7 de octubre de 2011

Hace un rato, mientras el resto de los pasajeros nos protegíamos de la lluvia torrencial bajo el techo de la estación, un flaco se empapaba parado en el borde del andén quince metros más allá. Tuve la certeza de que tres segundos antes de que pasara el tren se iba a tirar a las vías; no había otro motivo para que estuviera ahí. Imaginé que yo corría hasta él, lo rescataba, todos me aplaudían y, ya bajo techo, me contaba sus problemas. Al final, cuando llegó el tren, subió al primer vagón como si nada. Barrunto que esta noche va a estar resfriado.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

tal vez eso que cae del cielo es solo agua