31 de marzo de 2006

Vestidos azules

El miércoles a la noche fui a la presentación de La educación de los sentidos, la última novela de Miguel Vitagliano. Hacía varios años que no nos veíamos; nuestros últimos contactos habían sido vía epistolar. El me reconoció enseguida, pero (tal vez por haber visto la foto de éste otro Ignacio Molina en el blog) se sintió confundido.
–Pensé que te habías quedado pelado –me dijo.


La presentación, en la Boutique del Libro de Palermo Viejo, consistió en una entrevista con Silvia Hopenhayn. Yo me tuve que ir antes de que sirvieran la copa de vino, y como ya estamos a fin de mes no pude comprar la novela.

A mi humilde juicio, Vitagliano es uno de los narradores más interesantes de su generación y un férreo militante de la literatura; da clases en la UBA y, aun sabiendo que "uno pasa tres años escribiendo una novela de la que el mundo ni se va a enterar", ya tiene siete libros publicados y algunos más inéditos.

Hace once o doce años, en un local de Juramento y 11 de Septiembre donde antes había un bar y ahora hay una farmacia, Vitagliano, después de leer mis primeros y hoy vergonzantes cuentos, me dio algunos consejos prácticos.
–Ojalá te sirvan para seguir escribiendo –me dijo mientras llamábamos al mozo. Yo había pedido una lata de cerveza y él un café, que después me arrepentí de no haberle pagado.


Sus libros, anteriores y posteriores a esa fecha, así transcurran en un Flores contemporáneo o en el Tigre de los años cincuenta, son novelas extrañamente familiares –en el amplio sentido del término–, tal vez porque sus personajes intuyan que "en las micro sociedades es donde se cocina el mundo". En muchas de ellas hay referencias a la cultura japonesa, y en todas –me permito develar un guiño, y adivino que en La educación de los sentidos también– hay mujeres con vestidos azules.

30 de marzo de 2006

Grupo y factor

Esta mañana, como hace nueve meses, fui a que me sacaran sangre. Aquella vez, por indicación de un médico que necesitaba saber el origen de mi migraña; hoy, para confirmar mi grupo y factor sanguíneo a pedido del obstetra. Él me había dicho que sólo me harían un pequeño pinchazo en la yema de un dedo, pero la mujer encargada de las extracciones me dijo que no. Tuve que sacarme el buzo, arremangarme la camisa, estirar el brazo derecho, apretar el puño hasta que se me hinchara la vena, y respirar profundo al sentir el frío de la aguja.

A Melina ya se le nota la panza; acaba de entrar en el quinto mes de embarazo. Ya superó la etapa de náuseas y mareos, y hasta ahora, que yo sepa, tuvo dos antojos fuertes: una noche le pidió a su papá que la llevase a comer tallarines a la parissien, y una mañana me llamó desde el trabajo para decirme que sentía en las papilas gustativas el sabor de una manzana verde y que ninguno de sus compañeros quería bajar a la verdulería.

En el supermercado los cajeros le permiten evitar las colas, y en los colectivos, me contó anoche, la mayoría de los pasajeros se hace la desentendida; giran la cabeza y miran por la ventanilla para no dejarle el lugar. El domingo pasado, cuando la acompañé hasta su casa en un 151 lleno, un cuarentón de pelo largo que viajaba parado, luego de mirarle la panza, se me anticipó:
–A ver si alguien le da el asiento a la señora de verde, que está embarazada, por favor –pidió en voz muy alta, y yo, aunque me sentí bastante contrariado por el término "señora", tuve que girar el cuello para agradecerle con la mirada.

28 de marzo de 2006

González

Escuché la voz de González, el portero del edificio de al lado, a tra­vés de la ventanilla por la que atendía a los clientes:
–Flaco, hoy hace treinta años que me metieron en cana –me dijo como al pasar mientras terminaba de barrer la vereda.

