29 de octubre de 2005
Colombroño
Ignacio Molina is a partner with the tax department and specialises in advising corporations on tax structures and M&A transactions in Spain, South America and Asia. Ignacio worked as a trainee in McBride Wilson & Co Solicitors, BM&A (Abogados) and Banco Santander. He was a partner at Bufete Roig-Aran and Menchén Aparicio before joining Masons Buxeda Menchén.
E Ignacio.molina@masons.com
(vía http://www.masonsbuxedamenchen.com/images/MolinaIgnacio.jpg&imgrefurl)
27 de octubre de 2005
Una idea funcional
Me enteré de que un lector que yo no conozco había dicho: "así que se llamaba Unidad Funcional ese blog, siempre pensé que era Una idea funcional". Eso, para ponerlo en términos viqueanos, fue una de las cosas más potentes de la noche.
El martes, con veinte minutos de retraso, llegué a Bartolomeo para una reunión del grupo Alejandría. Saludé a Levín y a Obelix, que habían llegado temprano y ya estaban tomando cerveza. Al rato subió a leer Levín (un cuento que obtuvo buena repercusión y que más tarde sería pedido por varios de los concurrentes). La chica que leyó después le preguntó en voz baja: "¿vos sos el de Moscas?, y se presentó: "soy Natalia, de La vida en pijamas".
Vico llegó al comienzo del primer intervalo. Algunas de las cosas que se dijeron, desde ese momento y hasta la lectura del "invitado famoso", fueron las siguientes:
–Cambiaron las botellas por las jarras.
–Así que van a publicar el libro, muy copado.
–Conseguí departamento.
–Hay una nueva alternativa para el título: Un montón de lugares.
–Nos tendríamos que vestir de monjes, o algo así.
–Parece que el pibe se inventó un nick secreto y deja comments peligrosos.
–Y a la amiga la conozco.
–Los estantes vacíos también me gusta, es de la onda Los trabajos nocturnos, o Las cerraduras rotas, jeje.
–240 páginas,bueno, unas obras completas.
–¿Así que Rejtman se ortivó?
–Yo publiqué con el Centro Editor Latinoamericano.
–Yo me voy, ya les avisé que vengo baqueteado.
Obelix se retiró muy temprano, antes de que subiera al escenario Pablo de Santis. En un momento de su lectura yo fui al baño, y, cuando volví, Levín, haciendo futurología, me anunció el final por lo bajo: "es el veterinario".
La entrevista tuvo momentos interesantes. La enunciación de sus autores favoritos (Bioy Casares, Silvina Ocampo, Brizuela, Birmajer) provocó comentarios susurrados en nuestra mesa, y, cuando comentó que había sido finalista del Premio Planeta de 1997, también desde nuestra mesa salieron las preguntas más punzantes sobre el caso.
Con cara de piedra, De Santis dijo que todo había sido un malentendido y, ante mi pedido de blanqueo, respondió que sí, que creía en la inocencia de Piglia pese al dictamen judicial.
Algunas de las frases dichas desde esos momentos hasta la salida del bar:
–¿Alguien quiere la mitad de este triángulo?
–Esta es la biografía de un niño oligarca.
–Este no fue tan aburrido como pensaba.
–Cuando llegué, él estaba ahí paradito.
–Dejate de hinchar, por lo menos que haga un guiño.
–Al Turco Asís le hago el aguante.
–Otro cuento con jazz.
–¿Y qué querés, que se tire contra su posible empleador?
–Nos invitan a comer una zapi.
Vico saludó a la administradora de Perro de aguas, una chica que, creo recordar, había sido compañera suya del colegio. Después fuimos a La Americana, una pizzería demasiado iluminada que hay en Callao y Bartolomé Mitre, con varios de los integrantes de Alejandría, otros alumnos de Abelardo Castillo y dos editores de revistas: Oliverio y Casa de brujas.
Algunas de las que recuerdo, entre la salida del bar y la permanencia en la pizzería:
–Ese edificio se cae.
–Pero estarías enfrente de esta librería.
–Levín es nuestro Terranova, lleva la voz cantante.
–No vino De Santis, sabía de tu presencia.
–Me dijo: yo pensé que era "Una idea funcional".
