin conocerme.
Qué trabajo me va a costar dejar sobre tu pecho
posibles realidades de imposibles minutos.
A la tarde, en la montaña, un Perseo te va a limar las cadenas
y te vas a ir corriendo por los montes
hiriéndote los pies


Invierno de saco azul / nadie te va a recordar,
pero dentro de mí / siempre te vas a quedar.
Siempre conmigo vas a estar.
Mano gigante Dios / tu mano enseñaba a vivir,
quiero tu saco azul / y volver a ser como fui,
volver a casa y verte allí.
El mundo va a caer / va a desaparecer.
Yo tengo tu saco azul / tengo tu saco azul.

No van a poder seducirte ni mi carne ni mi llanto
ni los ríos donde dormías tu fiesta de oro, tampoco.
Desde Oriente a Occidente voy a llevar tu luz gigante,
redonda, tu luz enorme
que sostiene mi alma en tensión aguda.
Desde Oriente a Occidente.
Qué trabajo me va a costar dejarte ir con los pájaros,
qué trabajo me va a costar.
Voy a levantar tus brazos
y se los voy a regalar al viento,
voy a levantar así tus brazos
y se los voy a regalar al viento.

No voy a llorarte más / voy a seguirte hasta el sol.
Ni voy a soñar con vos / voy a usar tu corazón de león.
Yo voy a usar tu corazón.
No queda nada aquí / ya no hay nada que cuidar.
Sólo es tu pecho Dios / que empuja como las olas del mar.
Siempre conmigo vas a estar.
El mundo va a caer / va a desaparecer.
Yo tengo tu saco azul / tengo tu saco azul.

Me pedís que no te llore más, que no te llame más,
que te deje ir, que si te llamo venís,
y que vos estás por pasar a dejar de ser,
pero yo sé que no es por vosque no te debo llamar.
Habrá que olvidar y bueno
y bueno pasará (y todo también pasará).
Pobre, tan sólo te voy a dejar sin saber nada
ni el olor de donde estás
sin siquiera reconocer el olor de donde estás.
Mi corazón late,
sin tu mano enorme en mi cara,
tu mano gigante en mi cara
gigante enorme.
Ya no lloro más, tengo de qué reír.
Mirá acá tocá acá, acá, tocá acá.
Tu mano enorme en mi cara,
gigante, tocá mi cara...

Canción de saco azul / nadie te va a recordar,
pero dentro de mí / siempre te vas a quedar.
Siempre conmigo vas a estar.
Canción de saco azul / nadie te va a recordar
sólo es tu pecho Dios / que empuja como las olas del mar.
Siempre conmigo vas a estar.


13 de febrero de 2009

Literatura

(…)
Dos semanas más tarde llamo por teléfono a Mónica y la invito a salir. No tuve noticias suyas desde que le mandé el email con los cuentos. Vamos a tomar algo a un pub de Barrio Norte y fumamos dos cigarrillos antes de que ella saque el tema.
–Leí los cuentos –dice, aspirando el humo.
–Ahá.
–Están muy bien escritos.
–Hm.
Mónica da otra pitada y me mira directamente a los ojos.
–Pero la verdad es que no sé qué es lo que tienen de especial. Todos los años se publican miles de cuentos como esos. No me parecen para nada originales. Están re bien escritos, ya te lo dije, súper profesionales. ¿A vos te importan esos personajes?
No contesto su pregunta y ella sigue hablando.
–Claro, cómo no te van a importar si escribís sobre ellos. Pero me pregunto por qué me tienen que interesar si a ellos mismos no les importa nada de sí mismos. Son como robots, no tienen sentimientos, ni metas en la vida, nada … Nada que les importe. Yo también fui a un taller literario y entiendo un poco del tema.
–Yo nunca fui a un taller literario.
–Ahá.
Nos quedamos un rato en un silencio un poco incómodo hasta que Mónica vuelve a hablar.
–Yo creo que la vida de la gente tiene que tener sentido. Hay que tener objetivos, algo positivo que nos haga seguir adelante, desafíos para mejorar, ser mejores personas.
–¿Todo eso lo aprendiste en el taller?
–Espero que no te enojes. Por lo menos te fui sincera.
–No, claro.
–Además, ya te lo dije. Están re bien escritos.
–Sí, ya me lo dijiste.
(…)


Fragmento del cuento “Literatura”, del libro Literatura y otros cuentos, de Martín Rejtman (Interzona, 2005)

"Y es que el fuego ha quemado al dragón / que existe ahora entre nosotros dos / (somos caricias de un alma que piensa) . . . "

12 de febrero de 2009

"Para saber bien cómo era la soledad / yo tuve que conocer a alguien como vos..."

