29 de junio de 2005

Días hábiles

Ayer fui a Rentas de la Ciudad, un lugar al que sólo volvería si alguien me pagara con billetes de cien. Luego de once meses de trámites (kafkianos, diría si nunca hubiese leído a Kafka), el burócrata mayor del edificio se dignó a firmar el formulario de baja de Ingresos Brutos del negocio que, durante el año y medio anterior, yo había tenido en una esquina desértica de Villa Urquiza.
–Te digo una cosa –me aconsejó un hombre con pinta de jubilado, que estaba delante de mí en la cola, luego de preguntarme la edad–, acá tenés que pasar desapercibido, nunca te anotes en nada. Este país es así, si hacés las cosas por derecha te matan. Yo trabajé toda mi vida, y ahora me piden hasta la patente del barco que trajo a mi abuelo de Italia.
Otro hombre, que volvía de sacar unas fotocopias que le habían pedido en la ventanilla de al lado, terció en la conversación:
–Además, estos tipos viven de Rentas –dijo, supongo que sin advertir el doble sentido de su afirmación, señalando a dos empleados que tomaban mate frente a una computadora apagada–, por eso se empeñan en sacarte la guitarra; toda para ellos se la quedan.
Cuando, después de hacerme esperar quince minutos y de buscar mi expediente entre una montaña de sobres de papel madera, el jefe de área me mostró el sello y la firma estampados al pie del último formulario, sentí que me sacaba de encima una mochila de cien kilos.
Para celebrar había planeado darme una vuelta por las librerías de saldos de la calle Corrientes, pero supuse que se me había hecho tarde. Miré un reloj de pared en la planta baja. Era cerca del mediodía; tenía que volver a trabajar.
Al salir del edificio por la puerta giratoria me crucé con el descendiente de italianos. Esperaba sentado en la pequeña escalinata. Lo habían mandado a una ventanilla del tercer piso, y ahí le habían pedido que volviera a las dos de la tarde. Lo saludé con un apretón de manos y me dio culpa decirle que yo, en la carpeta que llevaba bajo el otro brazo, ya tenía la firma; con cara de resignación y gesto de complicidad, le mentí que debería volver en quince días hábiles.

28 de junio de 2005

Pájaros muertos

Ayer escribí "aterrizaba en la terraza de los vecinos", y después me quedé pensando en la redundancia ¿Qué parentesco tienen ambos términos? ¿Cuál es el hilván que los relaciona?
Que yo sepa, en las terrazas no suelen aterrizar objetos voladores. Aunque podría imaginar que la de mi edificio –a la que los condóminos no tenemos acceso– está alfombrada por pájaros muertos.

27 de junio de 2005

Conjuro

De chico les tenía miedo a los extraterrestres. Desde mi ventana sin persiana dominaba los techos de gran parte de la manzana. Por las noches imaginaba que un ovni aterrizaba en la terraza de los vecinos, y todo el tiempo me convencía de que los marcianos estaban a punto de entrar en mi cuarto. Yo, mirando las sombras en las paredes, las siluetas dibujadas por las luces que entraban desde afuera, me tapaba con varias frazadas o con la ropa que tenía más a mano si hacía calor.
Ahora, cada vez que algún pensamiento no me deja dormir, evocando aquella sensación intento conjurar el frío en la espalda.

24 de junio de 2005

Súper M

Había planeado contar alguna anécdota personal, o recordarme, con piernas de alambre y dedos rojos por el frío de la mañana bahiense, picando una pelota ante un narigón de camiseta anaranjada en el gimnasio que hoy lleva su nombre. Pero, harto a cuenta de los que empiezan a hablar, prefiero reservarme el festejo y tercerizar el homenaje con fragmentos de una canción:

Un brindis por mis amigos, los gigantes de la vida / de madrugadas perdidas y derrotas entre llantos / esos muchachos sencillos que van con todo al rebote / a cachetearle a la suerte, y a ganarle por un tanto.
Son los mismos que hace años, jugaban por las zapatillas / y que ni con agua helada, los podían hacer temblar / picar una súper k, era el lujo de los lujos / y a los propios Glober Trotters pretendían hacer bailar.
Esa barra de vestuario, cachadora y solitaria / que lo mismo come un guiso, como viste de yaqué / los jugadores de básquet, los que después de la practica / aflojan con mucho vaso, rivalidades de ayer . . .

