Puedo mirar las ecografías, el placar donde se acopian pañales, la ropita y el moisés que ya me regalaron, pero hasta no ver la panza de Melina no caigo en la cuenta de que voy a ser padre. Sólo al tocar esa superficie cada vez más grande, todo deja de parecerme mentira y pasa a transformarse en irreal. No soy yo, me digo por momentos; es otro el que en agosto va a tener un hijo y va a cumplir treinta años, el que además va a publicar libros que ni sé cómo hizo para escribir, y el que debe cumplir cada día, aunque sin traje y corbata, con su rutina laboral.
Hoy llamé a la casa de una compañera del trabajo y me atendió su hija de cinco o seis años. Me preguntó quién era, y enseguida, alejada del tubo, la escuché gritar "mami, es un señor".
–Ja, un señor me dice la nena –le dije a la mamá cuando llegó al teléfono.
–Y obvio, si sos un señor, cómo querés que te diga –me respondió ella muy seria.
Yo qué sé, si te parece, estuve a punto de decirle, pero empecé a hablarle de cuestiones de trabajo sin voz de señor.
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9 comentarios:
Buenísimo Molina.
Yo cumplo treinta en agosto como Ud.(parece que es un tema sensible porque también lo incluí esta semana en el blog) y cuando estoy con niños de esa edad me doy cuenta que aunque para uno no, para ellos somos "los grandes". Parece que así funciona.
Lo de ser padre supongo que se aprende y se cae mientras se es.
Saludos y felicitaciones de nuevo
Todo llega en la vida...los hijos tambien...
yo no soy madre, pero estoy segura que es el sentimiento mas raro y mas lindo!
La tia.
Oh, Ignacio, para los niños ya somos (desde hace años), señoras y señores, y -como sabrás- los niños siempre dicen la verdad. Aunque vayas a la salida del cole con All Stars, la adultez llegó para quedarse. Y no está tan mal.
Beso,
M
Problemas con blogger. Subí un post nuevo pero no se me actualiza, al menos en mi pantalla. Se verá en otras pantallas?
A mi también me ha sentado raro haber sido llamado "señor" por distintos interlocutores, pero más me sorprendió, al ver como un nene de unos 4 o 5 años se avalanzaba hacia mis piernas por no haberme visto, haberle dicho: "cuidado hijito". Eso fue bizarro.
Hay cierto ignorado exilio de nosotros mismos que la paternidad o la maternidad nos devuelve, nos revela, nos "repatria".
Cuando nació Lucía (mi hija), yo también nací con ella.
Y no la sigo porque, como dice Piro, me pongo logorreica.
Caro
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