28 de julio de 2008

Lágrimas

De chico fui a la psicóloga y a la fonoaudióloga. No sé si habrá alguna relación entre ambas cosas, pero en el recuerdo me cuesta distinguir a las dos mujeres. Las dos tenían el mismo corte y el mismo color de pelo. Señoras de cuarenta y pico de años a mediados de la década del ochenta (que no es lo mismo que señoras de cuarenta y pico hoy, más de veinte años después).

A la psicóloga iba porque me hacía pis en la cama. O al menos eso era lo que yo imaginaba que les respondía a los que me preguntaban. Dudo que en esa época supiera los motivos concretos por los cuales mis papás me mandaban ahí. No es que ahora los tenga muy claros, pero al menos los intuyo. En las sesiones jugábamos bastante. Un día jugamos al voley con una pelota de básquet desinflada y una red de ping pong. Yo tendría ocho años. Ella me contó que de chica jugaba al voley en un club que se llamaba Ipi. Durante mucho tiempo estuve averiguando, casi en silencio, dónde quedaba ese club. Hoy sé que no hay ni hubo ningún club con ese nombre en Bahía. Puede ser, pienso ahora, que mi psicóloga infantil haya vivido su niñez en otra ciudad.

En una sesión hablamos sobre mis miedos con respecto a mi futura operación. Cuando tenía diez años, el 8 de diciembre de 1986, me operaron de un testículo. El problema que tenía se llamaba “testículo ascensor”. Hasta hoy pienso que lo llamaban así porque subía y bajaba todo el tiempo (o, en todo caso, con más frecuencia que lo normal -si es que es normal que suban y bajen), pero no tengo registro en mi memoria de ese supuesto movimiento. Del día de la operación me acuerdo de cómo me fui quedando dormido con la anestesia general, mientras médicos y enfermeras me miraban la entrepierna. Y del post-operatorio recuerdo el dolor que sentí cuando mi papá me despegó una gasa con sangre seca de la punta del pito. Creo que contuve el grito –porque del otro lado de la puerta había unos compañeros de escuela que me habían ido a visitar– pero que con las sábanas me tuve que secar algunas lágrimas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y la fonoaudióloga?