28 de febrero de 2006

Los asesinos tímidos

El 7 de marzo, a las 21.00 hs, en Bartolomeo (Bartolomé Mitre 1525) presentaremos la revista Los asesinos tímidos. Habrá un brindis y música en vivo.

Colaboran en este 1er. número:

*Juan Pablo Bertazza

*Jorge Dazet

*Ignacio Molina

*Diego Mytilene

*Ricardo Romero

*Edgardo Scott

*Enrique Solinas

*Cecilia Somoza

¡Los esperamos!

Juan José Burzi y Eugenia Rombolá.

24 de febrero de 2006

Muelas

Una vez mi papá me explicó por qué el dolor de muelas se sufre más de noche: "por la soledad, porque está todo calmo y oscuro, y eso te hace sentir más desprotegido". Supongo que con la angustia debe pasar algo similar: enseguida te quita el sueño, y se instala en el silencio de la noche como lo único tangible.

Hoy me desperté a las cinco. Al oír el ruido de la lluvia fui a cerrar la ventana del escritorio, y me quedé viendo la calle desierta y mojada y las copas de los árboles movidas por el viento. Volví a la cama. Para pensar en otra cosa, o no pensar en nada, prendí el televisor.

En canal 9 pasaban video clips y, por la parte inferior de la pantalla, titulares dudosamente informativos: Messi de doctoró en Londres, don Julio se animó, San Lorenzo continúa afilado, Sigue el lío por las papeleras. Imaginé a los pibes que se encargan de esas líneas diciendo: "mandemos fruta, total a esta hora nadie nos da pelota".

Crónica TV. Había muerto el conductor de un auto tras chocar contra un árbol en Belgrano. Y un senador uruguayo le proponía al pueblo levantarse en armas para resguardar sus intereses. Debe ser un carcamán tupamaro, pensé, antes quería armarse para destruir al capitalismo, ahora para defender su peor expresión.

En una entrevista en Canal á, Daniel Link opinaba que los premios de las editoriales y de los diarios no tienen ningún valor literario ("sólo sirven para ganar más plata") y se refería a los blogs como espacios donde cada uno puede dar cuenta de su presencia en el marco de una marea mediática cada vez más alta.

En el canal chileno pasaban imágenes del lago de Villarica. Hace cinco años fuimos ahí con Melina. Habíamos estado unos días en Bariloche, en la casa de una amiga de ella, y cruzamos a Chile por el paso Cardenal Samoré. Bajamos en la primera ciudad, cambiamos plata argentina por chilena y tomamos otro ómnibus hasta Pucón. En ese último año del 1 a1 éramos turistas de lujo: paramos en una buena hostería, compramos ropa y comimos afuera todos los días.
Pasamos una semana ahí, y después, creyendo que era tan lindo como San Martín de los Andes, un par de días en Junín de los Andes, un pueblito parecido a cualquier pueblo sin gracia de la provincia de Buenos Aires. Eso sí, tenía un rasgo distintivo: era la única localidad del país cuya plaza principal estaba delimitada por un cerco de plantas.

El dueño del hotel escribió mi nombre con hache mientras decía "qué jodido eh, te hubieran puesto Molina solo", y me comentó que yo tenía el mismo apellido que un amigo de su familia. Un año y medio después, el día en que mataban a los piqueteros en la estación de Avellaneda, trasladé y adapté esa escena a Kilómetro Cero, el cuento que abre Los estantes vacíos.

Apagué el televisor cerca del amanecer. Ya no llovía pero el viento seguía soplando. A medida que el cielo cambiaba de color (a bordó, a turquesa, a celeste) yo, intentando no pensar en nada, me iba metiendo en un sueño.

