5 de abril de 2009

Ayer fuimos a Cabildo

Ayer fuimos a Cabildo con Fausto. Tenía que comprarle ropa (“indumentaria”, para ponerlo en términos del indec), algo de cada cosa: un piyama, una remera de invierno, medias, calzoncillos, pantalón. Tomamos el 168. A Fausto hay pocas cosas que le gusten más que viajar en colectivo. En realidad le gusta todo lo que tenga que ver con los vehículos, con o sin motor. Si vamos por calle y ve una moto o una bicicleta estacionada, trata de subirse: se escapa de mi mano corriendo y tengo que gritarle. Cada vez que ve al abuelo, hace la mímica de mover un volante y lo interna hasta que no consigue que lo lleve a dar una vuelta. Es un fanatismo que debe haber heredado de mi papá (cuando yo era chico, estaba convencido de que él, en su juventud, había sido piloto de Fórmula 1 -también estaba convencido de que era amigo personal de Alfonsín, pero eso es otra historia-). Aunque supongo que si yo tuviera auto y manejara, las cosas serían diferentes. Así es que ayer a la tarde subimos al 168 y, aunque el viaje duró poco, cuando bajamos ya había oscurecido. Cabildo a esa hora, los fines de semana, siempre me dio mucha tristeza. No sé bien el motivo. No a la noche, donde toda la fisonomía cambia, pero sí a esa hora de la tarde, cuando el aire ya está oscuro y las veredas están llenas de gente que camina y se choca contra las vidrieras. Los carteles de los negocios. Las ofertas pintadas con letras blancas en las puertas de los locales. Las familias que vienen de lejos a comprar o a pasear por ahí. Los chicos que piden en la vereda de Burguer King (hay una novela de Gustavo Ferreyra coprotagonizada por un chico que pide en la puerta de ese Burguer King, tal vez la imagen que tengo tenga más que ver con esa novela que con la realidad). Todo eso me da una tristeza inexplicable. Creo que es algo que no me pasa en ninguna otra avenida comercial, ni en Santa Fe, ni en Rivadavia, ni en Corrientes... Igual, no era de esto de lo que quería hablar. Sólo quería consignar lo que me dijo un hombre grande, de unos sesenta años, que iba acompañado por su mujer, después de escuchar que yo le preguntaba a la empleada de un local de ropa para mujeres que estaba parada bajo el umbral de la puerta si conocía algún negocio por ahí de ropa para niños. El tipo, que se ve que iba caminando a la par de nosotros, esperó a que llegáramos hasta la esquina de Blanco Encalada, y se animó a hablarme mientras esperábamos a que cambiara la luz del semáforo.

4 comentarios:

Félix dijo...

Nada que ver con el post, pero es especial para vos que te gustan estas cosas.
Si vas al blog de Maxi Tomas y de ahí a la entrevista a Constantino Bertolo, verás que en los estantes de la biblioteca está "Los estantes vacíos".
También hay otros, parece un lector de lo que pasa por acá.

Saludos,

Molina dijo...

Grosso, ahí me fijo.

Y muy bueno lo de "a vos que te gustan estas cosas"

Abrazo

Félix dijo...

¿Y qué te dijo el tipo en Blanco Encalada y Cabildo?

Molina dijo...

ya se sabrá