8 de julio de 2008

Tren

Esta mañana salí de mi casa para ir a tomar el tren, pero, supongo que demasiado sumergido en algún pensamiento, al llegar a la altura de la estación seguí de largo unos cincuenta metros, me metí en la boca del subte y caminé hasta la ventanilla.

-Uno de ochenta –dije, y recién cuando noté que el vendedor de boletos me miraba desconcertado salí de mi distracción.
-Perdón –le dije con la mano, y con la cabeza gacha y un poco de vergüenza volví sobre mis pasos.

*

Todo pasó en menos de quince segundos:

Una mujer subió al tren con un cochecito de bebé y una nena de primaria con mochila rosa y guardapolvo. La mujer, muy apurada, enseguida se cambió de vagón, y su hija mayor, que había empezado a caminar hacia el otro lado, giró la cabeza y se dio cuenta de que estaba sola. Repitiendo “mamá” y mirando hacia todas las direcciones, la nena salió al andén y se quedó ahí parada, quietita y llorando. Y entonces yo, que había seguido los movimientos de su madre, alcancé a decirle que se calmara y a arrastrarla de un brazo hacia el interior del tren antes de que se cerraran las puertas. Su mochila con rueditas quedó del otro lado, pero, hábil de reflejos, un diariero que había visto toda la escena se la alcanzó a otro tipo por una de las ventanillas abiertas.

Aunque mi intención no había sido la de ser protagonista, no pude evitar que la mayoría de las miradas se centrase en mí, y hasta el guarda, que venía caminando por el pasillo, se acercó a hablarme con el mismo tono con el que pedía boletos.
-Te das cuenta, cualquiera puede ser madre, flaco –teorizó, y con un gesto que supuse cómplice me preguntó retóricamente: -¿Dónde estaba la boluda? ¿Rascándose la argolla?

2 comentarios:

Diego dijo...

Qué grande el guarda.

Este país necesita más guardas de esos.

Julia dijo...

no! yo iba a decir q tambien el guarda era flor de pelotudo.

pero sí... hay cada madre desastrosa.