27 de diciembre de 2007

26 de diciembre de 2007

Y que bufen los eunucos

(…) Pero hay un grupo que debuta en las antologías y constituyó para mí un verdadero descubrimiento. Son cinco escritores (Levín, Funes, Oyola, Molina, Romero) que animan un grupo de lecturas públicas autodenominado El quinteto de la muerte. Algunos publican en la editorial Gárgola y casi todos tienen una activa participación en la blogósfera (qué palabra imposible). Se advierte en los cuentos de ese grupo algo en común. No es una homogeneidad temática ni estilística, sino una rara combinación de libertad y seguridad, de voluntad de encontrar lo nuevo y de jugar con convicción el juego de la literatura. Los cuentos tienen una frescura inusual y dejan la impresión de ser la obra de escritores formados, de gente que ha desarrollado una dialéctica con el lector potencial (y que uno es ese lector) y no de un estudiante que quiere publicar por reflejo gregario a partir de un oficio aprendido como una técnica de soldadura autógena (…)

(…) Más tarde aparece el de Ignacio Molina, que corresponde al grupo de relatos que recuerdan una historia de amor trunca en el barrio. Pero acá, el barrio no es el del narrador sino el de la mujer perdida y la descripción elude la familiaridad en todo sentido. El personaje es un extraño: de Colegiales, de la vía del tren y de los rituales que allí se practican, de la casa de su novia que tiene un hijo de otro, del amor mismo. Esa ajenidad le da un clima particular al cuento y convierte lo dado en desconocido.
Los cuentos del grupo tienen la virtud de explorar ambientes no habituales o descubrir en los ambientes habituales un mundo oculto (…)



(La reseña completa de Quintín a Buenos Aires / Escala 1:1, clickeando acá)

24 de diciembre de 2007

Soda (las luces de los celulares)

El viernes, en un 42 que parecía tener la calefacción prendida, viajamos a ver el último recital de Soda Stereo. Por suerte, al rato de estar sentados en el campo, el clima cambió de pronto: empezó a soplar un viento fresco y la temperatura bajó quince grados en menos de cinco minutos.

Había muy poco ambiente de recital; si uno se abstraía del contexto y miraba alrededor podía pensar que, más que en la previa de un concierto, estaba en la entrada de un shopping. Pocos peinados raros, nula excitación, nada de marihuana. Muchas remeras amarillas recién compradas, que de lejos parecían más del Pro que de Soda. Muchos cuarentonas con hijos chicos y muchas veinteañeras con (este dato me lo pasó Melina después; yo no lo había notado) “las tetas hechas”.

Ese clima no-recitalero también se vivió durante el show. Tal vez fue el aire libre, el sonido no demasiado alto, o la multitud (siempre, en estos casos, me da la sensación de que el recital se brinda a todos y a nadie al mismo tiempo), pero la verdad es que en ningún momento terminé de creérmela. Intenté coparme un poco y tararear algunas canciones, pero nunca dejé estar sobrio y –al revés de lo que me pasa otras veces – consciente de la hora y del lugar en donde estaba: en la cancha de River, un viernes a la noche, aportando a la concreción de un negocio millonario.

Y eso que la banda sonaba bien, Cerati estaba locuaz y, si te tapabas los oídos, el sonido del bajo te golpeaba en el pecho. Uno de los mejores y uno de los peores momentos se dieron casi al mismo tiempo: Gustavo de repente dejó de cantar y, en una buena performance, golpeó la guitarra contra el escenario hasta romperla (las chicas que estaban detrás mío se la creyeron: “debe estar re drogado”, dijo una. “Debe estar enojado con el sonido”, dijo otra). Después contó algo así como “en Paraguay estuve una hora para hacer esto”, y algunos ridículos, casi inexplicablemente, se pusieron a gritar “Argentina, Argentina…”.

Lo que tampoco me cerró fue la pretendida complicidad de Cerati con el público, con el “ustedes” (“ustedes son lo mejores”, “los amamos”, “ustedes son el cuarto Soda”). Cuando ese “ustedes” son millones de personas (sesenta mil en el estadio, y muchos más afuera) la complicidad me resulta inverosímil. Creo que cuando un hecho artístico se vuelve tan multitudinario ya no es posible una identificación personal con eso. Me pasa algo parecido con los fanáticos de River o de Boca: cómo sentirlo como algo propio, cuando ese sentimiento es compartido con casi la mitad de los habitantes del país.

A la salida, en el camino hasta Barrancas de Belgrano, paramos en un kiosco de Libertador y compramos una gaseosa y dos pebetes de jamón y queso a un precio exorbitante. En el 63 de vuelta, mientras metía monedas en la máquina, pensé que las luces de los teléfonos celulares que –reemplazando a los encendedores de otras décadas– en algún momento habían iluminado el estadio, eran una buena metáfora de todo.

