29 de diciembre de 2008

Plataforma 56

Si el movilero de Todo Noticias que
deambula por la terminal de Retiro
en busca de testimonios
sobre el éxodo turístico
viera la sonrisa y los brazos abiertos
con que me saluda mi hijo
tras quince días sin verme,
llamaría a estudios centrales
para pedir que dejen de hablar
sobre la ola de inseguridad
o el blanqueo de capitales,
para darles la primicia
de que lo único real
está sucediendo ahora
en la plataforma cincuenta y seis
al costado de un coche cama
procedente de Villa Gesell.

24 de diciembre de 2008

23 de diciembre de 2008

"La hora del almuerzo", Pío Collivadino (1903)


“ (…) El 19 de diciembre estábamos en la peña tomando un vino con un músico de Santiago del Estero, un sobrino de Mario Roberto Santucho, y cuando íbamos por la mitad de la botella empezamos a escuchar el quilombo de afuera, los gritos, el ruido de las cacerolas, la gente que pasaba. Lo miré a Santucho y le dije: están haciendo la revolución y no nos dimos cuenta. Entonces dejamos todo, salimos así como estábamos y nos pusimos a caminar para el centro. Cada vez había más gente, se agrandaban las columnas. Hacía calor, avanzábamos y había cada vez más quilombo. De repente en medio del lío lo pierdo a Santucho y me quedo con dos mujeres que se nos habían juntado: una colega tuya, una periodista fotógrafa, y una mina más grande que andaba en bicicleta y lo gracioso era que tenía un diablito abajo del brazo. Un muñeco, una especie de títere, que era un diablito así bastante grande. Seguíamos caminando para el lado de la plaza. Y cuando empezó un quilombo con la policía, le digo a la fotógrafa vení para este lado, vamos para allá que está más tranquilo… Pero no, ella quería meterse en el medio de todo, si había balas se metía en el medio de las balas para trabajar. Decía que tenía que mandar las fotos antes de las cinco. No sé qué hora era en ese momento, ya era la madrugada, y lo que pasó después es que en una desbandada perdimos a la mina de la bicicleta y yo me quedé con el diablito llevándolo para todos lados, y cuando ya era de día tuve que volver con el diablito a mi casa (…)”

20 de diciembre de 2008

La novela, un modo de acumulación

Aunque me embarco con expectativa y felicidad en su escritura, la novela sigue pareciéndome un género burgués –para usar un término anacrónico aunque cierto.
*
El novelista tiene algo de empresario, o de jefe de área diciéndose a sí mismo: bueno, ponete las pilas, para el fin de esta semana tenés que terminar el segundo capítulo, metele que no terminás más.
*
El novelista acumula palabras y frases como si tratara de acumular carga horaria en un trabajo tradicional. Un modo de acumulación capitalista y en cierto modo conservador. Un modo de acumular que funciona en realidad por sustracción. Dos trabajos que se ejecutan de manera consciente, muchas veces lejos de los raptos de inspiración: ya tengo la estructura, ahora invento cosas para meter ahí adentro.
*
El momento más feliz en el proceso de escritura de una novela puede no ser aquel en que uno está escribiéndola: puede ser aquel en que, lejos de la máquina, mientras hace cualquier otra cosa, piensa en ideas, palabras o frases y no ve la hora de sentarse a escribirlas, a ir dándole forma a ese nuevo universo que va a meter en el mundo.
*
Lo mejor de escribir novelas es que uno, cuando se sienta frente al papel o la pantalla, siempre tiene algo para hacer. O al menos tiene hilos de los cuales tirar para ir ampliando la superficie. Eso es, en rigor, lo mejor y lo peor al mismo tiempo. Una comodidad cautelosa, que no tendría mucho que ver con el espíritu de la creación artística genuina.

No-Retornable

Salió el nuevo número de No-Retornable con un dossier sobre Malvinas y muchas (literalmente, muchas) cosas más. Para leerla hay que clickear acá.

