31 de octubre de 2006

Entropía se baja del Donayo-gate

From: Ignacio Molina
To: Gonzalo Castro, VC, SMD, JMN
Subject: donayo??

Quién es David Donayo? Vende los libros de ustedes? Los vende a 86 euros? (creo que en este caso un abogado habilidoso haría un gran trabajo)


From: Gonzalo Castro
To: Ignacio Molina, JMN, SMD, VC
Subject: Re: donayo??

Lo de Donayo es un misterio que hemos tratado varias veces en nuestro blog. Alguna vez intentamos algo, pero no dio resultado. Ahora ya nos encariñamos con Deivid. (¿Donde decía 86 euros?)

29 de octubre de 2006

¿Quién es David Donayo?

Hasta hace algunas horas, David Donayo, el impostor que se atribuye en el mercado europeo la edición de Los estantes vacíos, publicitaba el libro en amazon.fr de la siguiente manera:

Acheter neuf: EUR 86,56 Habituellement expédié sous 12 à 14 jours
Neuf et d'occasion à partir de EUR 28,90

Hoy, junto a la tapa se lee:

Disponibilité: Actuellement indisponibleNous vous recommandons de consulter cette page régulièrement pour savoir si cet article est à nouveau disponible à la vente sur notre site.

Clickeando acá, las pruebas del descaro.

Se dice que los abogados de Entropía ya están trabajando en el caso.

26 de octubre de 2006

Sin título


Mi lectura conmueve
a esas manos anónimas

25 de octubre de 2006

Arte menor

El domingo, durante la sobremesa del asado campero, Martín estuvo hablando sobre mi libro. ''Las historias son impecables –me dijo–, cuando lo termine voy a hacerte un par de observaciones.'' Hace algunos minutos, frente a la pantalla en blanco, con el msn en no conectado y la televisión encendida en la ceremonia de los premios Clarín, recordaba esas frases y las siguientes cuando la llegada de un mail nuevo me desconcentró.

Era un mensaje de Marina, la hermana de Martín: el comment número doce
del post dedicado a Fausto. En ese mismo segundo, la conductora del evento anunciaba a la ganadora de la primera mención. Al girar la cabeza vi a un hombre de mi edad y a una chica subir al escenario, y, cuando volví la mirada hacia la computadora, escuché que ella decía algo así: '' . . . y dedicado también a Martín Llambí, su otro hijo, que la ayudó a corregir la novela . . . ''. La voz que había hablado era la de Marina, me di cuenta enseguida, y entonces me pregunté si su mail había llegado con retraso o si la transmisión de la ceremonia era en diferido.

Por pensar en esa cadena de casualidades no retuve el nombre de la ganadora del premio, una chica de 35 años de Villa Ballester. Me gustó que se pusiera nerviosa al recibir la estatuilla y que no supiera qué decir ni a quién agradecer. Pronto va a depositar en el Banco un cheque equivalente a lo que yo ganaría trabajando ocho horas por día durante casi seis años, y, en los próximos meses, su novela detectivesca va a ocupar las mesas de novedades y las playas de la costa.

Al final de la transmisión se emitieron algunas palabras grabadas de Saramago, uno de los jurados del concurso. En portuñol, el premio Nobel dijo algo así como: ''el único arte menor de este libro está en su título: Arte menor'', y, como quien le quita toda la gracia a un chiste malo explicando su sentido, pasó a revelarle a la cámara lo que había querido decir.

24 de octubre de 2006

Las selecciones efectivas

En el
blog del Quinteto
las
elecciones afectivas
(hace veinte
años se
escribía
poesía sin enter)

16 de octubre de 2006

Leen los cinco

En el marco de su ciclo de lecturas itinerante, el heterogéneo Quinteto (Leonardo Oyola, Ricardo Romero, Funes, Federico Levín y yo) se presentará este miércoles a las 20:30 horas en el bar "El viejo Belgrano", Amenábar 2363, ciudad de Buenos Aires. Quedan todos invitados.

Flyers del Tigre:



El gran Ramón Paz . . .

. . . también se manifiesta contra los narradores explícitos.

13 de octubre de 2006

Cuatro

Aun dándole un gran crédito a su interlocutor para opinar sobre el tema, uno no tiene por qué tomar en serio frases del tipo: "Si tu segundo libro está la mitad de bueno de lo que está el primero, vos entrás en LA literatura argentina". De todas maneras, al recordar esas palabaras mientras vuelve de madrugada en un 151 vacío no puede evitar que se le muevan las comisuras de los labios.

*

Bien escrito, sin comments habilitados, y más volcado hacia una forma heterodoxa de periodismo cultural y de opinión que al diario personal, el de Mariano Cúparo es uno de los muy interesantes blogs que descubrí en el último tiempo. No sólo por eso, le agradezco la mención y el calificativo que le otorga a mi libro al final de uno de sus posts.



