4 de noviembre de 2008
Mercancías
Cada tanto, como ahora, hay una ola de inseguridad. Aunque en realidad, creo, lo que hay cada tanto es una ola de información sobre la inseguridad. Una ola sustentada en casos reales, es cierto. Casi siempre surgida a raíz del asesinato de una clase de ciudadano que “no debería” ser asesinado. No quiero decir que no existe lo que se llama inseguridad. Ni que ahora no pueda acercárseme un tipo y volarme la cabeza para robarme este cuaderno. Lo que digo es que robos y asesinatos siempre hay, pero que la histeria se desata cada tanto empujada por el periodismo y sus necesidades particulares. Los medios de comunicación funcionan así: hoy es la inseguridad, mañana el secuestro, pasado mañana la ola de calor, la semana que viene una polémica con Maradona, la otra el debate sobre la jubilación, la otra el precio de la lechuga. Y así se van llenando páginas de diarios y revistas y programas de tele. Así como un kioskero necesita despachar golosinas para sobrevivir, un medio de comunicación siempre necesita tener en el tapete un tema vendedor, alarmante, que llame la atención. El día en que los consumidores de esas noticias (es decir, todo el mundo) se den cuenta de que los medios son simples empresas cuya mercancía obligada y urgente es la información, y que esa mercancía no merece más credibilidad que el comentario de una vecina del tipo “no sabes lo linda que estuvo la fiesta de quince de mi sobrina”, las cosas van a ser diferentes.
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