20 de febrero de 2006

El pique de la naranja

Jugábamos los domingos a la mañana. Para combatir las lesio­nes por congelamiento, el grupo de padres que siempre nos acom­pañaba nos daba un gel para las manos. Nosotros, los de Napostá, no teníamos pro­blemas para golear a los clubes más alejados del centro: Pue­yrredón, Velocidad y Resistencia, Estrella, La Falda, San Lorenzo del Sud. El panorama se complicaba cuando visitá­bamos a los más grandes: Estudiantes, Olimpo, Pacífico, Villa Mitre, Bahiense del Norte, equipos que entrenaban muy fuerte y que conta­ban con futuros jugadores pro­fe­sionales de la Liga Nacional, de las ligas europeas y hasta de la NBA.

A veces me parece oír el pique de la naranja contra el parquet de las canchas o las baldosas de la vereda. Como a Sportivo Bahiense, el rival histórico del barrio, ya era demasiado fácil ganarle, nuestro nuevo clásico era con Liniers, el otro club de la avenida: los partidos de las categorías Cadetes o Ju­veniles podían terminar a las trompadas, y la bronca se agrandó cuando nuestro ayuda-base de Infantiles, una de las mayo­res espe­ranzas del semillero, pasó por algunos miles de australes a Liniers.

En sus charlas técnicas, el entre­nador, que integraba el equipo de primera del club, nos incul­caba el compañerismo y el amor al ba­rrio como motiva­ciones principales. Cuando ESPN llegó a la tevé por cable, nos juntábamos en la casa de un pibe, a la vuelta de la cancha, para ver los partidos de los Chicago Bulls, Los Angeles Lakers o los Boston Celtics: Magic, Bird y Jordan en directo y a todo color.

Pese a que a nivel nacional casi todos éramos hinchas de algu­no de los tres representantes de la ciudad, a nivel local seguíamos a Napostá a todas las canchas. Las entradas a los partidos salían muy baratas, pero siempre, apañados por los dirigentes, los de las divi­siones me­nores entrábamos gratis. Luego de ganar un playoff por no des­cen­der, a finales de los ochenta, tuvimos que irnos corriendo de la cancha de Alem perseguidos por la hinchada futbolera de sus vecinos de Bella Vista.

Como jugador, mi mayor hazaña fue en la cancha de Pacífico: aunque jugaba de ala y no tenía buen tiro externo, metí el triple de la victoria sobre la chicharra final. Ese día fui sacado en andas por mis compañeros, pero a la fecha siguiente, cuando, gracias a un error mío, perdimos por un punto de locales con Bahiense del Norte, casi me quiebro un dedo al pegarle con el puño a la puerta de chapa del buffet. "Ya está che, no te calentés", vino a consolarme uno de los pi­bes del equipo contrario. Ese pibe era narigón, se llamaba Emanuel pero le decían Gino, había sido la figura del partido y tenía un hermano mayor que ya salía en el diario.

15 de febrero de 2006

Maratón

Escribir durante muchas horas seguidas me cansa mental y físicamente; supongo que, aunque de una manera diferente, casi tanto como jugar un partido de básquet o correr una maratón. Generalmente, cuando intento encaminar un texto de largo aliento y tengo horas disponibles por delante, alterno períodos sentado frente a la computadora con períodos recostado en la cama, donde escucho música, pienso en otra cosa o releo algunas líneas. Una vez escuché que nadie puede mantener la misma atención en algo durante más de cincuenta minutos. Siempre, por si consigo que la voz que tecleaba pueda seguir pendiente al rumbo de la historia en mi cabeza, llevo una birome y un cuaderno a la cama para ir dando cuenta de las palabras que surjan.

Hoy, para alargar el día, me desperté a las siete y media. Me lavé la cara con agua fría, prendí la computadora y puse una taza de leche en el microondas. Después, como para ir entrando en calor, escribí uno de los sueños que recordaba:


La chica con la que había arreglado salir vivía en un edificio de mi cuadra. Cuando tocaba el timbre y la veía abrir la puerta me asustaba: ella tenía una cara de plástico y una cabeza sin pelos. El resto de su cuerpo estaba normal, tal como lo había conocido, pero del cuello para arriba era como un maniquí inexpresivo.

