5 de enero de 2002
Montevideo, Punta del Diablo.
República Oriental del Uruguay.
19 Y 20 DE DICIEMBRE: SIGAMOS EL EJEMPLO DEL PUEBLO ARGENTINO, es la primera pintada que leo en la 18 de Julio. Ocupa una ochava entera y está firmada por el 26 DE JULIO, MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO FRENTEAMPLISTA.
Llegamos muy temprano a Montevideo y, al ver que el primer bus al departamento de Rocha salía recién a las diez de la mañana, decidimos tomar un taxi hacia otro punto de la ciudad. Dejamos los bolsos en la guardería de la terminal y, media hora después, estamos a punto de desayunar en un bar del Centro.
Es sábado y las calles están casi desiertas. Pedimos ocho mediaslunas, dos para cada uno. El mozo nos mira como si estuviéramos locos, y, al darse cuenta de que somos argentinos, nos aclara:
–Miren que acá las medialunas son así, eh. Y vienen con jamón y queso.
El taxista que nos devuelve a Tres Cruces tiene colgado del espejo retrovisor un muñequito aurinegro; después de preguntarnos cuál es nuestro destino, dice en voz baja como para sí mismo:
–Para el este se van los chiquilines.
El bus nos deja en la ruta junto a otros seis pasajeros, y una combi de la misma empresa nos lleva por un camino lateral hasta Punta del Diablo. El chofer usa anteojos negros y escucha la retransmisión de una FM argentina. M. dice que acabamos de pasar por el camping en que ella estuvo con un grupo de amigas algunos años atrás.
Lo primero que hacemos es mirar el mar. Punta del Diablo es un pueblo de pescadores que se ha ido trazando sin ninguna planificación. Hay ranchos construidos sobre la playa. No hay asfalto y se ven muy pocos árboles. La arena y el agua no tienen nada que ver con los de la costa de la provincia de Buenos Aires. Estar acá es como estar en un pueblo perdido de Brasil pero –gran ventaja– sin brasileros.
Como no encontramos lugares disponibles para cuatro personas y nos resulta muy pesado andar con los bolsos a cuestas por los terrenos irregulares, decidimos alojarnos transitoriamente en un hotel y a la tarde, más descansados, reemprender la búsqueda de alojamiento para el resto de la estadía.
Cuando le preguntamos si es posible alguna rebaja, la conserje del hotel nos dice que nos va a dar la habitación de la que se acaba de ir Jaime Roos.
–Ayer estuvo tocando en la playa –nos dice como zanjando la negociación.
Dejamos los bolsos ahí y vamos a comer a lo que suponemos que es la calle principal. Le preguntamos al mozo por algún lugar donde alojarnos. El mozo es negro y bocudo (más tarde lo bautizaremos "labios de churrasco"), y nos dice, en tono de confesión, que un amigo suyo es dueño de un hospedaje.
–Tienen que repechar dos cuadras, hasta una casa blanca, y ahí doblar veinte metros a la derecha –nos dice el nombre del lugar, y no nos cree cuando le decimos que no lo conocemos.
–Vamos . . . –dice como si lo estuviéramos cargando.
Aunque parecen hechas con carne picada, las milanesas que nos sirven se dejan comer. Tenemos demasiado hambre. La guarnición es ensalada mixta y la bebida es Doble Uruguaya, una cerveza que, como todas las de acá, es más rica y amarga que las argentinas.
Cuando terminamos de comer se nos acerca el tecladista que, acompañado por un guitarrista y una cantante, había estado tocando en el local. Tiene barba, es bastante robusto, y una bandana con arábigos le envuelve la cabeza. Se para junto a la mesa y nos pregunta si nos gustó su música.
–Sí –le decimos a coro.
–Ah, porque los vi entusiasmados –nos dice, y, para no alargar un silencio, Luis le pregunta de dónde es.
–De Gualeguaychú.
–Entre Ríos –completa Luis, y los dos se quedan incómodos, moviendo levemente las cabezas.
En la puerta del bar y en toda la calle principal hay puestos de artesanías atendidos por negros con dreadlocks. No sé si son uruguayos o brasileros, y cuando paso por al lado no los escucho hablar.