23 de junio de 2005

Sangre

Hoy fui a que me sacaran sangre. Con el puño cerrado al final de brazo extendido, imaginé cómo el rojo oscuro que avanzaba en la jeringa contrastaba con el delantal de la enfermera. Miré las paredes de la sala, y para evitar el mareo pensé en el partido de esta noche.
Un mes atrás, unos pisos más arriba en esa misma clínica, vio la luz mi cuarto sobrino (sangre nueva de mi sangre, diría si fuese aprendiz de poeta). En el ascensor en que subí a conocerlo había tres hombres mayores.
–El otro día se me cayó uno –contó el menos canoso–. Por suerte del primer piso.
–¿Tenías A.R.T., tenías algo?
–No, qué voy a tener. Todo en negro. Más negro que él. Bolita era.
En otra oportunidad, cinco a seis años antes, había acompañado a la clínica a un amigo al que le picaba demasiado la planta de un pie. Eran las dos de la mañana. Lo vi entrar en la sala y me senté a esperarlo en los sillones que simulan un living. Adentro, el médico de guardia le preguntó si le molestaba mucho.
–No –me contó él que le hubiera contestado–. Vine acá, a esta hora y descalzo, porque tenía ganas de verte la cara.

Salgo con el brazo rígido, evitando mirar mi cara en el reflejo de las vidrieras. Camino hasta un bar para romper el ayuno. Pido un café doble con medialunas y busco un diario con la mirada. Calculo que desde hace ocho meses, cuando instalaron banda ancha en mi computadora, no me acerco a un canillita un día de semana.
Todos los Clarines del día están ocupados, y el mozo me alcanza desde el mostrador, como consuelo y manoseado, un Página/12 de ayer. Leo el titular de la tapa, junto a la foto del militar muerto por un ataque cardíaco, (El infierno se reserva el derecho de admisión), y por segunda vez en la mañana esbozo una sonrisa.

21 de junio de 2005

Grupo Alejandría

Gacetilla:

El Grupo Literario Alejandría invita a participar de la Noche de Cuentos, el martes 21 de junio a las 21 horas. El encuentro consistirá en la lectura de cuentos a cargo de sus autores, y contará con la presencia de Martín Kohan.

Si te interesa participar leyendo, envianos tu cuento (no debe exceder las 4 o 5 carillas, unos diez minutos de lectura) y tus datos personales (nombre, teléfono y/o mail).
alejandriagrupo@yahoo.com.ar
Si no escribís, pero querés venir a escuchar, estás desde ya invitado.

El lugar es BARTOLOMEO, en Bartolomé Mitre 1525, Capital Federal. Los encuentros se realizarán cada dos martes, y la entrada es libre y gratuita.

Gracias APTRA

Seré breve. Gracias a los miembros del jurado. Gracias a Osvaldo, a la cerveza argentina y a la comunidad boliviana. ¿Cuántos hoy podrán decir: "yo gané un Martín Fierro"? Y espero que después de esto los productores me vuelvan a llamar.
Somos extras, queremos extraer . . . (algún billete extra).

20 de junio de 2005

Ciudad de la Paz

Gran parte de los habitantes de la provincia de Entre Ríos nunca se pelean. Pasan sus días en paz, sin discusiones ni gritos; viven en Concordia.

19 de junio de 2005

Regístrese

Recibo un mail de C. que, enterada del nacimiento del blog, se alegra: "al fin todos vamos a poder leer tus historias". Ojo, contesto ahora, a no confundirse. Por este medio no serán publicadas "mis historias". Esta unidad funcional queda al fondo de una planta baja, y a la literatura, con llave en mano, se llega por el ascensor.

Por este contrafrente desfilarán –mientras no nos aburramos ni los eventuales lectores ni yo– pequeñas reflexiones, comentarios al pasar, misceláneas, crónicas, notas, apostillas, opiniones.

Como le dije a V. antes de empezar, no me gustaría caer en líneas del tipo "me pedí un helado, y me lo sirvieron caliente". Pero nunca hay que decir nunca; no pongo las manos en el fuego por mí.

Queda dicho entonces: "mis historias" no. Eso es otro precio.

16 de junio de 2005

Sueño recurrente

El uniforme impecable, los cartuchos de tinta llenos, el repuesto de hojas Rivadavia, los pupitres limpios, los comentarios sobre las vacaciones, los nuevos compañeros, el calor húmedo de comienzos de marzo. Ayer, frente a la pantalla en blanco del blog, evoqué aquella sensación de primer día de clase, y anoche sufrí mi sueño recurrente:
Yo tengo cuarenta años y, por algún motivo que no me cuestiono, tengo que volver a la escuela primara. La corbata me queda corta y los pantalones largos me llegan hasta las rodillas. El patio enorme de palmeras me parece diminuto. Mis compañeros son mis ex compañeros, pero todos, aunque siguen teniendo nueve u once años, ya son contadores, médicos o empleados. Yo no encuentro dónde esconderme. Los maestros me atacan con cerbatanas, y siento que nunca en mi vida voy a aprobar Ciencias Naturales.

15 de junio de 2005

Comienzo

Lo más difícil es comenzar. Cualquier cosa: una conversación, un trabajo, un proyecto, una relación, un libro…
Este blog será una especie de diario público que intentará ir buscando su tono sobre la marcha.
(Releo y pienso que nunca me hubiera imaginado escribir la palabra "relación" con el sentido en que la escribí más arriba. Podría borrarla en este momento, pero, sin motivo, opto por dejarlo pasar).