–No te preocupes, siempre me pasa esto entre las diez y las doce –decía ella al notar mi angustia. Yo me fijaba la hora: eran la diez y un minuto. Su boca no se movía; su voz salía, como desde un parlante, a través de dos hendiduras que tenía en cada comisura de los labios.

Después ella intentaba besarme: se sentaba a mi lado en la cama y acercaba su cara de muñeca gigante a la mía. Yo, al correrme hacia atrás por la impresión, me golpeaba la cabeza contra la pared y me desmayaba.

Me despertaba a las doce y media. Ella ya tenía su cara normal y estaba vestida con un camisón transparente. Yo tenía sólo un sombrero de pescador, y eso me hacía llorar. En el cuarto había cinco amigas suyas, que hablaban de mí en voz baja y comían un bizcochuelo con dulce de ciruela. Ella se arrodillaba frente a mí, me peinaba con una mano, y, antes de inclinarse sobre mi pecho, me decía que nadie puede mantener la misma tensión durante dos horas y media.

14 de febrero de 2006

Laspada

El Pelado Laspada es el abanderado
de los jugadores humildes;
día tras día,
semana tras semana,
mes tras mes y los noventa
minutos enteros que dura el cotejo,
el Pelado Laspada roe con tenacidad
el hueso de su torpeza:
masca / rasca / muerde / traba.

Se pela el ukelele contra el verde,
la suda y con un shot
ajustado y potente envía
el esférico a Puerto Belgrano,
donde los marines del Almirante Rojas
lo ven venir en llamas y creen
que se trata de un ataque terrorista
de la izquierda apátrida y peronista argentina.
Vicente Federico Massot piensa
que todas las izquierdas son
apátridas y subversivas,
debido al consumo excesivo de drogas,
una educación libertina y tendenciosa
sin rigor ni disciplina,
y la adhesión a sectas
y cultos satánicos; pero más que nada piensa
que la izquierda peronista argentina
es más apátrida y subversiva
que ninguna, porque es bien nuestra
como el churrasco, el mate, y
el dulce de leche, y no nos olvidemos
del tango, qué carajo, Viva la Patria,
entonemos con respeto las estrofas
del Himno Nacional Argentino:
Oíd mortales...

El Pelado Laspada no es
pequeño, peludo y suave.

El Pelado Laspada sueña que es Maradona
y cuando despierta no sabe
si es el Pelado Laspada sonando ser Maradona
o si es Maradona que flashea
ser el Pelado Laspada.

(...)

En la noticia deportiva
la maquinaria policial
de la prensa fascista
marca el uso correcto de la lengua:
donde el héroe de las canchas
declara que "pusimos huevos"
el cronista glosa, eleva: "con enjundia",
"con coraje impar", "con el empeño"
"que reclamaba la parcialidad".

Conmovedora resulta entonces
la imagen de esos gentlemen
que a su equipo de tal modo exhortan:
"pongan empeño que hoy sin duda
ha de ser nuestra la victoria".

El procedimiento exhibe
una política de la escritura
que en el caso del periódico fascista
es una política de estado:
supresión del elemento indeseado
y su reemplazo por piezas funcionales
a la normativa vigente
según criterios irreductos
de elevación y embellecimiento;
así, el periodista deportivo devenido
arbiter linguorum, sumo sacerdote
de la escritura sanitaria,
sacrifica ante el altar de la pureza
los huevos de zaguero
y acompaña el ritual con un puñado
de vaguedades altisonantes
a manera de oración.



Marcelo Díaz (Bahía Blanca, 1965), es editor de voxvirtual, colabora en Diario de Poesía y en www.bazaramericano.com, el sitio de Punto de Vista.

