Enrique Wernicke (1915-1968) escribió novelas, cuentos, teatro y poesía. Para ganarse la vida ejerció, entre otros, los oficios de titiritero, agricultor, publicista y fabricante de soldaditos de plomo. En sus libros (hace pocos años Colihue publicó una antología de sus cuentos, y reediciones de las novelas La Ribera y El Agua se consiguen en algunas librerías) Wernicke fundó un estilo, basado en el laconismo y en la descripción de vidas ordinarias, que años más tarde, y de la mano de autores norteamericanos como Raymond Carver, sería bautizado "minimalista". Wernicke vivía en la ribera del norte del Gran Buenos Aires –por entonces inundable y donde se escenifican gran parte de sus textos– y fue alcohólico hasta el día de su muerte. Como legado dejó, además de su obra de ficción, un diario de 1500 páginas, titulado Melpómene, que aún continúa casi totalmente inédito y del que sólo se conocen fragmentos como el que transcribo:
Diciembre 29 de 1957
Se termina este año extraordinario. Y yo, a los casi cuarenta y tres, me encuentro en un comienzo. No tengo en dónde trabajar y ando en busca de un "empleo". La fabriquita de soldados no da más y ninguno de los "grandes proyectos" ha cuajado. El saldo de este año es: un hijo que nacerá el mes que viene; un libro de cuentos "muy bueno"; una novela corta en borrador, y deudas por casi 20.000 pesos.
Aplastado por una sensación de fracaso. No se trata de que no me sepa haragán y borrachín. Pero hay borrachines que se "la rebuscan". Yo no. El resultado de estos diez años de "no tener que ir al centro", ha sido escribir cuatro o cinco libros. Y cambiar de mujer tres veces. Y de perro otras tres.
He perdido contacto y relación con cuanta persona puede ayudarme. Y, se me ocurre, he ganado fama de informal, borrachín y loquito. Mi único prestigio: "soldaditos", los divinos soldaditos que me permitieron vivir sin pedir nada a nadie (de mis círculos literarios).
No tengo absolutamente nada. Y no lo tendré por mucho tiempo. Es evidente que yo calculaba, "dejando pasar el tiempo", que algo iba a suceder, que "mi gloria" me iba a asegurar un modesto pan cotidiano y que vendrían a buscarme para darme changuitas. Eso no ha sucedido. El mundo no perdona la indiferencia y el engreimiento, y hay que hacer muchas cosas para que a uno "lo vengan a buscar".
Analizando los hechos, pienso que la vida solitaria de estos años, tan útil para madurar a un Enrique escritor, me ha impedido salir a la calle. El problema de "dónde como" y "quién cuida del perro" me ataba ridículamente a mi casita. Años que no voy al cine, que no veo exposiciones, que no sé qué pasa en Buenos Aires. Si soporto el asqueroso viaje al centro, el traje y la sudada, me vendrá bien un cambio de vida. Pero temo sentirme abrumado por tanta cosa odiosa y que el trago me derrumbe la salud. Habrá que esforzarse como nunca. O pegarse un tiro.
15 de noviembre de 2005
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4 comentarios:
Muy bueno. Poné más.
Me cagaste el día, Molina, gracias.
Pobre Enrique. Nunca pudo enrique cerse. No pudo serse.
Supongo que es así. Para viajar al centro hay que poner el hígado de garante. Pero, ¿existe al fin la posibilidad de quitarse el cuerpo para escribir?
tan real, tan desgarrador, no? conocí varios enriques y ya ni sé cómo quererles.
Me interesa mucho este personaje.Tengo una gran simpatía por él.
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