31 de julio de 2009
30 de julio de 2009
28 de julio de 2009
27 de julio de 2009
24 de julio de 2009
Los aviones
Vamos a la costanera norte a pescar con nuestros hijos. Aunque pescar es una forma de decir: las cañas de diez pesos que compramos en un puesto tienen líneas que no llegan al agua. Pero ellos no lo alcanzan a ver: las meten por los agujeros de la baranda que nos separa del río y se quedan, por un rato, contentos así. Mi hermana no puede entender a la gente que viene a ver despegar y aterrizar a los aviones. Familias del conurbano o del sur de la ciudad que estacionan sus autos en la avenida y se ponen a mirar por entre las rejas del aeroparque como si estuvieran presenciando un espectáculo. Acodado en la baranda, pienso que si el agua fuera menos turbia podría reflejar algún vuelo. Imagino lo que verán los que van en ese avión que se aleja: la ciudad como una maqueta, el verde de las veredas y la hilera de árboles y, entre todo eso y el agua, el sombrero de mi hijo como una mancha amarilla cada vez más imperceptible. Desde sus puntos de vista, supongo, yo no tendría que preocuparme por nada.
Los desnudos de Bonnard


Su mujer.
Durante cuarenta años su modelo.
Él la pintó una y otra vez. El desnudo
de su último cuadro, es el mismo desnudo joven
del primer cuadro. Su mujer.
Él la recordaba joven. Los tiempos
en que ella era joven. Su mujer, en la bañadera,
en el tocador frente al espejo. Sin ropas.
Su mujer cubriéndose con las manos
los pechos duros, mirando hacia el jardín,
donde los rayos del sol desparraman
tibieza y color.
Todas las especies vivientes floreciendo.
Ella joven y temerosa y excesivamente deseable
en su desnudez. Cuando ella murió,
él siguió pintando un poco más.
Fueron algunos paisajes, después murió.
Lo enterraron junto a ella.
Su joven mujer.
(Poema de Raymond Carver.
Pinturas de Pierre Bonnard)
23 de julio de 2009
Ver más vidrio
Era una chica a la que una llamada telefónica no le hacía gran efecto. Daba la impresión de que el teléfono hubiera estado sonando constantemente desde que ella alcanzó la pubertad.
Mientras el teléfono llamaba, con el pincelito del esmalte se repasó la uña del dedo meñique, acentuando el borde de la luna. Tapó el frasco y, poniéndose de pie, abanicó en el aire su mano pintada, la izquierda. Con la mano seca, tomó del asiento junto a la ventana un cenicero repleto y lo llevó hasta la mesita de luz, donde estaba el teléfono. Se sentó en una de las dos camas gemelas ya tendida y —ya era la cuarta o quinta llamada— levantó el tubo del teléfono.
(...)
(Un día perfecto para el pez banana)
22 de julio de 2009
21 de julio de 2009
17 de julio de 2009
14 de julio de 2009
13 de julio de 2009
Por un momento me puse contento: pensé que iban a pedirme una retractación en público
¿”Protocolo de enunciación noventista”?, ¿”fiesteros y drogones en público”?, ¿”pasos que excluyen toda valoración”?...
¿De qué hablan estos pibes?... No tengo el mail de ninguno de los iluminados de la crítica que firman estas líneas como para preguntarles si realmente quisieron decir lo que dijeron (si es real que, como me dicen por ahí: “el artículo está deseoso de vincular cierta literatura, en donde entran Los estantes vacíos, con el neoliberalismo de los 90's”) pero empezaría por aclararles que ese es un libro de cuentos y no una novela (lo que es lo mismo que indicar que la crítica que se le hace a una obra debe surgir de la lectura exhaustiva de la mismo y no del pispeo oblicuo de las reseñas que otros hacen de ella).
12 de julio de 2009
11 de julio de 2009
10 de julio de 2009
Los neuróticos son infinitamente superiores a los llamados normales

7 de julio de 2009
6 de julio de 2009
3 de julio de 2009
Menos que cero
que beben desilusión,
mira apenas pupilas
obscenas de sol.
Río inerte (aliento a muerte lenta)
río incierto (muerde el viento al despertar)
Agua turbia, agua escéptica
agua oscura, olvidada;
perfume fugaz
de libertad.
Ella agita su ahogo en inviernos de soledad
(con el río de espaldas siempre a la ciudad)
La humedad borró de a poco su postal,
la nostalgia de otros muelles y otro mar.
Entre sombras que se alargan,
mientras cuenta las horas y el sol cae detrás
de la ciudad.
Más allá de las seis
se confunde la mañana con tu piel,
y a la hora de volver
el silencio se hace inmenso, sin querer.