29 de enero de 2007

"El principio de la tragedia"

(Publicada en la revista Los asesinos tímidos)

Los estantes vacíos
Ignacio Molina
Entropía


Por María Eugenia Rombolá

¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo, y cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los patios vacíos?
Oliverio Girondo


Recuerdo que en algún momento el autor de Los estantes vacíos comentó que no puede pensar en una palabra sin pensar al mismo tiempo en cómo se escribe, es decir, en su materialidad gráfica, en su cuerpo más concreto. Pienso que esta obsesión por el cuerpo de las palabras es la condición necesaria para intentar rasgarlas y poder llegar a lo que está detrás (¿a la nada? No se sabe a ciencia cierta, pero sí puede observarse que en este acto radica la exploración del autor). Molina lo sabe, tal vez no sabe que lo sabe, pero lo sabe. Y para los que no lo saben, puede ser una tarea ardua comprender, por ejemplo, la necesidad de construir un personaje como Matías ("El camino del agua") que escucha (y acá vale la pena recalcar que no oye, sino que escucha) palabras sueltas en una conversación telefónica de su hermana, "técnico, tenedor, enganche, comentarios, filamento, volantes, campeonato, forra, camisa, líneas, público, chau". Las palabras no son las cosas, eso todo el mundo lo sabe, pero las palabras sí son cosas y hay quienes lo niegan en virtud de una fidelidad desmedida hacia las formas ya concebidas de los géneros (hay una anécdota que cuenta que una vez Gauguin se encontró con Mallarmé y le dijo algo así: "Tengo un montón de ideas para escribir una novela" y Mallarmé le respondió "Las novelas no se escriben con ideas. Se escriben con palabras").

El cuento
Hay muchas teorías respecto a qué es un cuento, pero vaciemos nuestros estantes de teorías y volvamos a la idea más simple, la que teníamos seguramente cuando empezamos a leer, ¿qué es un cuento, entonces? ¿No es acaso un relato en el que transcurren cosas y muchas veces termina antes de lo que querríamos, pero al mismo tiempo, en su propia constitución está la imposibilidad de que continúe? Es verdad que lo mismo puede decirse de la novela, pero a diferencia del cuento, en ella hay líneas de fuga intermedias que permiten digresiones casi, casi, infinitas. Entonces, el cuento le muestra el final al cuentista. El novelista, en cambio, decide cuando dejar de fugarse y en esta detención aparece el final.

Los personajes
A la hora de relacionarse entre ellos, tienen miedo de incomodarse con preguntas, suponen, consideran que no vale la pena decir todo lo que están pensando. Por otra parte, registran todo: el tiempo, las calles, los carteles, cada detalle de la ciudad son su verdadera compañía. Es que estos detalles dejan de ser cosas para convertirse en palabras-cosa. Los barrios entonces no sólo tienen nombre, sino que además son de colores específicos ("El camino del agua"), tomar un colectivo no sólo implica trasladarse de un lado a otro, sino repetir el trayecto narrado en un libro que se encontró poco tiempo antes en una librería de saldos ("Kilómetro cero"), la puerta de la heladera exhibidora anuncia tormenta ("Polirrubro Ama-Faby"), las calles amanecen inundadas ("El sistema") y en ocasiones se humaniza a los objetos agregándole la preposición "a" cuando son objeto directo: "Después de unos minutos me acerqué a la ventana y me puse a mirar, alternadamente, al paraguayo que vivía al fondo del pasillo (...) y al empapelado violeta de la pieza" ("Kilómetro cero") o "Después de abarcar en un solo paneo a las golosinas, las estanterías despobladas, los envases vacíos (...) se queda mirando el plano de la ciudad que cuelga de una de las paredes" ("Polirrubro Ama-Faby").

Los finales
Si bien cada uno de los quince cuentos de Los estantes... exige su final, éstos últimos, de alguna manera, retumban, delicadamente, como ecos, en los demás cuentos y, por qué no, en la vida misma. Es que en cada conclusión hay una puerta abierta, una invitación a asomarse a un abismo que no se muestra, apenas se anuncia en palabras-cosa, en cosas que hablan, que nos dicen la soledad, la sorpresa, las coincidencias y desencuentros, los malentendidos inevitables, los olvidos evitables, pero necesarios... Podría decirse, entonces, que los cuentos concluyen en el principio de la tragedia. Un modo arriesgado y lúcido de trazar el antagonismo que presenta la vida de los hombres y mujeres en la ciudad contemporánea.

24 de enero de 2007

"...el nene no te lo cobro ..."

