En la placita, el domingo a la mañana, dos nenes extranjeros juegan en las hamacas. Hablan a los gritos en inglés, tienen anteojos de plástico, las frentes pintadas con colores flúo, y camisetas con inscripciones de universidades norteamericanas. Mi hijo se para frente a uno de ellos, le acerca la cara a dos centímetros y se lo queda mirando fijo. Un hombre sentado a una de las mesas empotradas se ríe. “Lo mira como diciendo de qué planeta vienen estos locos”, le dice a su mujer. Sentada al sol la mamá de los nenes habla con una amiga, ora en inglés ora en español. En realidad no puedo darme cuenta de cuál es la mamá y cuál es la amiga. Sea como sea, las dos miran los avisos clasificados, están vestidas como si fuera pleno verano y hablan, según lo que alcanzo a entender, de comprar un pe hache en Colegiales o en Yacarita.
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La televisión del domingo a la tarde se convulsiona con la renuncia de un técnico. Durante su mandato al frente del plantel defeccionó, falló en la elección de los jugadores, el grupo nunca encontró el andamiaje equipista y no pudo demostrar volumen de juego, dice con esa cadencia de los periodistas deportivos un egresado de carrera terciaria, un pibe que no necesita del facebook para que sus compañeros de la secundaria sepan de él
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1 comentario:
Tengo un hecho real en referencia a tu primer anécdota:
Otra plaza. Otros dos niños. Son negros y hablan en francés. Nuestro niño en cuestión se para frente a ellos a distancia similar a la que estuvo el tuyo y pregunta: ¿por qué están sucios?
saludos
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