28 de agosto de 2007

Girasoles

En Bahía son muy populares las semillitas de girasol. Las venden en bolsitas transparentes, con el nombre de la marca impreso en letras amarillas. La primera imagen que se me viene a la cabeza cada vez que pienso en la cancha de Olimpo es la de millones de cáscaras de semillas desparramadas sobre las viejas tribunas de madera durante la retirada del público. La primera vez que pedí semillitas en Buenos Aires, el kioskero se me rió en la cara: “¿semillitas, pibe, qué sos, una gallina, hincha de River?”. Años después aparecieron las Pipas, pero ni siquiera cuando tuve mi propio kiosco las probé: el envoltorio, demasiado moderno, me tiraba para atrás.

Anoche, mientras escribía, me acordé de todo eso. Me acordé de la manera en que me gustaba comerlas: separaba un puñado bastante grande de semillitas, me pasaba varios minutos pelándolas una por una, y después, todas juntas, me las metía en la boca. El placer casi efímero de morder tantas semillas al mismo tiempo justificaba todo el trabajo anterior. Algo similar, pensé ayer, me pasa cuando escribo cuentos: me gusta que el trabajo minucioso y casi de relojería que me lleva cada uno precise una lectura que lo devore de una sola sentada. Trabajar en la novela que estoy escribiendo, en cambio, es comer las semillitas del modo más tradicional: de a poco; sin prisa, sin pausa y sin tanta fineza; abriendo cada fecha una bolsita; mordiendo la cáscara, escupiéndola al tablón y despegándome los restos de los dientes.

Solicitud de paradero

¿¿Y Agua de estanque??

¿¿Y Anónima??

21 de agosto de 2007

Etcétera

Si yo fuera un campeonato de básquet no sería la Liga Nacional ni ninguna de las ligas europeas ni, mucho menos, la NBA: sería el torneo local de Bahía Blanca. No quiero decir que ese sea el campeonato que necesariamente más me gusta; quiero decir que ese es el que yo sería. Me resulta difícil explicarlo, pero no me quedan dudas al respecto. Un torneo compuesto por veinte clubes de los diferentes barrios de la ciudad, a cuyos partidos, durante la temporada regular -antes de los playoffs-, no van, salvo excepciones, más de trescientas o cuatrocientas personas que entienden bien lo que están mirando. Un torneo compuesto por hombres que entrenan en un solo turno por día, tienen que trabajar de otra cosa para ganarse la vida, y, aunque en muchos de los casos cobran algún sueldo, siguen jugando por la camiseta, el amor al barrio o la pasión por el básquet, sin ningún tipo de interés extradeportivo.

*

Abel Escudero Zadrayec es un periodista bahiense que además de cubrir, entre muchas otras cosas, el torneo que yo sería si fuera campeonato de básquet, tiene un blog en donde documenta su presencia en el partido más largo en la historia de Sudamérica, escribe proclamas como ésta y postea –después de conocerme a través Unidad Funcional– elogios demasiado desmedidos.

14 de agosto de 2007

10 de agosto de 2007

"Una unidad funcional"

(Publicado en la revista No-retornable)

Los estantes vacíos (Entropía, 2006)
de Ignacio Molina

por Sol Echevarría

Los estantes vacíos es un libro compuesto por quince relatos que funcionan como quince piezas de un rompecabezas. Si bien la tapa anticipa que es una compilación de cuentos, lo cierto es que existe una marcada continuidad entre ellos. El cruce de personajes, de historias y de lugares es tal que hasta podría pensarse que se trata de una novela. Cada cuento está compuesto por diferentes fragmentos y, a la vez, cada cuento es un fragmento del libro, como si todo fuera una unidad funcional. Una unidad, por supuesto, despedazada e incompleta, que se puede leer de atrás para adelante o saltando en forma desordenada.

