27 de abril de 2007

24 de abril de 2007

23 de abril de 2007

Córdoba y Callao

(Fotos y collage de Pedro Mairal)


Aunque, antes de mi instalación definitiva, había venido muchas veces a Buenos Aires –en navidades o vacaciones de invierno–, esta fue la primera esquina que conocí, de manera consciente, en la mañana de mi primer día hábil en la ciudad.

Llegué a Retiro un sábado de marzo de 1992. Mi mamá, que se había instalado en octubre o noviembre del año anterior, me esperaba en el andén. Tomamos un taxi hasta un edificio de Juncal a media cuadra de Pueyrredón, y un rato después, mostrándome el cuarto que compartiríamos, mi hermano me dijo: "este es el boliche". El departamento era de cuatro ambientes, pero no podía ni compararse con nuestra casa bahiense; los muebles que allá se acomodaban espaciados, acá se encimaban para entrar en el living.

El lunes, muy temprano, me disfracé con el uniforme de mi nuevo colegio. Padeciendo la humedad porteña caminé hasta Santa Fe y me metí en la boca del subte. Me soprendió que un rubio de pelo largo tocara el saxo a esa hora de la mañana. Entré al último vagón, y sentí el chirrido que –ahora lo sé– la máquina siempre hace antes de llegar a Facultad de Medicina. Enfrente mío viajaban unas chicas de mi edad a las que, por supuesto, el uniforme no les quedaba tan ridídiculo como a mí. Yo ya medía uno ochenta y cinco y era flaco como un alfiler, pero todavía me peinaba como un niño y no me había cambiado la voz.

Al salir del subte, pasar por el molinete y subir las escaleras me sentí un poco mareado. Aparecí en el cruce de estas dos avenidas, y aunque estaba a dos cuadras del colegio no supe hacia dónde ponerme a caminar. Con un poco de verguenza le pregunté por Riobamba a la mujer que abría el puesto de flores, y, parado en la esquina, durante varios segundos, me quedé mirando las ventanas de esos edificios antiguos.

¿Casualidad?

La semana pasada escribí sobre una casualidad: la chica que me pidió que le firmara un ejemplar de mi libro, en la presentación de Opendoor, había nacido en una de las pocas ciudades del interior (Santa Rosa, Pehuajó y Olavarría) que se mencionan en los cuentos. Y ahora me entero de que esa misma noche, antes de que yo llegara, Iosi, en el poema que leyó antes de la lectura de Romina, nombró a dos de esas ciudades.

18 de abril de 2007

17 de abril de 2007

Nuevo ciclo

NUEVA LITERATURA ARGENTINA

NARRADORES EN EL SIGLO XXI


Leen: SELVA ALMADA
CARLOS GAMERRO
MARIANA ENRÍQUEZ
ANDRÉS NEUMAN

Idea y coordinación:
ELSA DRUCAROFF

Auspicia editorial Páginas de Espuma

Un espacio para escuchar buena y nueva literatura, conseguirla a buen precio y tomar buenos tragos. ¡Los esperamos!

Jueves 19 de abril, 20 hs.
Estados Unidos 308. Buenos Aires.

15 de abril de 2007

"Ponela en el blog"

Además de la que aparece en la solapa, en las casi ciento noventa páginas de Los estantes vacíos se mencionan sólo tres ciudades del interior: Santa Rosa, Pehuajó y Olavarría (también están Córdoba y Arrecifes, sólo como gentilicios de clubes de fútbol). El viernes, después de la lectura de Romina Paula en la presentación de Opendoor, la excelente novela de Iosi Havilio editada por Entropía, una chica me pidió que le firmara el ejemplar de mi libro que acababa de comprar, y al enterarse de que yo era bahiense me comentó que ella era de Santa Rosa.
–Mirá vos, mirá que casualidad –le dije antes de ponerme a buscar esa página, y, mientras pensaba que la escena podría haber sido parte de ese mismo cuento, escuché que alguien me decía que la pusiera en el blog.

12 de abril de 2007

Hoy

11 de abril de 2007

4 de abril de 2007

Igor

Conocí a Federico Levín hace menos tiempo del que parece. Tal vez porque se me hace que todo lo que pasó antes del nacimiento de mi hijo fue hace una eternidad, o porque en el medio también pasaron muchas otras cosas, pero tengo la sensación de que la noche en que él, un segundo antes de saludarme, tiró hacia el cordón de la vereda el cigarrillo que estaba fumando, fue en alguna otra vida.

Pese a que no llevaba anteojos, yo lo había reconocido desde la esquina. El amigo en común con el que nos encontraríamos me lo había descripto por las dudas, por si él llegaba más tarde, para que no nos quedáramos sin hablar uno al lado del otro: "tiene una onda medio rara, una barba medio rusa . . .".
–Molina –me dijo Levín, antes de que yo le preguntara si era él, como si ya supiera que a partir de ahí nunca me llamaría por mi nombre de pila, y yo sentí un poco de vergüenza al imaginar cómo me habría descripto nuestro amigo en común.

No me acuerdo de todo lo que hablamos adentro del bar, mientras tomábamos cerveza y vaciábamos platitos de maní, pero sí recuerdo que él me contó que a los dieciocho años había editado una novela que ya no lo convencía mucho, y que ahora estaba terminando de escribir otra que sí lo tenía entusiasmado.

Como todo lo que pasó después (esa noche, ese año y los siguientes) es demasiado grande como para contar en un post, la elipsis imprescindible me deja en el jueves pasado, cuando Levín presentó Igor, la novela que estaba escribiendo en aquella época, en un tugurio tanguero de la calle Perón.

Esa tarde yo me escapé antes del trabajo, bajé del 151 cinco minutos antes de la hora anunciada para el evento, y al cruzar las vías me pregunté cómo se llamaría la calle Perón antes de la muerte de Perón. La persiana metálica del boliche todavía estaba baja, pero Romero me hizo pasar a través del portón. Adentro, en el salón del fondo del local, estaban Levín, los presentadores, algunos amigos más y dos maniquíes que representaban a los dos personajes principales de la novela.

El libro estaba hermoso y más grande de lo que yo había imaginado al leer el manuscrito. Mientras tomábamos una cerveza marca Igor fue llegando alguna gente más, y de repente, como pasa siempre, el salón se llenó sin que nos diéramos cuenta. A simple vista conté una concurrencia de unas ochenta personas. Si hubieran ido todos los que faltaban no habría quedado lugar.

En el escenario, Levín dio la bienvenida (al público y a su novela), Leo Oyola leyó este texto de presentación, y Mairal hizo unas preguntas de examen que el autor respondió a veces con evasivas y otras con solvencia. Después Gorostiza hizo magia con su guitarra, y junto a Federico cantó unos versos alusivos, de su autoría, que durante varias horas no pude dejar de tararear.

Lo imperante es Igor, un libro autosuficiente y muy recomendable, una de las novelas que yo hoy no dudaría en llevarme a una isla desierta. En la dedicatoria de mi ejemplar Levín escribió, entre otras cosas … "al primero con el que conocí todo esto" …, y al salir a la calle me acordé del vuelo de un cigarrillo encendido hacia el cordón de otra vereda. Unas esquinas más allá, mientras esperaba al 151 que tardaba demasiado en pasar, le pregunté a un viejo la hora e imaginé que él, después de hacer memoria, me respondía "se llamaba Cangallo".