"Si no la contaba se moría", decía mi viejo cada vez que alguien –el mozo de un bar o un conocido que nos cruzábamos por la calle– se ale­jaba con una sonrisa de satisfacción luego de contar­nos su anécdota. Re­cordé esa frase mientras le preguntaba a Gonzá­lez "¿a quién boleteaste?", antes de abrirle la puerta del local suponiendo que ésta superaría en calidad a su promedio de historias.

González entró, buscó un Jorgito blanco en la caramelera, apoyó la escoba contra la heladera exhibidora y contó algo más o menos así:

–Sí, hace treinta años volvió Perón. Pero esto no tiene nada que ver, o casi nada. Calculá que yo tenía quince años. Vivía en Mar del Plata, y a veces, como mi viejo me mandaba a laburar, ha­cía changas ayudando a un tipo que colocaba alfombras y corti­nados . . . Sí, cuando me iba mal en la escuela . . . Bueno, re­sulta que un día, volvía a mi casa a la tarde, y me para un pa­tru­llero, salió un tipo, un cana de civil, me metió adentro a los golpes, y en el asiento de atrás me siguieron pegando. "¿Adónde está la guita, pibe?", me decían. ¿Qué mierda pasaba? . . . Yo no enten­día nada, no podía ni ha­blar. Cagado en las patas estaba . . . Sí, quince años tenía, un pendejito era . . . Perá que te cuento . . . Parece que a una señora, una vieja, que le habíamos he­cho un laburo en la casa, le falta­ban como 40.000 dólares de la caja fuerte. Le habían afa­nado, y cuando fue a hacer la denuncia y le pre­guntaron de quién sos­pe­chaba me mandó en cana a mí . . . Sí, vieja de mierda . . . Yo no tenía nada que ver . . . No, qué me van a soltar en­se­guida. Más de un día me tu­vieron ence­rrado . . . Y los canas estaban convencidos de que yo era el chorro, o se hacían los que estaban con­vencidos. A la noche me si­guie­ron pegando, me preguntaban por la guita y ahí me contaron que la vieja esa me ha­bía botoneado mal, y después me torturaron para que firme un papel: las manos contra la pared y pi­cana en los testí­culos . . . sí, picana . . . firmé una declaración o algo así . . . Al otro día mi vieja me llevó dos sángu­ches de milanesa así gigantes a la comisaría, y los gua­chos no me dieron nada, me los mostraron y se los comieron ellos . . . Al final me lar­ga­ron, pero quedé enganchado. Mi viejo se gastó no sé cuánta guita en un abogado y quedé como inocente, pero la vieja esa se­guía pen­sando que era yo. Una vez se cruzó a mi vieja en la calle y le dijo "cuide mejor a su nene" . . . Sí, picana en los testículos, no sabés cómo quema . . .

Supongo que, si en ese momento no hubiera habido una clienta es­cu­chando, González habría gesticulado más y, en vez de "los testículos", habría dicho "los huevos" o "las pe­lotas".

*

Ese invierno tuve que dejar el kiosco, y al verano siguiente fui a pa­sar unos días a Mar del Plata con mi novia. Una tarde nublada salí del hotel, crucé la calle, y no me sorprendió escuchar la voz de González que me llamaba desde el interior de un bar.

Nos saludamos con un abrazo; parecía contento de verme. Me pi­dió que me sentara y, después de contarme trivialidades y de pre­gun­tarme que quería tomar, señaló a uno de los tipos que ocu­paban la mesa del fondo del local.
–¿Te acordás cómo me contabas que te vengarías?

Aunque el hombre ya andaba cerca de los sesenta años, González es­taba seguro de que era uno de sus torturadores. Además, había he­cho una pequeña investigación y, durante casi una semana, había armado un cronograma de su ru­tina. El tipo rengueaba, tenía una bala alo­jada en una rodilla y mantenía una disciplina policial: cada tarde, a las siete en punto, cruzaba lentamente la calle y se encontraba en el bar, para tomar un vermut y jugar a las cartas, con otros retirados de la fuerza.