*

11 de octubre de 2006

Liga

El domingo fui a ver la vuelta de un equipo bahiense a la Liga Nacional de básquet. El partido era contra Obras Sanitarias pero se jugó en La Boca. En la playa de estacionamiento de la Bombonerita, junto a sus autos último modelo, estaban los jefes de la 12. El resto de la barra brava iba volviendo de la cancha de River en colectivos 29 alquilados.

En la tribuna despoblada del mini-estadio vi a Federico, un ex compañero de la primaria y parte de la secundaria. Juntos habíamos ido a ver todos los partidos de los playoffs de la
temporada 90-91 jugados en Bahía. Recién a los cinco minutos del primer cuarto pude decirle algo así como ''tengo un hijo recién nacido''. Hasta entonces no había encontrado el tono para hacerlo. Cuando él me preguntó dónde trabajaba o a qué me dedicaba, también me costó encontrar el tono para decirle, entre otras cosas, ''a la literatura''.
–¿A la legislatura? –me preguntó.

Una de las últimas veces que nos habíamos visto fue el 21 de noviembre de 1997. Recuerdo la fecha porque a la semana siguiente yo daría Inglés previa, la última materia que me quedaba para terminar el colegio. Esa noche también nos encontramos en un Obras – Estudiantes, aunque esa vez en la cancha de Núñez. El estaba con otros pibes de Bahía. Al plantel de esa temporada lo integraba Juan Vigna, un chico que había ido con nosotros a la escuela y que, como fanático de Olimpo, jugaba con un pantaloncito aurinegro debajo del blanco.

Después de recibir la charla técnica post-derrota en un hotel del Centro, algunos jugadores salieron con nosotros a dar vueltas en auto por la ciudad. Además de Vigna, estaban Juan Iglesias, un base de Puerto Madryn, y Manu Ginóbili, un pibe que andaba cada vez mejor y contra el cual yo había jugado años antes en diferentes
Napostá – Bahiense del Norte. Esa noche él había querido ponerse el equipo al hombro en el último cuarto, pero ni sus penetraciones ni sus triples alcanzaron para ganar.

Hicimos la cola en un boliche de la Costanera, pero, como los deportistas estaban en bermudas y zapatillas, en la puerta nos impidieron el paso. Yo caminaba siempre cerca de ellos porque me gusta estar al lado de gente que me supera en altura, cosa que es más difícil que pase en mi vida cotidiana. Después de dar más vueltas caímos en un bar de la placita Serrano. Mientras tomábamos cerveza y jugábamos al pool en parejas, Manu intentó explicarme el uso de unos verbos en inglés que yo no entendía.

El domingo pasado, Estudiantes
perdió por siete puntos en un final bastante cerrado. El 25 de noviembre de 1997 me recibí de bachiller.

6 de octubre de 2006

Taxi

(. . .)

González baja la velocidad frente a una parada de colectivos, pero no ve ningún brazo levantado. A la media cuadra estaciona unos segundos ante un semáforo en rojo, baja al máximo la ventanilla y se pone a hablar con otro taxista que estaciona a su lado y que viene escuchando la misma radio que él. Su colega sube el volumen, y, con un tono cómplice, refiriéndose a la noticia que acaban de escuchar, le dice casi a los gritos: "cadena perpetua le dieron . . . y encima le tenemos que pagar la comida".

Son las nueve y media de la mañana. Aunque el pronóstico del informativo anuncia calor, el asfalto todavía conserva la frescura de la noche. En Santa Fe y Riobamba sube una mujer. Elegante la veterana, piensa González mirándola por el espejito, y, antes de planear el viaje hacia Diagonal Norte y Florida, piensa que debe tener la misma edad que su esposa pero que parece veinte años menor. Hasta la 9 de Julio intenta sacar algún tema de conversación, y antes de quedarse callado le pregunta si fuma. Después se pone un cigarrillo entre los labios, pero en ninguna de las siguientes esquinas se decide a encenderlo.

Pocos minutos más tarde, frente a un edificio de oficinas, la mujer paga con un billete que había sacado de su cartera algunas cuadras atrás, y mientras baja del taxi le hace a González el gesto de que se quede con el vuelto. Como todas las mañanas, el custodio del Banco de al lado la saluda con un movimiento de cabeza. La mujer camina por la alfombra del hall, y, cuando está a punto de entrar al ascensor, al tocarse un antebrazo, cae en la cuenta de que dejó el sobre de papel madera en el asiento del auto. Con un rictus de espanto vuelve apurada a la vereda, todo lo rápido que le permiten los tacos, aun con la certeza de que el taxi ya se perdió en el tráfico de la avenida.

(. . .)