–¿Vos viajaste hace poco, no?
–En dos martes vienen del staff de La joven Guardia.
–Balones para las chicas y chops para los jóvenes.
–¿Conocés El Interpretador?
–¿Vos sos Juanjo? Molina, de Una idea funcional.
–¿Y cómo se llama el libro, lo habías mandado a algún concurso?
–Si pueden, eviten el baño.
–Vamos a hacer una revista de crítica literaria.
–Vayan al sector fumadores.
–No me jodan, todos tienen un libro en preparación.
–Anotame la dirección, sin el triple doble vé.
–Bellatin les pasa el trapo a todos esos.
También se habló de chimentos y de rumores que, hasta que no sean chequeados –y aun luego de eso–, no son reproducibles. Después de una importante escisión, nos dirigimos a La Academia, donde, en la misma mesa que un mes atrás, un viejo muy flaco tomaba café con leche y leía, ayudado con una lupa, un diario del día siguiente.
Lo que recuerdo, entre la elección de este bar y la parada del 39:
–Podríamos, pero es muy caro.
–Ahí estás vos en cuarenta años.
–Por lo general, si no te conoce y no sos un mozo, en un bar nadie te llama así.
–Pidamos la última.
–Mañana tengo que escribir dos guiones, eso no me da mucha potencia.
–En radio Eter, los viernes a las nueve de la noche.
–Pidamos la última.
–Está todo bien, pero eso no sirve para nada.
–Me lo mandás por mail: figura en el perfil.
–Mmhh, mañana no creo que haya crónicas en ningún blog.
–Pidamos la última.
–Cerró el Crónica de la tarde.
–Yo estoy para cinco más.
–A ustedes dos los tenía linkeados.
–No me digas que ya son las cinco.
–Pidamos la última.
–¿En Belgrano? A tu casa llegás con los pajaritos.
–Pidamos la última.
–Te voy a matar, para qué abrís la boca.
–Si yo no dije nada.
–Ahí viene.
El martes, con veinte minutos de retraso, llegué a Bartolomeo para una reunión del grupo Alejandría. Saludé a Levín y a Obelix, que habían llegado temprano y ya estaban tomando cerveza. Al rato subió a leer Levín (un cuento que obtuvo buena repercusión y que más tarde sería pedido por varios de los concurrentes). La chica que leyó después le preguntó en voz baja: "¿vos sos el de Moscas?, y se presentó: "soy Natalia, de La vida en pijamas".
Vico llegó al comienzo del primer intervalo. Algunas de las cosas que se dijeron, desde ese momento y hasta la lectura del "invitado famoso", fueron las siguientes:
–Cambiaron las botellas por las jarras.
–Así que van a publicar el libro, muy copado.
–Conseguí departamento.
–Hay una nueva alternativa para el título: Un montón de lugares.
–Nos tendríamos que vestir de monjes, o algo así.
–Parece que el pibe se inventó un nick secreto y deja comments peligrosos.
–Y a la amiga la conozco.
–Los estantes vacíos también me gusta, es de la onda Los trabajos nocturnos, o Las cerraduras rotas, jeje.
–240 páginas,bueno, unas obras completas.
–¿Así que Rejtman se ortivó?
–Yo publiqué con el Centro Editor Latinoamericano.
–Yo me voy, ya les avisé que vengo baqueteado.
Obelix se retiró muy temprano, antes de que subiera al escenario Pablo de Santis. En un momento de su lectura yo fui al baño, y, cuando volví, Levín, haciendo futurología, me anunció el final por lo bajo: "es el veterinario".
La entrevista tuvo momentos interesantes. La enunciación de sus autores favoritos (Bioy Casares, Silvina Ocampo, Brizuela, Birmajer) provocó comentarios susurrados en nuestra mesa, y, cuando comentó que había sido finalista del Premio Planeta de 1997, también desde nuestra mesa salieron las preguntas más punzantes sobre el caso.
Con cara de piedra, De Santis dijo que todo había sido un malentendido y, ante mi pedido de blanqueo, respondió que sí, que creía en la inocencia de Piglia pese al dictamen judicial.
