22 de septiembre de 2009

¿La última? reseña de Los estantes vacíos

(Publicado en el número de septiembre de la revista española Culturalia)

Por Silvia María Alvarez

Ignacio Molina nació en Bahía Blanca en 1976 pero reside en Buenos Aires. Con poco menos de treinta años se puso a dar forma a “Los estantes vacíos”, un conjunto de quince relatos sobre la juventud porteña donde los personajes se cruzan, aparecen y desaparecen de relato en relato. Con maestría nos enseña cómo mostrar un mundo de subjetividades describiendo poco más que rutinas.


No tenemos nada, sólo días por vivir, estanterías por llenar y páginas que escribir. Pero los días pasan y los estantes siguen vacíos. No hay héroes dentro de estas páginas. Tampoco hay gente que sufra, que se queje, ame, olvide… Hay personas que suben y bajan, hacen de comer, se cruzan, compran… Gente que por muy acompañada que esté nunca deja de dar la sensación de estar alienada en su propio mundo. Personajes arrojados al vacío de sus días, que no saben cómo son, cómo será su futuro o qué significó su pasado. Exactamente como en la vida real, esa que nos acompaña la mayor parte de los segundos, en la que no hay certezas, ni buenos, ni malos. Y aunque parezca que no pasa nada, no dejan de fluir los días, la existencia de los personajes.

Hay algo de lo que parece que se prescinde en este libro: la imaginación, los deseos. Los personajes siguen su curso y no se plantean más. Quizá por las circunstancias, quizá por reflejar una edad que ya empieza a acortar las alas, quizá porque es la mejor manera de adaptarse…O para mostrarnos quiénes somos. No esos que queremos ser, ni como nos ven los demás, ni siquiera los que creemos ser, sino los que realmente somos en el día a día. Nada. Sólo estamos.

Ellos somos todos, personas que buscan y buscan, sin saber qué. Y sin haber quizá nada que encontrar. Pero que no cejan en su empeño. Se sienten los personajes como "mini-Segismundos", que sin ser reyes ni príncipes, están encerrados en la cárcel de sus propias rutinas y que no paran de soñar con “otro estado más lisonjero”. En una actitud tremendamente honesta, Molina ha preferido expresar algo de lo que no habla, para que cada uno dibuje con sus propios sueños los espacios en blanco de los personajes, haciéndolos así, sin darnos cuenta, algo más nuestros.

Los personajes se merecen una reseña especial. Todos se parecen y todos
son distintos. Sólo dos tienen en sus manos cambiar el rumbo errático y en suspensión de los demás. Pero no, acaban fundiendo sus historias con la de los demás, no son capaces de formar una biografía "especial", ni de elegir. Como todos, la rutina los arrastra. Aunque el final del libro puede hacer pensar otra cosa… quizá haya lugar a la esperanza, la renovación, la plenitud. Quizá…

1 comentario:

simalme dijo...

No, hombre, cómo va a ser la última...