Al día siguiente salió el sol y pude ir a la playa. A las siete de la tarde, de vuelta en el hotel, giraba las canillas de la ducha cuando es­cu­ché, sin una frenada premonitoria, el ruido seco de un golpe y un grito de mujer. Lo primero que vi al asomarme por la ventana fue el te­cho del Peugeot de González, que había quedado con una de sus ruedas delan­teras encima de la vereda. Durante el tiempo que yo había tardado en cruzar la ha­bita­ción, desnudo y mojado, ya se habían juntado unos diez curio­sos en la esquina, y al­gunos más se aso­maban por la puerta del bar.

23 de marzo de 2006

24/3

22 de marzo de 2006

"Día del guerrillero"

Hace unas semanas, en los comments de este post, afirmé que en el diario fascista de mi ciudad natal se publican las editoriales más absurdas de la historia periodísitca argentina. Para muestra de ello, basta apretar un botón.

21 de marzo de 2006

Domingo

Doblamos hacia Libertador a la altura del Monumental. Aunque todavía faltan más de siete horas para el inicio del partido, en las veredas ya hay hinchas con banderas y camisetas aurinegras. Muchos lugares por los que pasamos (Obras, ESMA, un departamento frente a la Raggio) me hacen recordar algo. Subimos a la General Paz y enfilamos hacia la Panamericana.

En la casa que alquila su familia cerca de Pilar nos espera el cumpleaños de mi sobrina. Cuando me avisaron que ella estaba por nacer, hoy hace siete años, yo estaba tirado en la cama mirando Gasoleros. Era viernes a la noche. Llamé a un amigo de entonces para decirle que no me esperase a comer, y, camino a la clínica, para evitar los nervios del parto dejé pasar varios colectivos.

En el bolso llevo un diario, en el auto está La Nación, y en la casa una revista Noticias. Hojeo todo durante la picada que antecede al asado, pero, como me fastidian algunas de las firmas que opinan sobre el aniversario del golpe militar, le presto atención sólo a las secciones de cultura.

El día está soleado. Los nenes comen en una mesa aparte. Calculo que mi otro sobrino tiene la edad que va a tener Fausto en menos de un año y medio. Yo no genero temas de conversación pero respondo a preguntas. De postre hay una mousse de chocolate gigante, pero yo, migrañoso, tengo que endulzarme con un budín de naranja.

Más tarde, abortada la idea de ir a la cancha, vemos por televisión el partido de Olimpo. Mi cuñado jugó una cena con su cuñado. Aunque el empate me favorecería, yo no me sumo a la apuesta. Cuando River mete el tercer gol me voy afuera a leer, y cuando no aguanto más los mosquitos vuelvo al living y enciendo la notebook.

Cinco mensajes nuevos en la bandeja de entrada. Dejo los más prometedores para el final: Javier Moscarola, de
Al mar por naranjas, me invita a la sección literaria de los martes de "Rosa molesta", programa que va todos los mediodías por FM La Tribu. Y Andrea me responde desde su gira por Madrid el mail en que yo la puse al tanto del sexo de mi hijo. Ella me comenta que el suyo ya empezó a gatear, me pide la dirección del blog y me cuenta que se compro una casa en Barcelona a pagar en treinta años.

Cuando esa casa esté paga yo voy a tener casi sesenta, pienso mientras apago la computadora. Voy a ser casi un jubilado sin jubilación, me digo en voz baja, y, con tal de no seguir pensando en eso, me concentro en los segundos finales del partido.

20 de marzo de 2006

Sábado

Camino al video club vimos, desde una de las esquinas donde una avenida de Boedo se transforma en calle, cómo un motociclista llevaba por delante a una señora mayor. En realidad escuchamos el grito del marido de la mujer y, cuando giramos las cabezas, vimos el cuerpo tendido en el asfalto y al motociclista que, ya a una cuadra de ahí, se­guía alejándose a toda velocidad.

–La concha de tu madre –gritaba el hombre viejo, mientras con­firmaba que su mujer no estaba muerta, como si el asesino en potencia pudiera escucharlo.