18 de diciembre de 2008

17 de diciembre de 2008

Siguiendo la luna

Hace algunos años, en una entrevista que le hice, Sergio Rotman me dijo: “eso de los estadios y de los conciertos gigantes es una enajenación, el rock está hecho para tocarse en lugares chicos”. Y la comprobación de sus palabras pudo haberse dado en el recital que brindó junto a los Cadillacs en River el sábado pasado. Es cierto que fue un concierto excelente y por momentos emocionante, con un despliegue musical e histriónico formidable, difícil de superar por cualquier banda argentina. Pero en la impersonalidad de los estadios hay algo que se pierde. Algo que podría ser llamado calidez, comunión, espontaneidad. Como escribí después del show de Soda Stereo del año pasado, cuando un hecho artístico se vuelve tan multitudinario ya no hay identificación posible: ese hecho se brinda a todos y a nadie al mismo tiempo. Aunque también puede ser verdad que debo estar poniéndome un poco viejo. En otra época, un recital de un grupo que me gustaba me provocaba cosas totalmente diferentes. Si no estaba cerca del pogo o a los saltos cerca del escenario sentía que estaba perdiéndome algo, y después salía tarareando la última canción con la energía cambiada, con ganas de hacer cosas, de ponerme a escribir, de pensar en proyectos. Ahora sigo disfruntando de estas cosas, pero de una manera mucho menos eufórica y más analítica. Acá abajo, una grabación casera de Siguiendo la luna, en el momento en que salía la luna en la noche del viernes.

15 de diciembre de 2008

Continuidad de los kioscos, "la fundamentación de la existencia de este movimiento".

11 de diciembre de 2008

Sandinista!

Sandinista

Recién ayer, googleando, me enteré de que en el mundo hay otra obra literaria titulada Los estantes vacíos. Es un poema de Ernesto Cardenal, bastante malo y desconocido fuera de su país de origen, que hace referencia a los estantes vacíos de los supermercados nicaragüenses durante la revolución sandinista de la década del ochenta. El embargo que Estados Unidos le inflingió al gobierno de corte socialista provocó que desaparecieran las “hileras de cosas de colores” de las góndolas de los supermercados. Y esos estantes vacíos, para Cardenal, fueron símbolo de resistencia heroica del pueblo ante la agresión y el desabastecimiento imperialista.

Ayer entré a un Supermercado
y vi los estantes vacíos;
la mayor parte vacíos; y sentí un poco
la melancolía de los estantes vacíos,
pero más que eso, la alegría
por la dignidad de nuestro pueblo patente
en los estantes vacíos.
Estos estantes antes tan abarrotados
de cosas de todos colores innecesarias y necesarias
o como están en otros países. Es el precio
que pagamos, un pueblo pequeño peleando
contra el Coloso, y los veo repletos
de heroicidad los estantes vacíos.
El precio de la independencia. Y porque hay
miles de cachorros de Sandino sueltos por el monte.
Y así como faltan esas hileras de cosas de colores
falta la señora en la accra enseñando su haga,
el niño de ojos blancos como mármol extendiendo su mano.
Los niños retozan en sus barrios;
los mayores, tranquilos.
Y los policías sin garrotes de hule en la calle
para pegar a la gente,
ni bombas lacrimógenas
ni mangueras de agua ni escudos antimotines,
por los estantes vacíos.
Están sin las cosas
necesarias o innecesarias, pero llenos de sacrificio
y orgullo los estantes vacíos,
orgullo, arrogancia si se quiere, de un pueblo:
los estantes vacíos.
Ni se vende ni se rinde.
Y me fui, pesaroso pero gozoso por los estantes vacíos.

9 de diciembre de 2008

8 de diciembre de 2008

Bicho

La semana pasada Martín Lipszyc (una de las valiosas figuras que vendría a reemplazar, en el universo radiofónico, a esos viejos carcamanes que, con un lenguaje pseudo transgresor pero esencialmente conservador, pretenden seguir hablándole a los adolescentes y a los jóvenes, como si no se hubieran transformado en empresarios-millonarios-votantes de Macri) comentó Los estantes vacíos en el programa de Fernando Peña. Y después escribió una mini reseña del libro en el blog en el que escribe, y que puede leerse clickeando acá.

Salud, La Loma

4 de diciembre de 2008

Un padre de familia sin auto

Un padre de familia sin auto,
ni casa, ni familia,
mira el techo desvelado,
a las tres de la mañana.

Y espera a que se hagan las ocho
para caminar los mil kilómetros
que entran en la cuadra
que ahora lo distancia de su hijo.

Un padre sin familia que
–como los futbolistas
que se van al descenso–
habla en tercera persona,
para ablandar el dolor.



Si invitaran al Quinteto...

Roka Valbuena viajó a Villa Gesell, a cubrir el Encuentro Nacional de Narradores, y habló con el único asistente en las dos jornadas del evento.

“Es fascinante ser el único acá”

3 de diciembre de 2008

(...) La literatura. La venganza de los losers (...)