23 de octubre de 2007

23/10

Querido blog:

Hoy me desperté convencido de que tendría que galvanizar el techo de un gimnasio. En la tarea me ayudarían dos operarios: Galván y Galvanissi. Mientras caminaba hacia el baño traté de recordar los detalles del sueño, pero sólo se me vino a la cabeza las imagen de mí mismo vestido con un traje marrón de encargado de edificio de la década del ochenta.

Otra cosa: el fin de semana volví a andar en bicicleta. La había dejado en la bicicletería hace más de un mes y recién fui a buscarla el sábado pasado. Entré calculando cuánto me cobrarían por la guardería, pero la dueña no me dijo casi nada: sólo me retó con la mirada y me pidió que firmara un papel. Me indicó dónde estaba la bici y me cobró nada más que seis pesos, catorce menos de lo que había estimado semanas atrás. Con esa diferencia, un rato más tarde, agregué a la compra del súper un balde de un kilo y medio de helado.

Esa tarde pedaleé hasta la zona de Cabildo y Juramento para comprar los regalos del día de la madre. Encadené la bicicleta a un poste de luz y caminé hasta las cuadras de los negocios. En una librería de saldos vi a una chica levantar una pila de doce ejemplares de
Cómo desparecer completamente y llevarla hacia el mostrador. Al principio creí que era una fan exagerada de Mariana Enriquez, pero enseguida me di cuenta de que era ella misma. Después de los saludos me contó que estaba por viajar a la feria de Guadalajara, que ni en su casa ni en la editorial quedaban ejemplares para llevar, y que alguien le había pasado el dato de que en esa librería de Belgrano podía conseguir. También hablamos de Bajar es lo peor, su primera y todavía más inhallable novela. Me contó que la había escrito completamente a máquina, y que estaba pensando en scanearla para subirla a la web.

Mientras pedaleaba de vuelta a casa, con la canasta de la bici llena de regalos, me acordé de un episodio –salvando las gigantes distancias entre los personajes– un poco similar: hace unos diez años, en el viejo Musimundo de Cabildo, vi a Sergio Denis comprar un disco suyo. “Ese que tiene: te quiero tanto…”, le había tarareado al vendedor. Un rato más tarde, de vuelta en mi casa, me puse a hacer zapping y en un canal de cable vi a Sergio cantando esa misma canción apasionadamente, mirando a la cámara y tocándose el pelo, haciendo playback sobre el mismo disco que había comprado en Musimundo.


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace muuuucho que no ando en bici, a veces lo extraño.
Solo seis pesos te cobro?, capa!
Que lindo recibir tantos regalos por nuestro día.
Saludos Molina, interesante tu blog.
Besos

Anónimo dijo...

Hizo muy bien en aprovechar el vuelto en helado.
Porque debe ser raro eso de andar por ahí comprando partes de uno ¿no?

Un abrazo

Anónimo dijo...

Me reí mucho, gracias. Ja ja. Yo a veces me levanto con ganas de algo parecido. Pintar un tinglado, por ejemplo. (escuchando AC DC)

Ruy Guka dijo...

Tu-post-me-recordo-que-tengo-que-quitarle-una-caja-a-mi-bicicleta-que-le-puse-hace-mucho-tiempo.-Ademas-de-cambiarle-los-pedales-que-venian-dañados-de-fabrica.-La-caja-es-enorme-y-la-puse-porque-antes-repartia-comida-en-ella.-(No-sirve-mi-tecla-de-acentos,-tampoco-mi-barra-espaciadora).

Satamarina dijo...

ruy, no cuesta mucho un teclado, nO?

saludos