Ayer fui a la presentación del segundo tomo de Querida Familia editado por Entropía. Esta mañana, pensando en escribir una crónica de la noche, tomé algunas notas sueltas, pero después se me hizo tarde y no tuve tiempo de armarla. Quedan, entonces, los apuntes dispersos:
En el subte, en el asiento de enfrente, viaja un pibe con un corte beatle. Sobre la falda lleva una mochila negra, y, dentro de la mochila, un gato del mismo color asoma la cabeza. El gato tiene la cabeza gigante y la cara achatada. El pibe le acaricia el pelo mientras escucha música en auriculares enormes.
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Un espacio de arte, ¿una fábrica abandonada? en Chacabuco al 500. En la Filcar veo un atajo: saliendo frente al Cabildo y caminando por Diagonal Sur ahorro dos cuadras. En Plaza de Mayo hay un show musical; algo al respecto me pareció ver en Telenoche, pero no pude prestarle atención.
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Llego tarde, después de las ponencias. Catorce actrices en bikini de los ¿años 50 o 60? leen fragmentos de las cartas para sí mismas o para el público que se les acerca. Saludo a los editores y busco a los que me prometieron su presencia. En la barra hay cervezas y vasos de papel. Raúl Puig escucha palabras de su hermano en voz de una actriz.
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Hay frases que, dichas en determinado contexto, pueden cambiarme el humor instantáneamente. Me presentan a alguien y, cuando parece que la conversación empieza a tejerse, el presentado me dice:
–Che, sos alto –como si estuviera descubriendo el mundo con su observación.
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Con JM, flamante padre ¿secundizo?, hablamos un minuto sobre la paternidad: kilaje, centimetraje, horas de sueño, frecuencia de alimentación.
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En concepto de gentileza, las actrices pueden llevarse un libro del catálogo. Una me dice ''yo leo'', y le recomiendo ''ése, el de tapa verde inglés''. ''El de Molina'', me dice ella, como si conociera de nombre al autor, pero después de mirar la foto de la solapa, y empujada por el título, la extensión y el género de la autora, termina eligiendo ¿Vos me querés a mí?
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Hacia el meeting en lo de Gonzalo, voy en auto con Valeria, Romina, xxx y Ana, mi compañera del secundario. En el viaje, mientras meto algún bocadillo, pienso sin darme cuenta en el subte. La línea D va de (el edificio del) Cabildo a (la avenida) Cabildo. Da para la confusión de los turistas, me digo, al tiempo que me reprocho que, muchas veces, pensamientos ridículos y sin objeto como ése no me permiten entrar en una conversación.
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Precisión en el pedido: tres docenas y media de empanadas. No entiendo cómo alguien puede pretender una docena de pollo (contenido mendrugoso de dudosa procedencia) pero no me atrevo a insistir. Mientras hablo con Ana de lo que cada uno sabe de nuestros ex compañeros, en la sala de ensayo los demás tocan los instrumentos con la torpeza de alumnos de segundo grado en una clase de música.
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Se habla de la presentación de la novela de Iosi, y me inquietan diferentes puntos de vista sobre la mía. ''Gente que escribe libros'', dice xxx, y se pregunta ''¿cómo se escribe un libro?''. ''¿Para qué? más bien, sería la pregunta'', escucho que le responden.
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Por la vereda, mientras la despedida, pasa una chica hablando por teléfono. ''¿Y te robaron a vos, pero no te hicieron nada?'', pregunta preocupada. Dentro de un auto estacionado hay un chico que también habla por celular, y durante un segundo estoy seguro de que, sin saber que están a metros de distancia, hablan entre ellos (pre-pre – seg-seg).
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En Honduras espero un 39 que nunca va a pasar. Calculando lo que puede salirme un taxi por un viaje de veinte cuadras, estiro un brazo al ver una luz roja. Al enterarse de mi destino, el taxista dice ''pasamos por Honduras y la vía, donde a las chicas se les cae la bombacha'', pero enseguida se mesura ante mi escaso entusiasmo.
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Entro intentando no hacer ruido. Me lavo los dientes con fuerza, me baño para sacarme el olor a humo. Entre dormido, en el silencio de la noche, oigo una conversación que llega hasta el cuarto piso y atraviesa las hendijas de la persiana:
–¿Un puterío, maestro, un lugar para ponerla?
–Doblá en la esquina, seguí unas cuadras . . .
Y después el ruido del motor que se apaga de a poco.
23 de noviembre de 2006
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3 comentarios:
Molina, creéme que te salió un Hunter Thompson.
amigo, ud. tiene algo con las empanadas, en casi todos sus relatos hay alguna (y coincido, las de pollo no dan)
salu2
Gracias, Mariano. Supongo que eso es algo positivo.
Con las empanadas?? Vos decís Loyds? No me había dado cuenta. Y eso me inquieta. Ya mismo me pongo a analizar la veracidad de tu observación.
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