Luego de andar caminando sin un rumbo fijo
vuelvo al lugar donde tanto silencio aprendí.
Abandonando placeres casi divertidos
(vuelvo al lugar donde tanto silencio aprendí)

Si estoy despierto y sueño con tus ojos
no te olvides que yo te vi primero.
Dame refugio esta noche de otoño,
ahora estoy libre sin causa y condena

Para saber bien cómo era la soledad
yo tuve que conocer a alguien como vos,
un dulce viento con lágrimas en sus mejillas,
disfrazadita de lluvia así me gusta más

Refugio, de Mal Momento (El audio no es muy bueno -está grabado en vivo en un estudio de radio- pero la canción es increíble)

11 de febrero de 2009

You're wondering now

You're wondering now, what to do, now you know this is the end
You're wondering how, you will pay, for the way you did behave

Curtain has fallen, now you're on your own
I won't return, forever you will wait

4 de febrero de 2009

Interviú

“Los escritores son los neuróticos que la pasaban mal en la escuela”

Por Valeria Tentoni (para el suplemento Nexo del periódico Atico de Bahía Blanca)

Joven, muy joven, este autor bahiense ya cuenta con su primer libro de cuentos publicado, y una novela en camino. Con la idea en mente de que “cualquier acontecimiento puede ser narrado”, Molina se anima al relato de lo imperceptible, y empuñando elementos cotidianos, como quien manipula colores primarios, logra generar un universo de palabras en el vacío, para que haya, como dice, donde antes no había nada, una historia. El valor de una llamada de teléfono equivocada.

¿Cómo se originó tu vínculo con la literatura? ¿Cuáles fueron tus primeras lecturas?
Creo que me empezó a gustar la literatura desde antes de saber que me gustaba, desde antes de leer un libro por voluntad propia. De chico exploraba mucho en las letras de las canciones, por ejemplo. O leía el diario y, más que en la noticia en sí, me fijaba en cómo estaba construido el texto. Me enganchaba con todo tipo de narraciones, con los programas de radio de la noche, los discursos políticos, las transmisiones de básquet. Me colgaba oyendo conversaciones, imaginando charlas entres personas que no se conocían. No pretendo decir que todo es literatura, pero sí creo que en esa época le empecé tomar el gusto a cierto tipo de relatos. Después, en la adolescencia, el primer libro que compré, influenciado por una canción de Los Fabulosos Cadillacs, fue Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano.

En tu libro Los estantes vacíos, se encuentra un estilo bien afirmado que está presente en cada uno de los cuentos. ¿Cómo fuiste encontrando ese estilo? ¿Cómo definirías tu escritura?

Las definiciones de ese tipo siempre son inexactas, por eso prefiero no arriesgar ninguna. Te podría decir que me gusta trabajar con los detalles, con los pliegues del pensamiento, con las cosas no dichas, con retazos que a simple vista no merecerían estar en ningún libro. Cuando me pongo a escribir trato de olvidarme de la palabra literatura. Es un término hermoso, pero que también, en cierta acepción, conlleva una carga de tradición muy pesada. Y yo intento alejarme de cualquier tradición, trato de romper con los clichés, los estereotipos, el costumbrismo, las estructuras, el coloquialismo mal entendido. No sé si lo logro, ni cuál es el valor de eso, pero lo intento.

