4 de febrero de 2009

Interviú

“Los escritores son los neuróticos que la pasaban mal en la escuela”

Por Valeria Tentoni (para el suplemento Nexo del periódico Atico de Bahía Blanca)

Joven, muy joven, este autor bahiense ya cuenta con su primer libro de cuentos publicado, y una novela en camino. Con la idea en mente de que “cualquier acontecimiento puede ser narrado”, Molina se anima al relato de lo imperceptible, y empuñando elementos cotidianos, como quien manipula colores primarios, logra generar un universo de palabras en el vacío, para que haya, como dice, donde antes no había nada, una historia. El valor de una llamada de teléfono equivocada.

¿Cómo se originó tu vínculo con la literatura? ¿Cuáles fueron tus primeras lecturas?
Creo que me empezó a gustar la literatura desde antes de saber que me gustaba, desde antes de leer un libro por voluntad propia. De chico exploraba mucho en las letras de las canciones, por ejemplo. O leía el diario y, más que en la noticia en sí, me fijaba en cómo estaba construido el texto. Me enganchaba con todo tipo de narraciones, con los programas de radio de la noche, los discursos políticos, las transmisiones de básquet. Me colgaba oyendo conversaciones, imaginando charlas entres personas que no se conocían. No pretendo decir que todo es literatura, pero sí creo que en esa época le empecé tomar el gusto a cierto tipo de relatos. Después, en la adolescencia, el primer libro que compré, influenciado por una canción de Los Fabulosos Cadillacs, fue Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano.

En tu libro Los estantes vacíos, se encuentra un estilo bien afirmado que está presente en cada uno de los cuentos. ¿Cómo fuiste encontrando ese estilo? ¿Cómo definirías tu escritura?

Las definiciones de ese tipo siempre son inexactas, por eso prefiero no arriesgar ninguna. Te podría decir que me gusta trabajar con los detalles, con los pliegues del pensamiento, con las cosas no dichas, con retazos que a simple vista no merecerían estar en ningún libro. Cuando me pongo a escribir trato de olvidarme de la palabra literatura. Es un término hermoso, pero que también, en cierta acepción, conlleva una carga de tradición muy pesada. Y yo intento alejarme de cualquier tradición, trato de romper con los clichés, los estereotipos, el costumbrismo, las estructuras, el coloquialismo mal entendido. No sé si lo logro, ni cuál es el valor de eso, pero lo intento.

Tenés cierta predilección por lo cotidiano, lo doméstico, si se quiere; ¿Qué hace del detalle de un acontecimiento "normal", una historia para contar?
Cualquier acontecimiento puede ser narrado. Esa certeza me salva muchas veces. Aunque tengo como regla tácita no escribir sobre ciertos temas (por razones que resultaría largo explicar), saber que cualquier cosa se podría corporizar en palabras puede ser un alivio hasta en situaciones extremas. Con respecto a lo cotidiano y lo doméstico, creo que lo raro tendría que ser lo contrario: que los personajes de las novelas siempre protagonicen grandes epopeyas, cuando en realidad eso no pasa tanto en la vida real. La mayor parte del tiempo uno no la pasa pensando en los grandes sucesos o en las misiones vitales, sino en cosas mucho más pequeñas: duda en volver a su casa para confirmar si dejó la llave de gas cerrada, hacer fuerza mental en la cola del banco para que le toque la cajera más linda, se obsesiona con asuntos a los que al otro día no les encuentra sentido, se incomoda si tiene que hablar con un desconocido en un ascensor. Una vez un amigo me preguntó: “¿por qué será que en las películas o en las novelas nadie recibe llamadas de teléfono equivocadas?”. Tampoco nunca un personaje llama a otro para nada en especial, para preguntarle cómo anda todo. Yo en mis relatos intento que todas las llamadas sean equivocadas, pero que al mismo tiempo tengan un sentido dentro de la historia.