Algunas de las frases dichas desde esos momentos hasta la salida del bar:
–¿Alguien quiere la mitad de este triángulo?
–Esta es la biografía de un niño oligarca.
–Este no fue tan aburrido como pensaba.
–Cuando llegué, él estaba ahí paradito.
–Dejate de hinchar, por lo menos que haga un guiño.
–Al Turco Asís le hago el aguante.
–Otro cuento con jazz.
–¿Y qué querés, que se tire contra su posible empleador?
–Nos invitan a comer una zapi.
Vico saludó a la administradora de Perro de aguas, una chica que, creo recordar, había sido compañera suya del colegio. Después fuimos a La Americana, una pizzería demasiado iluminada que hay en Callao y Bartolomé Mitre, con varios de los integrantes de Alejandría, otros alumnos de Abelardo Castillo y dos editores de revistas: Oliverio y Casa de brujas.
Algunas de las que recuerdo, entre la salida del bar y la permanencia en la pizzería:
–Ese edificio se cae.
–Pero estarías enfrente de esta librería.
–Levín es nuestro Terranova, lleva la voz cantante.
–No vino De Santis, sabía de tu presencia.
–Me dijo: yo pensé que era "Una idea funcional".
–¿Vos viajaste hace poco, no?
–En dos martes vienen del staff de La joven Guardia.
–Balones para las chicas y chops para los jóvenes.
–¿Conocés El Interpretador?
–¿Vos sos Juanjo? Molina, de Una idea funcional.
–¿Y cómo se llama el libro, lo habías mandado a algún concurso?
–Si pueden, eviten el baño.
–Vamos a hacer una revista de crítica literaria.
–Vayan al sector fumadores.
–No me jodan, todos tienen un libro en preparación.
–Anotame la dirección, sin el triple doble vé.
–Bellatin les pasa el trapo a todos esos.
También se habló de chimentos y de rumores que, hasta que no sean chequeados –y aun luego de eso–, no son reproducibles. Después de una importante escisión, nos dirigimos a La Academia, donde, en la misma mesa que un mes atrás, un viejo muy flaco tomaba café con leche y leía, ayudado con una lupa, un diario del día siguiente.
Lo que recuerdo, entre la elección de este bar y la parada del 39:
–Podríamos, pero es muy caro.
–Ahí estás vos en cuarenta años.
–Por lo general, si no te conoce y no sos un mozo, en un bar nadie te llama así.
–Pidamos la última.
–Mañana tengo que escribir dos guiones, eso no me da mucha potencia.
–En radio Eter, los viernes a las nueve de la noche.
–Pidamos la última.
–Está todo bien, pero eso no sirve para nada.
–Me lo mandás por mail: figura en el perfil.
–Mmhh, mañana no creo que haya crónicas en ningún blog.
–Pidamos la última.
–Cerró el Crónica de la tarde.
–Yo estoy para cinco más.
–A ustedes dos los tenía linkeados.
–No me digas que ya son las cinco.
–Pidamos la última.
–¿En Belgrano? A tu casa llegás con los pajaritos.
–Pidamos la última.
–Te voy a matar, para qué abrís la boca.
–Si yo no dije nada.
–Ahí viene.
20 de octubre de 2005
El aura
Sacarme sangre hace pocos meses sólo me sirvió para escribir algunos post. El médico gastroenterólogo que me había encargado el análisis no pudo darme ninguna solución definitiva. La semana pasada, navegando por la red, descubrí un sitio que me informó que todos los síntomas (visión salpicada, fuerte dolor de cabeza, vómitos) y algunas de las causas (comer chocolates) de los cuadros de malestar que sufro cada tanto coinciden con los de la migraña.
Ayer, mi nuevo neurólogo me hizo acostar en una camilla y me explicó que a las alteraciones en la visión que se me presentan antes de las jaquecas se las denomina "aura". Mirá vos, tengo migraña con aura, pensé, y –no sé si lo dije en voz alta– es algo así como estar mareado sin estar mareado.
Una asistente me colocó una gelatina pegajosa en distintos puntos de la cabeza y me conectó electrodos a la base del cráneo para determinar en qué sector del cerebro se halla la lesión.