Tenés cierta predilección por lo cotidiano, lo doméstico, si se quiere; ¿Qué hace del detalle de un acontecimiento "normal", una historia para contar?
Cualquier acontecimiento puede ser narrado. Esa certeza me salva muchas veces. Aunque tengo como regla tácita no escribir sobre ciertos temas (por razones que resultaría largo explicar), saber que cualquier cosa se podría corporizar en palabras puede ser un alivio hasta en situaciones extremas. Con respecto a lo cotidiano y lo doméstico, creo que lo raro tendría que ser lo contrario: que los personajes de las novelas siempre protagonicen grandes epopeyas, cuando en realidad eso no pasa tanto en la vida real. La mayor parte del tiempo uno no la pasa pensando en los grandes sucesos o en las misiones vitales, sino en cosas mucho más pequeñas: duda en volver a su casa para confirmar si dejó la llave de gas cerrada, hacer fuerza mental en la cola del banco para que le toque la cajera más linda, se obsesiona con asuntos a los que al otro día no les encuentra sentido, se incomoda si tiene que hablar con un desconocido en un ascensor. Una vez un amigo me preguntó: “¿por qué será que en las películas o en las novelas nadie recibe llamadas de teléfono equivocadas?”. Tampoco nunca un personaje llama a otro para nada en especial, para preguntarle cómo anda todo. Yo en mis relatos intento que todas las llamadas sean equivocadas, pero que al mismo tiempo tengan un sentido dentro de la historia.

¿Por qué procesos transita una idea en vos hasta trasladarse a la palabra escrita?
Es impredecible. Cada vez que termino de escribir algo, creo que nunca me va a salir otra cosa. Es raro leerse: ahí hay una historia que antes no existía y que uno metió de alguna manera en el mundo, aunque sin tener la conciencia exacta de cómo lo hizo. Yo suelo tomar notas de escenas, de diálogos, y algunas después van tomando forma. La mejor parte de la escritura es la que se hace de manera inconsciente. Uno puedo pensar los personajes y delinear una trama, pero lo que pasa cuando surge la inspiración y se van llenando páginas de cuaderno o de word es lo más lindo, y, al mismo tiempo, lo más misterioso de todo.

¿Tenés rituales a la hora de escribir?

Antes tenía rituales y me imponía rutinas. Pero desde que soy padre ya no puedo darme ese lujo: escribo cuando encuentro el tiempo y la tranquilidad para hacerlo. Tal vez por eso empecé a escribir novelas, para tener hilos de los que ir tirando cada vez que me siento a escribir y no tener que empezar siempre desde cero. Una comodidad burguesa, en cierto sentido.

Formás parte del grupo El Quinteto de La Muerte, con el que realizan lecturas en vivo. ¿Qué cosas te aportó este grupo humano?
Lo que me otorgó el Quinteto es, sobre todo, la amistad con gente que invierte buena parte de su tiempo en una actividad tan absurda como la literaria. Porque el de escritor de ficciones debe ser uno de las oficios más inútiles a nivel social. Es verdad que sirve para que alguna gente se entretenga, se emocione o se ponga a pensar, pero la relación costo beneficio, en términos de producción capitalista, es demasiado negativa. Entonces el Quinteto es una de las cosas que me ayuda a sentirme menos solo dentro un mundo en el que el capital simbólico tiene una utilidad casi nula.

¿Qué aportes te dió la lectura en vivo de tus textos? ¿Modificó tu manera de escribir?
No la modificó para nada. Me gusta leer en público, a veces lo disfruto más y a veces menos, pero tengo claro que ahí no se juega nada de mí como escritor. No es una instancia comparable a la de un músico tocando sus canciones. Un escritor no tiene necesariamente que interpretar bien su obra. No es un actor ni un locutor. La verdadera experiencia de lectura es solitaria y en voz baja. Lo mejor de las lecturas en público es que le dan entidad social y de conjunto a un hecho que no la tendría de otro modo. Las lecturas están buenas cuando tiene cierta mística, y creo que las del Quinteto la tienen.

¿Te sentís parte de una generación literaria? ¿Qué elementos los hermana además del momento y del lugar?
La generación existe, no es cuestión de sentirse parte o no. Supongo que todas las épocas tuvieron sus camadas de nuevos escritores, pero lo que hay ahora, y que se nota desde hace unos cuatro años, es una herramienta como Internet que les permitió, en principio, darse a conocerse entre ellos. Así como en otras décadas los autores se nucleaban en torno a revistas, ahora lo hacen a través de blogs y de sitios digitales. Paralelamente a eso surgieron algunas editoriales independientes como Entropía –en la que edité mi primer libro y voy a editar el próximo– y se armó un circuito de lecturas que ayudó a crear un clima. En cuanto a los autores, no veo ningún patrón común. Por suerte hay una gran variedad de concepciones y de estilos.