El cruce entre un cuento y otro está dado por los vínculos que se generan entre los personajes a causa de su deambular por la ciudad. A menudo sus vidas apenas se rozan por un instante y luego prosiguen cada una por su camino. El azar cotidiano influye en estos pequeños intercambios que hacen que la mirada del narrador zigzaguee entre distintas historias. Así, sigue los pasos de un chico que va a comprar algo al kiosco y, zás! luego vemos al chico alejarse a través de los ojos del kiosquero, quien se convierte inmediatamente en el foco del relato. En este vaivén narrativo predomina un interés fugaz y algo caprichoso gracias al cual el relato diverge constantemente.

Este desplazamiento de perspectivas produce una visión panorámica fragmentada. Una vuelta al día en ochenta mundos donde cada personaje tiene una óptica determinada y una historia particular, aunque ésta permanezca apenas esbozada. El resultado es un rompecabezas imposible, ya que nunca se puede reponer la totalidad de las historias que se narran. Hay elipsis, piezas sueltas y repeticiones. Queda una mirada desecha, similar a la que se obtiene al observar a través de un calidoscopio.

Se produce un texto espiralado en donde las historias se entrecruzan. Los nombres de los personajes ya leídos resuenan en cada cuento como un eco, a veces difícil de restablecer. Vuelven a la memoria como un chispazo, como una resonancia de algo olvidado. La errancia de los personajes es la que estructura el relato. Estos nuevos flaneurs del segundo milenio recorren la geografía concreta y bien delimitada de Buenos Aires, sobre una calle o avenida en particular. Ese hincapié en el detalle cartográfico pareciera trazar una flecha que apunta a la realidad como su blanco principal.

Los personajes son, casi todos, veinteañeros que se hunden en siestas desordenadas, conversaciones triviales y se dedican a dar vueltas por la ciudad. Por momentos parecieran incluso no decidir sobre su destino. Hay cierta inercia en la manera que tienen de desplazarse por el mundo. Se entregan al azar como si fueran pequeños autómatas. Duermen, comen, conversan, deambulan y vuelven a sus casas. Están enmarcados en una cotidianidad de quehaceres domésticos y de acciones banales, apenas atravesada por conflictos que se disparan tanto a causa de la mirada de un mozo como por una tortuga encontrada en la calle.

(...)

(La reseña completa, clickeando acá)

5 de agosto de 2007

31...

...¿¿treinta y uno!!!???...

2 de agosto de 2007

Cháchara

Anoche, en la previa de la sesión de fotos para la revista Dodó, dije que, al momento de ponerme a trabajar en la novela, me presionaba el hecho de tener en cuenta todas las cosas que me comentaron y se escribieron sobre mi primer libro. Y después, ya en la vereda, pensé que era un boludo. Soy un boludo, me dije, sintiendo en todo el cuerpo la humedad de la avenida de Mayo: lo que me presiona no es eso; lo que me presiona es la inflación, llegar con lo justo a fin de mes, pensar en el futuro de mi hijo. Nada de lo que tenga que ver con la escritura me puede presionar, y todo lo que pueda decir sobre ella es, en el fondo, pura cháchara: en realidad lo único importante es leer, hacerse el tiempo para escribir, poder vivir en la literatura al compás de los días.

*

Ayer, minutos antes de las cinco de la mañana, el bebé cumplió once meses. En algún momento del día se golpeó la cara con la baranda de la cuna. Auque no demuestra dolor, ahora tiene un pequeño moretón negro al costado de un ojo. Esta mañana, para sacarle la hinchazón, le pasé un cubito de hielo envuelto en una servilleta, y después, para curarle el resfrío que no lo había dejado dormir en casi toda la noche, le puse gotas en la nariz y le hice un baño de vapor. Los dos, casi desnudos, transpiramos como si hubiéramos corrido una maratón en pleno verano. Antes, y hasta que el reflejo empezó a hacerse borroso, jugamos a hacernos peinados ridículos frente al espejo.