10 de febrero de 2006

Chat conyugal culinario

-Hola, volví.
-¿Dónde fuiste?
-A ningún lado, se me desconectó.
-¿Cómo andás?
-Bien. Medio disfónica.
-¿Por qué? ¿Chupaste frío?
-Sí, mucho.
-¿No fuiste abrigada?
-Sí, pero hacía mucho frío. Y ya vengo medio mal. Así que me parece que tengo que darle a los paños otra vez. Porque tengo esa tos fea de pecho.
-Paños calientes. Qué bajón.
-Sí. Che, ¿no averiguaste nada de los libros, no?
-Me fijé y no encontré ninguno. Por las dudas, hoy le pregunto si tiene alguno.
-Che
-¿Qué?
-Hoy es el día del periodista agropecuario
-Nooooooooooo. ¿Posta?
-Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
-Copado, felicitaciones.
-Gracias, ¿qué me vas a regalar?
-No sé. ¿Qué querés?
-Qué se yo, nada.
-Una vaquita
-Una vaquita lechera.
-Una vauquita de dulce de leche. ¿Todos te felicitaron en la redacción?
-Sí, maso. ¿Qué vamos a comer?
-Lo que vos quieras.
-No sé. ¿Vos no te animas a hacer tarta, no?
-Decime cómo se hace, sucintamente, y la hago.
-Ok. Atendeme.
-Dale
-Lavá todos los zapallitos, cortalos en cubitos, cortá dos cebollas grandes, poné todo eso en una olla mediana con un chorrito de aceite y al fuego. Ponele dos tazas de agua y disolvele encima un cubito de sopa.
-Sí.
-Dejalo semi tapado y revolvelo cada tanto. Fijate que no se tiene que quedar sin agua, pero tampoco hacerse una sopa.
-Bueno.
-El agua es simplemente para que se cocine y no se pegue
-Claro.
-Calculá que más a menos a la media hora los zapallitos ya están listos, tienen que estar blandos, tenés que poder cortarlos con un tenedor. ¿Me seguís?
-O sea que tengo que empezar a la una más o menos
-Y sí, ¿pero me seguís?
-Sí, igual imprimo todo esto.
-13.15, más o menos.
-Ok. ¿Y después?
-Una vez que está todo eso, lo colas para sacarle el agua y lo ponés en el bol de vidrio, ahí le agregás sal, queso rayado, un poco de pimienta, una cucharada de maizena y dos huevos.
-Perfecto.
-Revolvés para que todo se mezcle.
-Grosso.
-Después ponés un poco de aceite en la asadera redonda y ponés la tapa de tarta. Tratá de estirarla bien, pero sin que se rompa, después hacele unos agujeritos con un tenedor. Después poné el preparado y esparcilo por toda la superficie lo más parejo posible, agregale queso rayado por encima y metelo en el horno.
-Fantástico.
-Antes precalentá el horno unos cinco minutos.
-Ok
-¿Entendiste o te complique demasiado?
-No, todo bien.
-Sino dejá todo y comemos paty.
-Voy a intentarlo
-Mmmmmmm, qué miedo.
-Vamos a ver.
-¿Pero tenés alguna duda?
-Desde que dijiste “tarta” hasta ahora, todo.
-Dale.
-No, lo voy a hacer siguiendo las instrucciones
-Ok, cualquier cosa llamame al celu.
-Ok.
-Sino de verdad, dejalo y yo lo hago mañana y ahora comemos otra cosa.
-No, lo voy a intentar.
-Ok, es un gran desafío
-Claro. Ya veremos. Comprate un sánguche por las dudas.
-Por las dudas tené un plan B.
-Eehhh, no me va a quedar espacio en la cocina.
-¿Para qué?
-Para el plan B.
-Che, pero de verdad, si es mucha complicación dejalo.
-No, algo haré.
-Como quieras, lo que pasa es que lleva tiempo.
-Empiezo a la una
-Sí, más o menos.
-Ok
-Bueno, preparo mi paladar entonces.
-Ok.
-¿Va a quedar buena?
-Va a ser la mejor tarta que comas en tu vida.
-Espero. Ahí entra mi jefe, me desconecto.
-Chau, felíz día.
-Chau.