De: CABAÑAS TURÍSTICAS SOL
Para: Ignacio Molina
Asunto: RE: consulta por cabaña

hola , la cabaña para dos personas el nene no te lo cobro por dia $70 con desyuno totalmente equipadas no se abls de la primera quinsena nose si son 15 dias o para la primera quinsena te hago precio si son mas de 10 dias para las reservas al 0291, xxxxxxx ricardo o noemi

16 de enero de 2007

No es más que un hasta luego

A los que sigan entrando con la expectativa de encontrar un post nuevo, se les notifica que Unidad Funcional alargará su receso veraniego hasta, se supone, algún día del mes que viene.

4 de enero de 2007

Ceca

Escribí lo de más abajo hace un par de meses. Pensé en no postearlo, pero como mi tiempo de escritura está ocupado en otra cosa y no tengo nada para el blog, lo subo:


En el número de octubre de Los Asesinos Tímidos (revista dirigida por Eugenia Rombolá y Juan José Burzi) hay una sección dedicada a Los estantes vacíos. La sección se llama ''cara y ceca'' y, tal como su nombre lo sugiere, contiene una reseña positiva y otra negativa sobre un mismo libro. La reseña positiva, que puede leerse consiguiendo la revista, fue escrita por Rombolá. La reseña negativa está firmada por Ariel Bustos, y también puede leerse en este sitio de Internet (la decisión de enviar una misma reseña a dos medios al mismo tiempo es al menos discutible, aunque no es eso lo que me convoca a escribir esto).

Debatir cada una de los puntos de vista que Bustos expone en su texto me resultaría muy largo y tedioso, pero sí creo que no puedo pasar por alto algunos de ellos. Por ejemplo: al final del segundo párrafo se lee una afirmación lapidaria: ''En Molina se produce la muerte de las historias''. Resulta complicado rebatir una frase tan arbitraria, ya que al no existir argumentos válidos a favor de la misma tampoco es posible encontrar argumentos serios para contradecirla. Sólo hace falta saber leer de corrido para darse cuenta de que si algo hay en Los estantes vacíos son historias: historias que le dan vida a cada relato, historias más pequeñas dentro de esas historias, historias por reconstruir, historias que atraviesan o sobrevuelan todo el libro. El hecho de que esas historias no estén organizadas dentro de una estructura clásica no le otorga ninguna autoridad a Bustos para hacer una afirmación tan alejada de la realidad.

Al comienzo del tercer párrafo, el autor de la reseña descubre la pólvora al escribir ''Se trata de un libro poco convencional'' y ''Molina establece una idea personal del cuento''. Pero enseguida fija su posición al respecto al explicar ''para ello suprime dos claves de la definición clásica del cuento: la unidad de efecto y el punto de no retorno'', como si eso y lo antedicho constituyeran una herejía, o una irrespetuosidad imperdonable hacia las formas tradicionales del género. Y enseguida, cuando escribe ''Eliminada la arquitectura de la narración sólo le queda….'', vuelvo a preguntarme qué libro estuvo leyendo, o qué parámetros habrá utilizado para leerlo. ¿No hay arquitectura narrativa, acaso, en cuentos como Espirales, o Los estantes vacíos, o El camino del agua? ¿No es la arquitectura narrativa la que permite ensamblar varias series de relatos entre sí? ¿Cómo se sostiene sin arquitectura un libro en el que, supuestamente, el énfasis no está puesto sobre la trama?

Después de los puntos suspensivos, la última frase citada continúa: ''. . . sólo le queda al autor reciclar cuestiones formales, como los ciclos que forman distintos cuentos que comparten los mismos personajes, recurso que Liliana Heker escribió hace treinta años''. Y al leer eso no puedo más que reírme. ¿Cómo, en el mismo párrafo en el que me ''acusa'' de narrador poco ortodoxo, puede llegar al colmo de acusarme de plagiar un recurso de uno de los paradigmas de la ortodoxia cuentística argentina? Me quedo sin palabras ante eso. O podría decir ''sí, che, la verdad que me maté leyendo a Heker para robarle alguna idea'', pero sería una ironía sin gracia.

Como escribí antes, no es mi intención discutir cada una de las líneas de la reseña. Por eso voy directamente a la última y, sin dudas, más ligera e inadmisible afirmación: ''(los personajes) terminan por no conmover al lector'' ¿Cómo hizo el autor de la reseña para llegar a esa conclusión? ¿Hizo una encuesta entre todos los lectores del libro? ¿O se referirá a él mismo como un lector promedio o como EL lector? Por suerte, gracias al (modesto o no) recorrido que pudo hacer el libro entre lectores más o menos calificados, sé que no es ése el promedio. Si así fuera, más que sombrío sería el panorama.