En el baño del consultorio intenté, sin mucho éxito, sacarme los pegotes del pelo. Después, mientras bajaba a la calle, recordé un fragmento de la primera charla con el doctor:
–Muchachito, ¿tenés conductas tóxicas o dañinas?
–Miro bastante televisión.
–Jeje. Digo: tacabo, porro, chupi, merca . . .
Ya en la calle, al pasar por una Boutique del Libro, pensé en el mío; parece que el título ya está definido y todo indica que mañana firmo el contrato con la editorial. Me acerqué a la mesa de novedades y lo imaginé ubicado ahí a la espera de lectores. Miré las tapas de un par de novelas y levanté Hiel, el libro de fotos y textos de Celeste Cid que se vende a cincuenta y nueve pesos. Lo abrí en una página al azar y, en letras manuscritas, sobre una especie de collage, leí algo así:
MIRAR PELICULAS DE DAVID LYNCH
DESNUDA EN TU CAMA
COMIENDO CHOCOLATES
Al instante, con una mueca, dejé el libro en su lugar. Yo paso, Celeste: no me gusta David Lynch, y ya no puedo comer chocolates.
Ayer, mi nuevo neurólogo me hizo acostar en una camilla y me explicó que a las alteraciones en la visión que se me presentan antes de las jaquecas se las denomina "aura". Mirá vos, tengo migraña con aura, pensé, y –no sé si lo dije en voz alta– es algo así como estar mareado sin estar mareado.
Una asistente me colocó una gelatina pegajosa en distintos puntos de la cabeza y me conectó electrodos a la base del cráneo para determinar en qué sector del cerebro se halla la lesión.
En el baño del consultorio intenté, sin mucho éxito, sacarme los pegotes del pelo. Después, mientras bajaba a la calle, recordé un fragmento de la primera charla con el doctor:
–Muchachito, ¿tenés conductas tóxicas o dañinas?
–Miro bastante televisión.
–Jeje. Digo: tacabo, porro, chupi, merca . . .
Ya en la calle, al pasar por una Boutique del Libro, pensé en el mío; parece que el título ya está definido y todo indica que mañana firmo el contrato con la editorial. Me acerqué a la mesa de novedades y lo imaginé ubicado ahí a la espera de lectores. Miré las tapas de un par de novelas y levanté Hiel, el libro de fotos y textos de Celeste Cid que se vende a cincuenta y nueve pesos. Lo abrí en una página al azar y, en letras manuscritas, sobre una especie de collage, leí algo así:
MIRAR PELICULAS DE DAVID LYNCH
DESNUDA EN TU CAMA
COMIENDO CHOCOLATES
Al instante, con una mueca, dejé el libro en su lugar. Yo paso, Celeste: no me gusta David Lynch, y ya no puedo comer chocolates.
13 de octubre de 2005
Apartado
Si tuviera que clasificar a las variadas reacciones instantáneas que recibo al anunciar la edición del libro, el apartado "irritantes" estaría encabezado, sin dudas, por la pregunta: "¿y te van a pagar?".
11 de octubre de 2005
Literarias
Llegó la hora del anuncio oficial.
Si todo sale de acuerdo a la planeado, pronto saldrá a la venta mi primer libro.
En próximos post, más detalles al respecto.
Si todo sale de acuerdo a la planeado, pronto saldrá a la venta mi primer libro.
En próximos post, más detalles al respecto.
8 de octubre de 2005
Algo que a nadie le interese
La estadística señala que los fines de semana las visitas al blog se reducen a la mitad. ¿Y los fines de semana largos? No tengo registro de eso; tal vez a la mitad de la mitad, pero nunca se sabe.
M. está en Uruguay; anoche fue a una fiesta de casamiento en Nueva Helvecia, un pueblo equidistante entre Colonia y Montevideo, y hoy al mediodía me llamó desde Piriápolis. Me dijo que allá el día estaba nublado y a punto de largarse a llover. El jueves, cuando fui a despedirla al puerto de Buquebús, presencié una discusión: parece que un hombre mayor había golpeado con su bolso a una chica que hablaba por celular, y el muchacho que la acompañaba dijo en voz muy alta: "ah bueno, no pide disculpas el señor".