21 de diciembre de 2007

Las palomas

Recibo el viento en la cara, me golpeo los dientes con el nudi­llo de un dedo pulgar.

–Cuidado –me dice Rosario–, te los vas a rom­per.

–Hago música –le explico mirando hacia afuera.

Tomamos el tren con la idea de bajar en Retiro, subir a este ra­mal del Mitre y viajar hasta Colegiales. Pero después de hacer la com­binación nos distrajimos mirando por las ventanillas, y nos pa­samos una estación.

Ahora bajamos en Belgrano R y bordeamos las vías mientras empieza a anochecer. A la altura del puente de Elcano, al ver que dos policías caminan hacia nosotros, Rosario intenta pasarme la ma­rihuana con disimulo.

–Por las dudas, ponétela ahí –me dice.

–Pero tengo boxer.

–Ah, –se pasa el puño por debajo de la remera: –¿Y de qué lado cargás?

–No sé . . .

–De mis compañeros de la facultad, el sesenta y cinco por ciento cargaban del derecho . . . Habían hecho una encuesta.

–¿Una encuesta?

*


El relato completo, acá.

15 de diciembre de 2007

Payaso mediático

Si algo faltaba para que me decidiera a comentar en el blog el affaire del martes a la noche, era que el aprendiz de Peter Malenchini saliera en la página de la revista Ñ diciendo cosas como: "esta agresión atenta contra el mundo del arte", "hice una performance buenísima", "me sentí un rockero", "no entiendo que nadie me haya salido a defender como artista", "es como que Nabokov hable de Lolita en el Rojas y lo caguen a trompadas", "al no ser público de arte el que estaba ahí no entendió la situación de un artista haciendo obra", "cuando hablé con amigos artistas no lo podían creer". . .

¿A quién le ganó este ridículo?, ¿cómo puede decir toda esa sarta de boludeces inverosímiles?, ¿desde qué rincón de su cabecita infecta se llamará artista y saldrá ofendido a decir en los medios que nadie lo defendió del rugbier y que todos los que estábamos ahí éramos, con otras palabras, unos pelotudos?, ¿cómo tendrá el tupé de decir todo eso, después de haber ido al boliche donde estábamos comiendo post-evento para que lo sacáramos de su supuesta borrachera depresiva?

Es claro que nada de lo que pueda decir este tipo es peor que su confesada –y ahora parece que negada– pedofilia, pero se le podría tener un poco más de contemplación si se arrepintiera de algo (del hecho que contó o, al menos, de la situación que generó o de su espectáculo payasesco) y no saliera a vanagloriarse de todo amparándose en una dudosa y autoproclamada condición de artista.

Si –como se queja– los que estábamos ahí no lo hubiéramos defendido de las trompadas, ahora le faltarían todos los dientes y un cirujano plástico tendría que estar haciendo arte abstracto sobre su cara para recomponerla un poco.

¿Y la negación o puesta en duda de lo que dijo? ¿Será que ahora es demasiado cobarde como para mantener su confesión? ¿O será que –de a misma manera que, al mejor estilo Giordano, gritaba en falsete "es ficción, no me peguen que es ficción" cuando le estaban por dar la tunda–, ahora dirá que todo se trató de una simple performance para evitar que su hermano se entere de todo y termine de hacer lo que el rugbier no pudo?

*

(Más allá del mamarracho, y para bajar un poco el tono: es muy gracioso que al pibe que quiso hacer justicia por mano propia todos, sin conocerlo, lo llamen "el rugbier" o "el patovica de zona norte", ¿no?)

11 de diciembre de 2007


10 de diciembre de 2007

6 de diciembre de 2007

Cansado

Estoy cansado de mí
de seguir encerrado en un nombre
de llevar este cuerpo a todos lados
de esa cara envejecida en el espejo

Quiero ser un hombre que sea muchos
que no se deje arrasar por los días
que no viva atrapado en las palabras

5 de diciembre de 2007

Rugby (II)

El club queda cerca del Parque de Mayo y a media cuadra de Relieve, un boliche que estuvo de moda hasta hace unos diez o doce años, hacia mediados de la década del setenta, y que, según la leyenda, ahora está lleno de fantasmas. La continuación de esta calle, hacia las afueras de la ciudad, se llama La Carrindanga; ahí quedan las canchas donde jugamos los partidos y, un poco más acá, los cuarteles del V Cuerpo de Ejército y las ruinas de La Escuelita, el campo de concentración de la dictadura. Una tarde volvemos caminando por ahí, y escucho que uno de los pibes dice en voz baja: “milicos hijos de puta, hay que matarlos, habría que cortarles el pito con un pela papas...”.

3 de diciembre de 2007