Más tarde, después de ir a la playa y mientras recorremos el pueblo, encontramos un complejo de bungalows. Cumbres Azules. Entramos a consultar. Los dueños nos atienden en su comedor. Desde ahí, desde la altura, se ve cómo cambia el color del agua en el mar dependiendo de la lejanía de la costa. La mujer, bastante mayor, nos dice el precio por día, por semana y por quincena. Habla mucho y anota nuestros nombres en un cuaderno de tapas duras y hojas rayadas.
–Anoto todo porque esto es una sociedad anónima –dice muy seria, supongo que para intimidarnos.
En un momento en que su marido (Orlando Araujo, oriundo de Tacuarembó) sube al entrepiso para mostrarle a las chicas cómo son las habitaciones, Rosa nos habla a Luis y a mí sobre las lechuzas que hay al frente de los bungalows. Yo giro la cabeza, vuelvo a mirar hacia el mar, y dejo a Luis poniendo la cara.
Mientras nos toma los datos y le damos nuestras direcciones, Rosa nos cuenta que tiene una hija que también está viviendo en Buenos Aires.
–En Capital, en la calle Charcas, bajo en la General Paz, ando ocho cuadras y ya estoy ahí –cuenta. Yo imagino la avenida con forma de herradura, no me dan las cuentas pero me quedo callado.
Arreglamos los números y los plazos, y quedamos en volver al día siguiente. Estamos contentos y tranquilos. Conseguimos alojamiento y el precio nos resulta relativamente bajo: en Argentina acaba de implementarse la devaluación, pero nosotros, a los dólares que tenemos, los ganamos como pesos.
Volvemos al hotel y hacemos las cuentas del dinero que nos queda. Armamos un pozo para sociabilizar los gastos en común. Decidimos que esta noche M. y yo vamos a dormir en la cama matrimonial, y los chicos, en la que hay en el entrepiso. Sorteamos los turnos para empezar a ducharnos. El ventiluz de la bañadera da a la galería del hotel, y Luis, aunque las chicas no demuestran preocupación, lo cubre con una toalla para que nadie las vea bajo la lluvia.
A las siete de la tarde, Andrea y Luis se tiran a dormir una siesta. M. y yo nos quedamos leyendo (traje unos quince libros en la mochila, y siento que si no los empiezo ahora nunca voy a terminarlos) y haciendo comentarios sobre el lugar.
Más tarde, M. y yo salimos a comer. En el restaurant, frente al hotel, pedimos una cerveza Pilsen y tenemos una confusión cuando queremos elegir una pizza. El mozo, que es mucho más joven e inexperto que el de Montevideo, nos aclara:
–Pizza, es individual. Pizzeta es grande. Puede ser a la pala o al tacho.
Antes de volver al hotel vamos a dar unas vueltas. Caminamos en la oscuridad; el cielo está bastante nublado y en las calles no hay postes de luz. Cada tanto pasa algún auto; todos los que vi hasta ahora tienen patentes uruguayas. Cuando se apaga el motor, sólo escuchamos el canto de los grillos y, un poco más alejado, el ruido del mar.
24 de agosto de 2005
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11 comentarios:
Qué hermoso uruguay. Viste qué cara la cerveza? Este año, al menos, era carísima. Y, por el contrario, las pilas eran muy muy baratas.
El pase por Montevideo, rumbo a Pta. del Diablo también es divino. Extraño uruguay, gracias por este post que me volvió a este último verano.
Punta del Diablo, increíble...algo así como la Aldea de Asterix...
saludos
Nota al pie: con el objeto de no herir susceptibilidades, los nombres reales de los protagonistas de este fragmento de diario han sido modificados por nombres ficticios.
¿qué susceptibilidad podés herir con ese relato, Nacho? No hay escenas de sexo ni de violencia ni contás nada íntimo.
Ese anonymous de arriba fui yo.
Saludos...
Molina està muy influenciado por los medios!!!Vio TV y quizo poner esa aclaraciòn...jajaj
saludos
molinón,
no lei aún su largo post, pero así, de prelectura, asiento aquí mi compartido amor por punta diablen y demás lugarejos del iuruguay.
marina!!!! punta del diablo se parece a la aldea de irreductibles galos, sí!!!!
Por el trabajo que hago tengo la suerte de estar en contacto con Uruguay más de lo que imaginé. Es bonito, pero perdió un poco su magia, cuando esta todos los días a tu alcance se desgasta.
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QUE TAL MOLINA ME PODRIAS CONTAR DE DONDE SACASTE EL NOMBRE ORLANDO ARAUJO DE TACUAREMBO?
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