Más temprano, en un gimnasio del barrio, mientras hacíamos la cola en la secretaría para averiguar si daban clases de natación para embarazadas, seguimos la conversación entre el empleado administra­tivo y la mamá de una nena de once o doce años:
–No, el viernes por el feriado no abrimos.
–¿Y por qué es feriado el viernes?
–La verdad que no tengo ni idea.

Ninguno de los dos había abierto un diario ni mirado un noticiero en los últimos días, y tampoco se esforzaban en relacionar la fecha del viernes con algún hecho histórico. Por suerte, cuando sentí que esta­ban por preguntarme a mí la razón del feriado (no hubiera sabido con qué tono responderles), escuchamos ladridos y gritos en la vereda.

Por lo que pude escuchar después, un perro muy feo que estaba atado a un poste frente a la entrada del supermercado de al lado había mordido a dos perras que paseaban con sus dueños por ahí. Luego de los primeros ladridos de furia y aullidos de dolor, los dueños habían acariciado y besado a sus mascotas y, primero juntos y después alterna­damente, habían puteado al perro agresor.

–La concha de tu madre –le dijo uno de ellos a los gritos, como si el animal pudiera entenderlo, y después de atar a la suya se quedó mirando fijo al malo y esperando, con los puños cerrados, a que alguien saliera del supermercado y se hiciera cargo de él.

14 de marzo de 2006

Motivo

Muchas veces, durante mis años adolescentes, no encontraba una respuesta cuando me cuestionaba acerca de los motivos que justificaban mi presencia en el mundo.

Hoy, en medio de tantas incertidumbres, al menos sé que, de ahora en más, antes ese tipo de preguntas siempre voy a tener una misma contestación.

(En posición de lectura, flotando sobre líquido amniótico, hay un proyecto de Molina de once centímetros)

13 de marzo de 2006

Es la reina y . . .

Editorial Linguarium Dabo invita a leer la novela corta Es la reina y..., de Carolina Berduque.

Dos voces. Una madre y una hija. Una víctima y su victimaria. Una relación compleja que se entrelaza en dos discursos paralelos. Y una historia que fluye debajo de sus palabras y amenaza con destruirlas a ambas.Nacida originalmente como un juego de palabras a partir del cuento Alina Reyes, de Julio Cortázar, esta novela trabaja sobre la idea del doble, tan transitada ya en la literatura, pero siempre fértil. Si de Alina Reyes, por obra anagramática, Cortázar juega con la idea de que "es la reina y...", en esta historia se plantea que también puede ser la mendiga, cuyos pies se hunden en la nieve.

12 de marzo de 2006

Colombroño II

Atención: para las multitudes que me buscan en Google, este Ignacio Molina no soy yo.

9 de marzo de 2006

Jornadas literarias

FOTOS

En plena madrugada, haciendo gala de una sin igual militancia bloguera, y cuando a mí todavía me faltaban un par de horas para llegar muy debilitado a Palermo Trenque Lauquen, Ramón Paz escribió en los comments de este post:

molina se quedó cantando tangos de soslayo junto a levín hace un rato. pero puedo decir que ahí estaba y prepara ya "los estantes vacíos" que alude desde el título creo a parejas separadas que de pronto tienen que vaciar estantes o se ven frente a estantes que antes de la separación no estaban vacíos. el libro está en galeras, o en gateras, y ya sale para marzo o abril. ahí quedaron coreando tangos. son las cuatro y media de la mañana. he visto la eutanasia canina de la que habla este post. es horrible que suceda pero sucede. cachorros ciegos muertos. etc. a dormir.

Mientras Ramón escribía eso, en el bar del barrio del Abasto se producía un cambio de repertorio timoneado por Levín: de tangos bajos a rock nacional y después a candombes y a milongas uruguayas. Antes, con Santiago Llach, Juan Incardona, Funes y hasta el mismo Ramón aún presentes, se habían entonado estrofas de la marcha radical, de La Internacional y de la marcha peronista (perdón Rex, por cantarla con tanta liviandad al lado tuyo). Cuando el coro llegaba al verso "combatiendo al capital", Llach, al igual que Adelina de Viola en los actos menemistas de los noventa, hacía una mueca y se quedaba callado.

