24 de septiembre de 2006

Tigre

Anoche, en una fiesta de casamiento en el Tigre, un invitado de la generación de los padres preguntó por mí y vino a saludarme.

–¿Ignacio? –me dijo.

Yo estaba sentado en el salón de al lado de la pista de baile, pensando en si sería el único que no llevaba corbata y esperando, con Fausto en brazos, a que llegara el remís que habíamos pedido. Con un pie seguía el compás del remixado de Los Auténticos Decadentes. El tipo se presentó con su nombre, y me preguntó dándome la mano:

–¿Los estantes vacíos?

–Sí, claro . . .

–¿Cómo te va? . . . Leí el libro . . . La verdad que al principio, hasta la página treinta, tenía ganas de matarte . . . Después lo entendí . . .

–Bueno . . .

–Interesantísimo. Te felicito . . . Retrata muy bien a la juventud de hoy . . .

–Bueno, muchas gracias –le dije, mientras me parecía escuchar desde la calle el motor y la bocina del remís. Antes de despedirse, él quiso saber si el bebé era hijo mío y, volviendo al tema del libro, me preguntó:

–¿Pero vos sos así?

Un rato después, mientras nos alejábamos en el auto bordeando el río y escuchábamos, cada vez más lejanos, los graves de la música, pude ver cómo dos pibes intentaban pescar algo con un medio mundo. No me pareció raro que estuvieran ahí a esa hora de la noche. El remisero había vivido en mi barrio hasta antes de jubilarse. Ahora ya llevaba diez años viviendo con su mujer en una casita en el Delta, pero, como nunca le habían aumentado ni un peso de la jubilación, en algún momento tuvo que ponerse a trabajar con el coche.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No está mal mover el piesito al son de los Decadentes al tiempo que se hace equilibrio con el Fausto de Goethe.