¿Por qué procesos transita una idea en vos hasta trasladarse a la palabra escrita?
Es impredecible. Cada vez que termino de escribir algo, creo que nunca me va a salir otra cosa. Es raro leerse: ahí hay una historia que antes no existía y que uno metió de alguna manera en el mundo, aunque sin tener la conciencia exacta de cómo lo hizo. Yo suelo tomar notas de escenas, de diálogos, y algunas después van tomando forma. La mejor parte de la escritura es la que se hace de manera inconsciente. Uno puedo pensar los personajes y delinear una trama, pero lo que pasa cuando surge la inspiración y se van llenando páginas de cuaderno o de word es lo más lindo, y, al mismo tiempo, lo más misterioso de todo.

¿Tenés rituales a la hora de escribir?

Antes tenía rituales y me imponía rutinas. Pero desde que soy padre ya no puedo darme ese lujo: escribo cuando encuentro el tiempo y la tranquilidad para hacerlo. Tal vez por eso empecé a escribir novelas, para tener hilos de los que ir tirando cada vez que me siento a escribir y no tener que empezar siempre desde cero. Una comodidad burguesa, en cierto sentido.

Formás parte del grupo El Quinteto de La Muerte, con el que realizan lecturas en vivo. ¿Qué cosas te aportó este grupo humano?
Lo que me otorgó el Quinteto es, sobre todo, la amistad con gente que invierte buena parte de su tiempo en una actividad tan absurda como la literaria. Porque el de escritor de ficciones debe ser uno de las oficios más inútiles a nivel social. Es verdad que sirve para que alguna gente se entretenga, se emocione o se ponga a pensar, pero la relación costo beneficio, en términos de producción capitalista, es demasiado negativa. Entonces el Quinteto es una de las cosas que me ayuda a sentirme menos solo dentro un mundo en el que el capital simbólico tiene una utilidad casi nula.

¿Qué aportes te dió la lectura en vivo de tus textos? ¿Modificó tu manera de escribir?
No la modificó para nada. Me gusta leer en público, a veces lo disfruto más y a veces menos, pero tengo claro que ahí no se juega nada de mí como escritor. No es una instancia comparable a la de un músico tocando sus canciones. Un escritor no tiene necesariamente que interpretar bien su obra. No es un actor ni un locutor. La verdadera experiencia de lectura es solitaria y en voz baja. Lo mejor de las lecturas en público es que le dan entidad social y de conjunto a un hecho que no la tendría de otro modo. Las lecturas están buenas cuando tiene cierta mística, y creo que las del Quinteto la tienen.

¿Te sentís parte de una generación literaria? ¿Qué elementos los hermana además del momento y del lugar?
La generación existe, no es cuestión de sentirse parte o no. Supongo que todas las épocas tuvieron sus camadas de nuevos escritores, pero lo que hay ahora, y que se nota desde hace unos cuatro años, es una herramienta como Internet que les permitió, en principio, darse a conocerse entre ellos. Así como en otras décadas los autores se nucleaban en torno a revistas, ahora lo hacen a través de blogs y de sitios digitales. Paralelamente a eso surgieron algunas editoriales independientes como Entropía –en la que edité mi primer libro y voy a editar el próximo– y se armó un circuito de lecturas que ayudó a crear un clima. En cuanto a los autores, no veo ningún patrón común. Por suerte hay una gran variedad de concepciones y de estilos.

¿Cómo aprovechás el formato blog para tu escritura? ¿Qué cosas tuyas van a parar ahí?
A lo que escribo en el blog no le doy mucha trascendencia, lo publico así nomás, sin pensarlo demasiado y sin correcciones. Aunque después me doy cuenta de que varias de esas cosas me terminan gustando. De hecho, en base a textos del blog armé Un padre de familia sin auto, una especie de novelita autobiográfica que va a formar parte del libro del Quinteto de la Muerte que se va a publicar este año.

Naciste en Bahía y viviste acá hasta los quince años. En una nota decís de esta, que es una ciudad "tímida". ¿Por qué?
Sí, dije eso, pero después me arrepentí un poco. Decir eso me sirvió para hablar un poco de mí, como una metáfora de mi infancia. Pero no me gusta generalizar ni ser prejuicioso, no quiero parecerme a los tarados que, por el hecho de estar más o menos cerca de Puerto Belgrano, dicen que Bahía es una ciudad fascista.