–Sí le pedí disculpas –dijo el señor, rojo por la furia–, pero esta pendeja no escucha nada porque está ahí, pelotudeando con el movicom.
Adentro, en la televisión sin volumen del bar, estaban pasando una entrevista al basquetbolista Hernán Montenegro. Hace catorce años, cuando Estudiantes llegó a una final de la Liga Nacional, las autoridades del colegio Don Bosco invitaron a Montenegro y a otros jugadores del equipo con el objetivo de homenajearlos y, recuerdo muy bien las palabras del director, "para que nuestros pibes les den la fuerza necesaria para alcanzar la victoria".
La tarde anterior al último partido, vi a los dos metros ocho de Montenegro entrar a la escuela. Los chicos de los grados más bajos saltaban para saludarlo, pero no le llegaban ni a la cintura. Cinco días antes él había intentando pegarle una trompada, luego de gritar un doble, al por entonces gobernador de San Luis.
Eso recordaba hoy al mediodía, mientras veía la repetición de esa entrevista, segundos antes de que M. me llamara desde Piriápolis y me comentara con amargura que allá estaba nublado. Después, mientras iba a hacer las compras, pensé en los lectores de este blog, en las visitas que hacen los fines de semana, en los que me acusan de ladrón cada vez que hago una cita, y horas más tarde, sentado frente a la pantalla, me propuse postear algo que a nadie le interese.
M. está en Uruguay; anoche fue a una fiesta de casamiento en Nueva Helvecia, un pueblo equidistante entre Colonia y Montevideo, y hoy al mediodía me llamó desde Piriápolis. Me dijo que allá el día estaba nublado y a punto de largarse a llover. El jueves, cuando fui a despedirla al puerto de Buquebús, presencié una discusión: parece que un hombre mayor había golpeado con su bolso a una chica que hablaba por celular, y el muchacho que la acompañaba dijo en voz muy alta: "ah bueno, no pide disculpas el señor".
–Sí le pedí disculpas –dijo el señor, rojo por la furia–, pero esta pendeja no escucha nada porque está ahí, pelotudeando con el movicom.
Adentro, en la televisión sin volumen del bar, estaban pasando una entrevista al basquetbolista Hernán Montenegro. Hace catorce años, cuando Estudiantes llegó a una final de la Liga Nacional, las autoridades del colegio Don Bosco invitaron a Montenegro y a otros jugadores del equipo con el objetivo de homenajearlos y, recuerdo muy bien las palabras del director, "para que nuestros pibes les den la fuerza necesaria para alcanzar la victoria".
La tarde anterior al último partido, vi a los dos metros ocho de Montenegro entrar a la escuela. Los chicos de los grados más bajos saltaban para saludarlo, pero no le llegaban ni a la cintura. Cinco días antes él había intentando pegarle una trompada, luego de gritar un doble, al por entonces gobernador de San Luis.
Eso recordaba hoy al mediodía, mientras veía la repetición de esa entrevista, segundos antes de que M. me llamara desde Piriápolis y me comentara con amargura que allá estaba nublado. Después, mientras iba a hacer las compras, pensé en los lectores de este blog, en las visitas que hacen los fines de semana, en los que me acusan de ladrón cada vez que hago una cita, y horas más tarde, sentado frente a la pantalla, me propuse postear algo que a nadie le interese.
7 de octubre de 2005
El realismo único, según Vico.
Es verdad, vuelvo a robar un poco (aunque, esta vez, líneas ajenas de primera calidad).
"(...)
"Con el realismo champagne llegó una escritura vacía, con golpes de efecto y pocas destrezas, combinada con un modelo de importación de libros, que le dio grandes beneficios a unos pocos novelistas y terminó arruinando a la gran mayoría. Esa década infame terminaría con los escritores en la calle golpeando sus computadoras.
"Luego de la última crisis, sobrevendría la división de las tierras realistas en distintas parcelas. Por un lado, los realistas sensibles se adueñarían de la Plaza Cortazar. Los realistas snobs, ex champagne, cruzaron Juan B. Justo y bautizaron su región como realismo Hollywood. Los sectores más castigados tuvieron que mudarse al primer y segundo cordón del realismo y dieron pie al realismo asistencialista. Mientras que los realistas profundos siguieron con sus historias ligadas al campo y la cosecha.