2 de octubre de 2006

"Gente que duerme de día"

(Publicada en el número de agosto de la revista Llegás a Buenos Aires) *

Los estantes vacíos
Ignacio Molina
Entropía
- $ 21

Calificación: HAY QUE LEERLO


Por Pedro Mairal


Los estantes vacíos, el primer libro de cuentos de Ignacio Molina, tiene algo de novela. Las distintas historias están interconectadas, los personajes reaparecen en otros cuentos, vistos desde la mirada de otro. El autor, a su vez, sabe mostrar las relaciones mínimas que hay entre la gente: el que va al kiosco y pide algo, el que le pregunta la hora a un desconocido, el que comenta algo en la calle. Y construye una unidad: todo el libro está hecho de estos cruces entre personas que parecen estar comuni­cadas pero que en realidad no lo están; gente que se conoce apenas "de vista" o "de oídas", gente que dialoga pero que está en su propio mundo, dis­tante. Claro que lo interesante es que esta interconexión entre los cuentos y los per­sonajes no es explícita, sino que el lector tiene que armar su propio rompecabezas.

Los personajes, a pesar de su mutismo emocional, caen bien, quizá porque están respetados en su actitud de "bajo perfil"; no hacen grandes cosas, ni encarnan grandes dramas. Es gente que duerme de día, gente que se des­pierta y no sabe dónde está, gente que se ducha en casas ajenas, gente que se pone a pensar en otra cosa mientras alguien le habla, gente que pide de­livery, gente que va al kiosco a las tres de la mañana.

En "El futuro", por ejemplo, una chica ve en un cartel una publicidad de unas clases de yoga; al otro día, cuando decide volver a fijarse el teléfono, se da cuenta que sobre ese cartel pegaron un anuncio de un taller literario. Entonces anota el número igual y termina yendo al taller literario. No elige su des­tino, se entrega a esa especie de azar: si hubiera visto un anuncio de clases de reiki o de tarot, habría ido a reiki o tarot. Así, los personajes de Molina no pueden planear nada ni pueden ver el futuro. Intentan hacerlo pero la vida los lleva para otro lado. Los rodean asuntos domésticos, a corto plazo. Viven en un presente poblado de recuerdos recientes, cositas que pa­saron ayer, hace una semana. Sus vidas giran en espiral.

Esta forma de la soledad se vuelve manifiesta, casi material, cuando se trata el tema de la ruptura de una pareja. Algo que está en el título mismo, Los estantes vacíos, y que se refiere, precisamente, a ese momento cuando el que se va se lleva sus libros. El autor muestra las consecuencias grandes y las consecuencias mínimas de las separaciones. Los personajes que las sufren están como catatónicos, anestesiados por el dolor de la sepa­ración. Pero lo atractivo es que ese dolor no está explicado, sino que de alguna manera debe ser intuido por el lector. Y es eso, justamente, lo efectivo: quien se hace cargo de las emociones es el que lee, porque los personajes están en piloto automático, flotando en esa vida doméstica. Y pareciera que, a pesar del dolor, la vida sigue: hay que comprar comida, hay que bañarse, hay que hablar con los demás, hay que contestarle a la gente que pregunta la hora por la calle.

Con un estilo donde predomina el "show, not tell" ("mostrar, no explicar"), un estilo que viene de los cuentistas norteamericanos, Molina deja libre nuestra silla de lectores; simplemente no la ocupa, no nos subestima: nos muestra sin explicar, deja que nosotros mismos ocupemos ese lugar y nos demos cuenta de las cosas. Su apuesta es que la profundidad no debe mos­trarla el autor, sino que debe sugerirla para que el lector la encuentre. La poética de Molina parece decir que lo profundo son los hechos que suceden en la superficie.

No hay palabras que suenen extrañas o demasiado literarias o culturosas. El tono natural, a veces incluso informativo, atraviesa todo el libro. Los cuentos son hiper detallistas: hay una gran suma de observa­ciones, de gestos, como pliegues del pensamiento. En “El sistema”, por citar otro relato, un chico pasa a buscar a una chica por primera vez, caminando, y le toca el portero eléctrico. Mientras espera en la vereda, se apoya contra una ca­mioneta, y en un momento piensa: "Ah, pero ahora va a bajar y me va a ver a apoyado en la camioneta y se va a pensar que es mía, y después se va a desilusionar", entonces se aleja de la camioneta. La suma de esas pequeñas actitudes humanas y observaciones acertadas le dan relieve a cada relato y hacen que estos cuentos estén vivos y resulten tan creíbles.



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* En rebeldía con cierto lector calificado de este blog –que está harto de que acá se haga referencia a Los estantes vacíos–, y prometiéndole que intentaré hacerlo cada vez menos, me permití transcribir una reseña más al libro.