¿Qué imágenes te trae Bahía Blanca? ¿Cómo ves, desde tu vida en Buenos Aires y tus visitas esporádicas, el estado de cosas del medio cultural en esta ciudad?
Las imágenes son muchas. Ahora se me ocurre el frío de la plaza Rivadavia cuando la cruzaba para ir al colegio; el viento caliente y seco del verano; la cancha de Estudiantes llena; la tranquilidad de la avenida Alem los domingos a la tarde en que volvía con mi familia de Sierra de la Ventana; la cantina de Napostá; una pintada en la entrada del club Palihue a mediados de los ochenta: ciudado, Astiz anda suelto; las primeras salidas nocturnas por Fuerte Argentino cuando todavía me peinaba como un nene y no me había cambiado la voz. Lo que pasa es que yo me fui de Bahía cuando aún no se había concretado el proyecto de exterminio social y cultural pergeñado por el menemismo. Entonces es lógico que la actual sea una ciudad diferente, aunque no tuve demasiadas oportunidades para constatarlo. Y si con medio cultural te referís al campo artístico o literario, tampoco tengo muchas referencias, más allá de la existencia de un interesante grupo de poetas y de un valioso espacio como la editorial Vox.

"Me salva/y me condena a la vez/pensar/todo el día en palabras". ¿Qué lugar ocupa la poesía en vos?

Para escribir narrativa es necesario tener un sentido poético. Al término prosa poética no lo entiendo: para mí toda la prosa debe ser poética. Pero no hablo de la acepción cursi y solemne que se le da a la poesía en la escuela, sino de su sentido más profundo, y también de la justeza que hay que tener para construir las frases, de sentir que cada palabra tiene que estar ahí por algo y cumpliendo determinada función. En cuanto a mis poemas, los hago sin proponérmelo demasiado. Surgen como chispazos. Estoy pensando en algo, y de pronto me baja casi todo el poema completo. Después sólo tengo que sentarme a transcribirlo. Por otro lado, me gustaría que la lectura de mis relatos tuviera un efecto parecido a la lectura de un buen poema, una especie de emoción imprecisa, una sensación complicada de definir.

Para terminar; sé que cuando tu hijo Fausto se pone mañoso, le contás un cuento. ¿Cómo es Molina papá escritor? ¿Cómo se emparenta ese rito privado con tu hijo?
Papá-escritor suena raro. En realidad, cualquier título que se ponga al lado del de padre queda medio ridículo. A mí ser padre me ayudó a relativizar la mirada sobre muchas cosas, entre ellas la literatura. Sigo pensando que la literatura me cambió la vida y que sin ella sería una persona mucho menos saludable psíquicamente, pero a muchas de las cosas que la rodean (las capillas, la rosca, el pasilleo, el supuesto prestigio) les presto cada vez menos atención. Con respecto a mi hijo, voy a hacer lo posible para que disfrute del placer de la lectura, pero espero, por su bien, que no tenga pasta de escritor. Porque los escritores, en general, son los tipos introspectivos y neuróticos que de chicos la pasaban mal en la escuela, los que eran marginados en los recreos, los que se sacaban las peores notas porque no prestaban atención en las clases. Entonces espero que mi hijo tenga otros intereses, que sea médico, ingeniero o abogado. O que encuentre un buen modo de vengarse de sus compañeritos.

*

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena nota Molina !!! lo felicito!!!!

Natalia Molina dijo...

Buenísima interviú.
saludos!

El amigo de Pau dijo...

Me encantó. ¿La literatura no es un buen modo para vengarse de los compañeritos o, mejor aún, de los profesores que te ponían las peores notas?

Bruja dijo...

¡que linda nota!
que sea arquitecto, los ingenieros son insoportables y aburridos.

un beso
:)

Anónimo dijo...

narrativa + sentido poético = estilo (si es que alguien usa esta palabrita todavía). me gustó la entrevista, un abrazo.

cr

Anónimo dijo...

la nueva generacion es la de los que tienen veintipico,uds perdieron el tren en libritos publicados en el anonimato del mercado indie.

AEZ dijo...

Pensar y expresar una idea en vivo es jodido. Decime que la entrevista se hizo por email o te empiezo a llamar José Repentización.

Abrazo.