"A medida que los problemas de los narradores se agudizaban, algunos autores de centro izquierda plantearon la posibilidad de despenalizar el aborto para evitar que se siga poblando de escritores el segundo cordón del gran realismo. Los narradores de derecha (ahora nombrados como novelistas de centro) se opusieron. Dijeron que un nuevo narrador nace apenas escribe una palabra y no cuando termina su primer cuento, como sostienen los realistas progresistas (o de centro izquierda)."
(...)"
El texto completo en Ni Hablar.
"(...)
"Con el realismo champagne llegó una escritura vacía, con golpes de efecto y pocas destrezas, combinada con un modelo de importación de libros, que le dio grandes beneficios a unos pocos novelistas y terminó arruinando a la gran mayoría. Esa década infame terminaría con los escritores en la calle golpeando sus computadoras.
"Luego de la última crisis, sobrevendría la división de las tierras realistas en distintas parcelas. Por un lado, los realistas sensibles se adueñarían de la Plaza Cortazar. Los realistas snobs, ex champagne, cruzaron Juan B. Justo y bautizaron su región como realismo Hollywood. Los sectores más castigados tuvieron que mudarse al primer y segundo cordón del realismo y dieron pie al realismo asistencialista. Mientras que los realistas profundos siguieron con sus historias ligadas al campo y la cosecha.
"A medida que los problemas de los narradores se agudizaban, algunos autores de centro izquierda plantearon la posibilidad de despenalizar el aborto para evitar que se siga poblando de escritores el segundo cordón del gran realismo. Los narradores de derecha (ahora nombrados como novelistas de centro) se opusieron. Dijeron que un nuevo narrador nace apenas escribe una palabra y no cuando termina su primer cuento, como sostienen los realistas progresistas (o de centro izquierda)."
(...)"
El texto completo en Ni Hablar.
3 de octubre de 2005
La Giralda
No voy a La Giralda desde que no puedo consumir chocolate ni café. Pedir un té ahí sería como pedir pastas en una parrilla.
Dicen que los mozos de La Giralda tratan mal (maltratan suena demasiado ampuloso) a la clientela. Y es real; cualquiera que haya ido puede dar fe de eso. Tiran los platitos sobre la mesa, contestan en forma antipática y siempre hacen chistes malos con mal tono.
Una vez alguien me preguntó, en la vereda, cómo sería la selección del personal.
Una vez, mucho tiempo antes del rodaje de la película, el actor Rodrigo de la Serna se sentó a la mesa de al lado, sacó un libro de su mochila y se puso a leer. Quince minutos atrás, en una librería de la otra cuadra, lo había visto levantar un diario de viajes del Che de una mesa de saldos.
Una vez, supongo que después de ver alguna obra de teatro infantil, un mozo, señalando a mis sobrinas –que en ese momento tendrían cuatro o cinco años–, me preguntó si las nenas tomaban ginebra.
Una vez, me cité ahí con un dirigente del Partido Humanista. "Voy a estar con un libro anaranjado sobre la mesa", me había dicho. Era barbudo, y el trabajo por el que yo me había acercado en realidad no existía. Diez o quince años atrás (me dijo la fecha exacta, "15 de junio de 1987", por ejemplo), el tipo había entrado al Movimiento; un dirigente lo había citado en ese mismo bar y le había explicado lo mismo que él me estaba explicando ahora.
Una vez leí un fragmento de un cuento de Martín Rejtman que después, en cada relectura, escenifiqué en La Giralda: "Javier, Ariel y Carlos, el brasilero con quien Ariel comparte el cuarto, están sentados a una mesa del bar. Ariel y Carlos toman cerveza; Javier chocolate con churros, es la especialidad de la casa y, además, él no toma alcohol."
Una vez me compré, a uno o dos pesos cada uno, veintiocho libros en Corrientes, entre Callao y Nueve de Julio. Después, sentado a una mesa de La Giralda, empecé a clasificarlos.
Una vez escribí un cuento cuya una de sus líneas era: "sin el chocolate con churros que había imaginado tomar en La Giralda". Al final, luego de varias correcciones, el nombre propio del bar quedó fuera de la última versión.