8 de febrero de 2006

Novela digital de Margulis

Todavía no terminé de leer la novela, pero transcribo el mail de Alejandro Margulis para que aquellos que estén interesados puedan ir sacando sus propias conclusiones:


Estimados amigos:

Me gustaría mucho invitarlos a conocer la novela digital "Fin de cita" que acabo de publicar en
http://www.elortiba.org/findecita1.html.

La invitación es por cierto interesada, ya que aliento la esperanza de que alguno de ustedes pueda escribir algo sobre ella, lo más públicamente posible, y de paso cañazo (si aún no lo han hecho) sobre lo que está ocurriendo o llegará a ocurrir según ustedes crean con la literatura digital.

Es mi humilde parecer que en estos tiempos -quizás más que nunca antes- esta alternativa se ha convertido en un gran espacio de resistencia que las nuevas propuestas estéticas ofrecen frente a las restricciones de la política editorial centrada exclusivamente en el mercado.

Saludos muy cordiales,

Alejandro Margulis
www.ayeshalibros.com.ar

7 de febrero de 2006

González en la remisería

Escuché la voz de González, el portero del edificio de al lado, a través de la ventanilla por la que atendía a los clientes:

–Flaco, hoy hace treinta años que me metieron en cana –me dijo como al pasar mientras terminaba de barrer la vereda.

"Si no la contaba se moría", decía mi viejo cada vez que alguien –el mozo de un bar o un conocido que nos cruzábamos por la calle– se alejaba con una sonrisa de satisfacción luego de contarnos su anécdota.


(La aneda completa en el Remisero Absoluto)

6 de febrero de 2006

Imaginé una ciudad

(Mientras miraba cantar
al músico popular
y los pibes fumaban
y las chicas bailaban
y el viento volvía a soplar
en los bosques de Palermo
y un tipo le informaba
a su mujer que todavía
le quedaban por vender
veinte latas de gaseosa)

Imaginé una ciudad gigante,
una provincia sin campos.
Edificios grises y patios,
de Junín a Patagones,
de Bragado a Capital.
Una ciudad gigante y oscura
colectivos sesenta de larga distancia,
la costa del mar repleta de fábricas
y el límite oeste cubierto de flores.
Avenidas interminables sin nombres
esquinas desiertas y hundidas.
Una ciudad gigante y luminosa
colmada de amigos y ex novias,
una ciudad sin teléfonos celulares
un mundo nuevo sin colers ai dís.

1 de febrero de 2006

A oscuras (4:00 AM)

-Tío, ¿estás durmiendo? Tengo que hacerte una pregunta.

-No, chiquita. Decime.

-¿Por qué te gusta tanto leer?

-Yo qué sé...porque está bueno, es lindo.

-Y por qué es lindo?

-No sé...es placentero.

-¿Y eso qué quiere decir?

-Y, no sé... es como cerrar los ojos en la cama cuando tenés mucho sueño, o empezar a hacer pis cuando te duele la panza de tantas ganas que tenías. Algo así, pero mejor.

-Ah. ¿Y qué te gusta más leer: los libros que escribís vos, o cuentos, o diarios o revistas?

-Cuentos.

-No te creo.

-Bueno, cuentos y novelas y cosas por el estilo. Diarios y revistas también, pero es diferente.

-Yo cuando tenga cincuenta años también me va a gustar leer.

-Un poco antes, supongo.

-...

-...

-Es verdad que si perdiste el diente en la playa igual viene el ratón Pérez.

-Creo que sí, pero tenés que estar bien dormida.

-...

-...

-Tío ¿te acordás cuando un gordo gritó "hay equipo", como en la propaganda de la tele que nos vuelve locos?

-Sí, fue espectacular.

-Y para mí que a las viejas les dicen "las chicas" para que las viejas no se enojen.

-Pobres viejas.

-Como dijo una vez el abuelo: viejas de mierda.