No voy a La Giralda desde que no puedo consumir chocolate ni café. Pedir un té ahí sería como pedir pastas en una parrilla.
Dicen que los mozos de La Giralda tratan mal (maltratan suena demasiado ampuloso) a la clientela. Y es real; cualquiera que haya ido puede dar fe de eso. Tiran los platitos sobre la mesa, contestan en forma antipática y siempre hacen chistes malos con mal tono.
Una vez alguien me preguntó, en la vereda, cómo sería la selección del personal.
Una vez, mucho tiempo antes del rodaje de la película, el actor Rodrigo de la Serna se sentó a la mesa de al lado, sacó un libro de su mochila y se puso a leer. Quince minutos atrás, en una librería de la otra cuadra, lo había visto levantar un diario de viajes del Che de una mesa de saldos.
Una vez, supongo que después de ver alguna obra de teatro infantil, un mozo, señalando a mis sobrinas –que en ese momento tendrían cuatro o cinco años–, me preguntó si las nenas tomaban ginebra.
Una vez, me cité ahí con un dirigente del Partido Humanista. "Voy a estar con un libro anaranjado sobre la mesa", me había dicho. Era barbudo, y el trabajo por el que yo me había acercado en realidad no existía. Diez o quince años atrás (me dijo la fecha exacta, "15 de junio de 1987", por ejemplo), el tipo había entrado al Movimiento; un dirigente lo había citado en ese mismo bar y le había explicado lo mismo que él me estaba explicando ahora.
Una vez leí un fragmento de un cuento de Martín Rejtman que después, en cada relectura, escenifiqué en La Giralda: "Javier, Ariel y Carlos, el brasilero con quien Ariel comparte el cuarto, están sentados a una mesa del bar. Ariel y Carlos toman cerveza; Javier chocolate con churros, es la especialidad de la casa y, además, él no toma alcohol."
Una vez me compré, a uno o dos pesos cada uno, veintiocho libros en Corrientes, entre Callao y Nueve de Julio. Después, sentado a una mesa de La Giralda, empecé a clasificarlos.
Una vez escribí un cuento cuya una de sus líneas era: "sin el chocolate con churros que había imaginado tomar en La Giralda". Al final, luego de varias correcciones, el nombre propio del bar quedó fuera de la última versión.
Una vez alguien me señaló a uno de los dueños; un hombre ya muy viejo que, desde hacía más de cincuenta años, detrás del mostrador de estaño y de las campanas sangucheras, tomaba cada tardecita un vaso de leche.
Una vez me metí en La Giralda después de ir a una marcha en Plaza de Mayo. A los quince minutos, cuando estaba tomando las últimas gotas de un submarino, unas treinta personas, escapando de los gases vomitivos que les tiraba la policía, entraron empujándose con banderas rojas y pancartas.
Una vez escuché al poeta Fernando Noy contar que, en su época de hippie, a veces tenían tantas anfetaminas encima que no sabían en qué bar se encontraban. "Para mí, los que ahora están acá son todos extras. Este bar era este bar cuando en el año 70 te encontrabas con Pizarnik, con Massota, con Tanguito, con Minujin, y cada uno era un mundo." Recién cuando alguien hacía fijar la atención en el mármol de las mesitas, los demás se daban cuenta de que estaban en La Giralda.
3 de octubre de 2005
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9 comentarios:
Excelente post. Me diste ganas de escribir mis propias anécdotas en La Giralda, pensé en un comment, pero también es largo como para un post. Lo escribiré cuando tenga tiempo y te citaré como fuente. De repente, mientras te leía, recordé un montón de cosas que hacía tiempo no recordaba. Gracias Molina.
Excelente texto, Molina.
Se me ocurre que mucha gente que hoy dìa va a La Giralda (o a La Òpera o a La Academia)está en busca del tiempo perdido. Por eso, es posible encontrar a esos barbudos del Partido Humanista o a gente que imita cierto comportamiento de la dècada del setenta.
También está el problema del envase y el contenido. Si voy a La Giralda, me dejo la barba y me pongo a leer a Marx, soy un intelectual marxista....
En fin...
Saludos, Molinete!
Su muy bonito post me hizo recordar un chocolate con muchos amigos y churros en La Giralda, recién pasados los noventa.
La Academia me trae tantos recuerdos, que no puedo siquiera entrar. Tan sólo mirar desde la puerta me da nostalgia.
Saludos Molina.
Nunca fui de ir mucho a esos bares, no obstante cuando voy siento también nostalgia. No se de qué, ni llega nunca a ser un sentimiento agradable ni desagradable. Tal vez cuando uno ingresa, pongamos, a La Academia, se le injerta una memoria emotiva de otro, y así el lugar tiene sentido- porque sacando ese impulso nostálgico convengamos que no tienen demasiado más. Así los gestos de otra época interpretados por cuerpos muy de ahora dan ese toque ridículo tan del borracho adorable que uno supone encontrar en esos lugares, y lo busca tanto y con tanta intensidad que no puede sino convertirse en eso. Diría que buscar intensamente a un borracho nostálgico en la academia es, siempre, buscarse a uno mismo. Porque los borrachos nostálgicos son, entre otras cosas, unas personas.
Un favor, ¿cómo decís por ahí "¿cómo te llamas?"?.
http://photos.linternaute.com/asp/document/document.asp?f_id_document=13934
Yo odio La Giralda. Odio que me atiendan mal. Odio esa atmósfera.
Casi casi que odio todos los cafés.
saludos
yo también odio la giralda y su ambiente
Incendiemos La Giralda.
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