10 de abril de 2008

De cómo casi me hago millonario

Anoche me fui a dormir con mi hijo; se le había salido el chupete y se había puesto a chillar. Lo abracé, cerré los ojos, y entresueños compuse una canción re pegadiza. Pensé en levantarme e inmortalizarla en mi grabador de periodista, pero supuse que a la mañana me la acordaría seguro. El estribillo era la mejor parte. Me emocionaba la letra, la melodía me ponía la piel de gallina y el ritmo me daba ganas de bailar. La imaginé interpretada en diferentes estilos: reggae, melódico, rocanrol. En todos estaba buena. Pensé en contactarme con algún productor. Me vi googleando a Afo Verde para buscar su teléfono. “Hola Afo, tengo un tema que va a romper todo”, le decía. Lo vi como futuro hit del disco regreso de Los Cadillacs, lo escuché coreado por el estadio de River. Todo eso mientras mi hijo de vez en cuando se movía dormido y seguía acariciándome un brazo. En un momento Afo se arrepentía y en vez de a Los Cadillacs se lo pasaba a Ricky Martin. Yo aceptaba pero le pedía firmarlo con seudónimo: “yo escribo literatura de verdad, señores, tengo un prestigio que cuidar”, le explicaba a los gerentes de la discográfica, sentado a la cabecera de una mesa larga en una oficina de Puerto Madero. Al final el tema salía en el disco de una banda estilo Menudo, sonaba en todas partes, y yo abría una cuenta en el Banco y todos los meses retiraba los miles de dólares de las regalías. Cada vez que lo pasaban en la radio o en la tele, miraba a Fausto desde mi sillón y recordaba la noche en que lo había compuesto a su lado. Cómo la pichuleábamos en aquella época, pensaba para mí: que ir a la oficinita, que tomar el bondi, que putear por la inflación, que inventar una notita. Ahora vivía en un chalet de las afueras y me dedicaba casi todo el día a escribir: a la tarde literatura, y a la mañana letras y melodías pegadizas. Como a las canciones seguía firmándolas con seudónimo, los suplementos culturales siempre me preguntaban cómo había logrado tal ascenso social. Algunos hablaban de una beca vitalicia de una fundación de los Países Bajos. A los veinte años mi hijo se hacía músico, armaba una banda de punk rock y me pedía canciones. Ahí yo sí ponía mi nombre, y me convertía en un escritor de culto para las nuevas generaciones de pibes. En medio de un pogo me pareció escuchar a Fausto agradecerme por todo desde el escenario, pero en realidad él estaba balbuceando y pateándome la cintura porque se le había vuelto a salir el chupete. Lo vi con los ojos abiertos y le toqué el entrecejo para que volviera a dormir. Por supuesto que esta mañana no pude recordar ni un compás de la canción.

5 comentarios:

simalme dijo...

Buenísimo, Nacho.

...PnZ! dijo...

jajajaj
me pasa lo mismo q a vos..
pero una vez, ya habiendo aprendido la leccion, tenia algo en mente y lo escribi, me pareció genial, de lo mejor q escribi en mi vida...cuando lo lei al otro dia era inentendible... bien bizarro, lejos de ser algo minimamente publicable.
asi que ahorano escirbo nada de esas cosas q vienen entre sueños y parecen geniales...
pnz

Anónimo dijo...

Ay, casi!

Ruy Guka dijo...

Qué lástima. Pero para cuando te acuerdes, me permito recomendarte acompañar tus compases con una música como la de la película "Juno".

Julia dijo...

Juno es muy triste.