10 de septiembre de 2010

1988



Estamos en el tercer tiempo. Yo tengo los botines limpios y la camiseta sin barro: jugué los últimos quince minutos pero casi no toqué la guinda. Odio al rugby y a todo el clima que se forma alrededor. Ni el caset de Los Fabulosos Cadillacs que pusieron en el quincho me saca las ganas de querer estar en mi casa. Hace unos meses mi mamá me llevó al club con la idea de que ahí me iba a “hacer nuevos amigos”. Mi deporte preferido es el básquet, pero supongo que ella se dejó llevar por el mito que indica que en el rugby se fomenta más la amistad. En las vacaciones de invierno vamos cinco días a Lomas de Zamora y nos alojamos de a dos en las casas de los chicos de allá. Mientras el entrenador, en el colectivo de ida, sortea a las parejas, escucho que alguien dice a mis espaldas: “yo puedo dormir en un baño o en cualquier lado; lo único que pido es que no me toque con Molina . . . ”

Fragmento de "Un padre de familia sin auto", del libro Hablar de mí (Lengua de Trapo, 2009)

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