Una vez alguien me señaló a uno de los dueños; un hombre ya muy viejo que, desde hacía más de cincuenta años, detrás del mostrador de estaño y de las campanas sangucheras, tomaba cada tardecita un vaso de leche.
Una vez me metí en La Giralda después de ir a una marcha en Plaza de Mayo. A los quince minutos, cuando estaba tomando las últimas gotas de un submarino, unas treinta personas, escapando de los gases vomitivos que les tiraba la policía, entraron empujándose con banderas rojas y pancartas.
Una vez escuché al poeta Fernando Noy contar que, en su época de hippie, a veces tenían tantas anfetaminas encima que no sabían en qué bar se encontraban. "Para mí, los que ahora están acá son todos extras. Este bar era este bar cuando en el año 70 te encontrabas con Pizarnik, con Massota, con Tanguito, con Minujin, y cada uno era un mundo." Recién cuando alguien hacía fijar la atención en el mármol de las mesitas, los demás se daban cuenta de que estaban en La Giralda.
Dicen que los mozos de La Giralda tratan mal (maltratan suena demasiado ampuloso) a la clientela. Y es real; cualquiera que haya ido puede dar fe de eso. Tiran los platitos sobre la mesa, contestan en forma antipática y siempre hacen chistes malos con mal tono.
Una vez alguien me preguntó, en la vereda, cómo sería la selección del personal.
Una vez, mucho tiempo antes del rodaje de la película, el actor Rodrigo de la Serna se sentó a la mesa de al lado, sacó un libro de su mochila y se puso a leer. Quince minutos atrás, en una librería de la otra cuadra, lo había visto levantar un diario de viajes del Che de una mesa de saldos.
Una vez, supongo que después de ver alguna obra de teatro infantil, un mozo, señalando a mis sobrinas –que en ese momento tendrían cuatro o cinco años–, me preguntó si las nenas tomaban ginebra.
Una vez, me cité ahí con un dirigente del Partido Humanista. "Voy a estar con un libro anaranjado sobre la mesa", me había dicho. Era barbudo, y el trabajo por el que yo me había acercado en realidad no existía. Diez o quince años atrás (me dijo la fecha exacta, "15 de junio de 1987", por ejemplo), el tipo había entrado al Movimiento; un dirigente lo había citado en ese mismo bar y le había explicado lo mismo que él me estaba explicando ahora.
Una vez leí un fragmento de un cuento de Martín Rejtman que después, en cada relectura, escenifiqué en La Giralda: "Javier, Ariel y Carlos, el brasilero con quien Ariel comparte el cuarto, están sentados a una mesa del bar. Ariel y Carlos toman cerveza; Javier chocolate con churros, es la especialidad de la casa y, además, él no toma alcohol."
Una vez me compré, a uno o dos pesos cada uno, veintiocho libros en Corrientes, entre Callao y Nueve de Julio. Después, sentado a una mesa de La Giralda, empecé a clasificarlos.
Una vez escribí un cuento cuya una de sus líneas era: "sin el chocolate con churros que había imaginado tomar en La Giralda". Al final, luego de varias correcciones, el nombre propio del bar quedó fuera de la última versión.
Una vez alguien me señaló a uno de los dueños; un hombre ya muy viejo que, desde hacía más de cincuenta años, detrás del mostrador de estaño y de las campanas sangucheras, tomaba cada tardecita un vaso de leche.
Una vez me metí en La Giralda después de ir a una marcha en Plaza de Mayo. A los quince minutos, cuando estaba tomando las últimas gotas de un submarino, unas treinta personas, escapando de los gases vomitivos que les tiraba la policía, entraron empujándose con banderas rojas y pancartas.
Una vez escuché al poeta Fernando Noy contar que, en su época de hippie, a veces tenían tantas anfetaminas encima que no sabían en qué bar se encontraban. "Para mí, los que ahora están acá son todos extras. Este bar era este bar cuando en el año 70 te encontrabas con Pizarnik, con Massota, con Tanguito, con Minujin, y cada uno era un mundo." Recién cuando alguien hacía fijar la atención en el mármol de las mesitas, los demás se daban cuenta de que estaban en La Giralda.
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