¿Cómo aprovechás el formato blog para tu escritura? ¿Qué cosas tuyas van a parar ahí?
A lo que escribo en el blog no le doy mucha trascendencia, lo publico así nomás, sin pensarlo demasiado y sin correcciones. Aunque después me doy cuenta de que varias de esas cosas me terminan gustando. De hecho, en base a textos del blog armé Un padre de familia sin auto, una especie de novelita autobiográfica que va a formar parte del libro del Quinteto de la Muerte que se va a publicar este año.

Naciste en Bahía y viviste acá hasta los quince años. En una nota decís de esta, que es una ciudad "tímida". ¿Por qué?
Sí, dije eso, pero después me arrepentí un poco. Decir eso me sirvió para hablar un poco de mí, como una metáfora de mi infancia. Pero no me gusta generalizar ni ser prejuicioso, no quiero parecerme a los tarados que, por el hecho de estar más o menos cerca de Puerto Belgrano, dicen que Bahía es una ciudad fascista.

¿Qué imágenes te trae Bahía Blanca? ¿Cómo ves, desde tu vida en Buenos Aires y tus visitas esporádicas, el estado de cosas del medio cultural en esta ciudad?
Las imágenes son muchas. Ahora se me ocurre el frío de la plaza Rivadavia cuando la cruzaba para ir al colegio; el viento caliente y seco del verano; la cancha de Estudiantes llena; la tranquilidad de la avenida Alem los domingos a la tarde en que volvía con mi familia de Sierra de la Ventana; la cantina de Napostá; una pintada en la entrada del club Palihue a mediados de los ochenta: ciudado, Astiz anda suelto; las primeras salidas nocturnas por Fuerte Argentino cuando todavía me peinaba como un nene y no me había cambiado la voz. Lo que pasa es que yo me fui de Bahía cuando aún no se había concretado el proyecto de exterminio social y cultural pergeñado por el menemismo. Entonces es lógico que la actual sea una ciudad diferente, aunque no tuve demasiadas oportunidades para constatarlo. Y si con medio cultural te referís al campo artístico o literario, tampoco tengo muchas referencias, más allá de la existencia de un interesante grupo de poetas y de un valioso espacio como la editorial Vox.

"Me salva/y me condena a la vez/pensar/todo el día en palabras". ¿Qué lugar ocupa la poesía en vos?

Para escribir narrativa es necesario tener un sentido poético. Al término prosa poética no lo entiendo: para mí toda la prosa debe ser poética. Pero no hablo de la acepción cursi y solemne que se le da a la poesía en la escuela, sino de su sentido más profundo, y también de la justeza que hay que tener para construir las frases, de sentir que cada palabra tiene que estar ahí por algo y cumpliendo determinada función. En cuanto a mis poemas, los hago sin proponérmelo demasiado. Surgen como chispazos. Estoy pensando en algo, y de pronto me baja casi todo el poema completo. Después sólo tengo que sentarme a transcribirlo. Por otro lado, me gustaría que la lectura de mis relatos tuviera un efecto parecido a la lectura de un buen poema, una especie de emoción imprecisa, una sensación complicada de definir.

Para terminar; sé que cuando tu hijo Fausto se pone mañoso, le contás un cuento. ¿Cómo es Molina papá escritor? ¿Cómo se emparenta ese rito privado con tu hijo?
Papá-escritor suena raro. En realidad, cualquier título que se ponga al lado del de padre queda medio ridículo. A mí ser padre me ayudó a relativizar la mirada sobre muchas cosas, entre ellas la literatura. Sigo pensando que la literatura me cambió la vida y que sin ella sería una persona mucho menos saludable psíquicamente, pero a muchas de las cosas que la rodean (las capillas, la rosca, el pasilleo, el supuesto prestigio) les presto cada vez menos atención. Con respecto a mi hijo, voy a hacer lo posible para que disfrute del placer de la lectura, pero espero, por su bien, que no tenga pasta de escritor. Porque los escritores, en general, son los tipos introspectivos y neuróticos que de chicos la pasaban mal en la escuela, los que eran marginados en los recreos, los que se sacaban las peores notas porque no prestaban atención en las clases. Entonces espero que mi hijo tenga otros intereses, que sea médico, ingeniero o abogado. O que encuentre un buen modo de vengarse de sus compañeritos.

*