23 de junio de 2013

Taller de escritura de los sábados, a partir de agosto.

La dinámica:

-Escritura y lectura de textos propios; corrección, comentarios y debate grupal
-Recomendaciones y análisis de cuentos y relatos de otros autores

-Dos horas semanales (o hasta dos horas y media, de ser necesario)

Los objetivos:

-Experimentar el placer que genera la escritura; intercambiar textos, ideas, conceptos y sensaciones acerca de la literatura propia y ajena; leer y escribir en busca de motivaciones para seguir leyendo y escribiendo

El horario:

-Sábados de 11 a 13 hs.

La zona:

-Palermo Viejo-Colegiales

La tarifa:

-$300 por mes

El contacto:

ignaciomolina22@gmail.com
(o mensaje privado de FB)

El coordinador:

Ignacio Molina nació en Bahía Blanca en 1976. Publicó los libros de relatos Los estantes vacíos (Entropía, 2006) y En los márgenes (17Grises, 2011), los libros de poemas Viajemos en subte a China (Pánico el Pánico, 2009) y El idioma que usan todos (PeP, 2012) y la novela Los modos de ganarse la vida (Entropía, 2010), además de cuentos en diversas revistas y antologías. Como periodista ha colaborado en diferentes medios gráficos  y publicado el libro Tribus Urbanas (Kier, 2009). Mantiene el blog Unidad Funcional. Este año publicará la novela Los puentes magnéticos.

20 de junio de 2013

Hoy, en el mini Carrefour, la cajera metió mis compras en una bolsa y apoyó la bolsa en un libro muy grueso que había quedado olvidado sobre el mostrador. Mientras pagaba miré el lomo: era un voluminoso ejemplar de La montaña mágica de Thomas Mann. En cuatro o cinco segundos imaginé a su dueño llegando a su casa, dejando la bolsa en la cocina, sacándose el abrigo y dándose cuenta, con amargura, de que le faltaba el libro. En los siguientes cuatro o cinco segundos imaginé a la cajera agarrando el libro, metiéndolo en su cartera, googleando el precio en su casa y poniéndolo en venta en Mercado Libre. Y en los cuatro o cinco segundos posteriores me imaginé a mí mismo llevándome el libro medio escondido debajo de la bolsa, llegando a mi casa y, rojo por la culpa y la vergüenza, poniéndolo en el estante más bajo de la biblioteca. Al final, cuando terminó de darme el vuelto, le dije a la cajera “esto se lo olvidó alguien, ¿no?”. Ella miró el libro con un gesto raro, como si nunca hubiese visto un libro en su vida, me dijo “es probable” y lo guardó debajo del mostrador. Cuando salí a la vereda y caminé veinte metros, vi venir en el sentido contrario a un tipo de mi edad, medio apurado y con una bolsa del Carrefour en cada mano. “Te olvidaste el libro”, le dije, adivinando quién era, “te lo guardaron abajo del mostrador”, y él sonrió como quien encuentra plata en la calle o como quien ve acercarse a su colectivo, tras media hora de espera, a las tres de la mañana de una noche de invierno.