Un par de horas más temprano, mientras, en un restaurante peruano del barrio de Congreso, Levín y yo escuchábamos a Pablo Ramos contar cómo había abandonado la propiedad de una empresa millonaria para dedicarse a escribir, y a Carlos Gamerro relatar sus desventuras en el mundo editorial, Ramón había sido protagonista de un altercado cuasi policial. Contará la leyenda que, luego de presenciar cómo un hombre le pegaba a una mujer en la calle ("una mina está fajando a una mujer", me había confundido Funes, en comunicación telefónica con el lugar de los hechos) y al ver que el tipo se dirigía hacia él simulando estar a punto de desenfundar un revólver, Paz le pidió ayuda a los gritos a un policía.

Más temprano todavía, en otro bar de la ciudad y con la magnífica excusa de la presentación de Los asesinos tímidos –revista de opinión y crítica literaria, dirigida por Juan José Burzi y María Eugenia Rombolá, en la que colaboro con una reseña al último libro de Martín Rejtman–, yo había conocido a Leonardo Oyola, muy buen tipo y autor de la novela Siete, el Tigre Harapiento, y Ricardo Romero, escritor y editor del sello Gárgola y de la revista Oliverio, me había acusado de pirata.
–El tuyo es el único blog que cuando entrás te aparece una publicidad –me dijo–, sos un pirata.
–Ponete un blog, Romero –le respondí yo–, te cambia la vida.

En ese bar también estaban, entro otros y además de los ya nombrados, varios integrantes de Alejandría, Nicoleta, Oliverio Coelho –que al día siguiente presentaría su nueva novela en el MALBA– y la administradora de La vida en Pijamas (no escribo su nombre porque parece que no quiere que sus jefes puedan llegar a enterarse de que es la autora de ese blog).

Los asesinos tímidos es bimestral y se consigue al módico precio de dos pesos. Este número debut trae varias reseñas, una entrevista a Gamerro y un artículo de Romero, "Elogio del errar", del cual copio las líneas que pude leer mientras volvía a mi casa en un 140: "Escribir es la bifurcación, el camino hacia el castillo del vampiro o la casona de la familia caníbal que tomaremos mientras el espectador que somos se dice a sí mismo, ´pero no se da cuenta de que para ese lado lo van a matar'."

*

Hacia el final de la noche, en el tugurio del Abasto, cuando casi todos los nombrados en el tercer párrafo se fueron, los demás comensales ocuparon la mesa en la que estábamos con Levín. Uno de los viejos tangueros, al notar que sabíamos tantos candombes y milongas, nos increpó: "ustedes los uruguayos están cada vez más en pedo", y yo me sentí un poco mal cuando un gordo barbudo con pretensiones de arrabalero, señalándome a mí, y tal vez por la camisa que tenía puesta o quién saber por qué, le preguntó entre risas a Federico:
–Flaco, ¿dónde lo trajiste?


6 de marzo de 2006

"Media pila, Molina"

Ay ay ay, por favor, Terranova, no me hagas reír:

Querido Molina, ¿Cómo vas a escribir con tanta precisión sobre esos temas? La gente es sensible. Los podés afectar. Yo me putié en los comments una vez con Molina, y cuando lo conocí se lo dije. Ahora él tiene un blog donde escribe sobre muelas y soledad, y también tiene un libro que siempre está por salir. No sé qué edad tiene Molina. Pero sé que si alguna vez duda de su talento literario, habría que ir a buscarlo para que se pusiera media pila. "Media Pila, Molina- le diría yo-, sos un escritor, no es joda." Y Molina se reiría, obvio.

3 de marzo de 2006

Blogs que vienen y van

Por estos días hay buenos blogs que bajan la persiana, como el de Obelix (uno de los primeros que leí y uno de los que seguía diariamente -aunque su autor nunca se haya acordado de linkearme, ejem-) pero, por suerte, también hay otros blogs que vuelven a actualizarse, como el de Vico, que deleita con sus historias como hasta antes de su inexplicable parate.

2 de marzo de 2006