Hace casi dos meses fui a que me sacaran sangre. Un médico gastroenterólogo necesitaba saber a qué se debía el cuadro de mareos y jaquecas que se me presentaba cada veinte o treinta días. El análisis posterior determinó que no tenía hepatitis ni ninguna enfermedad relacionada con el hígado.
–Además, si tuvieras hepatitis estarías amarillo. Hace poco vino un ponja y no pude darle un diagnóstico –bromeó el doctor.
Como conté acá, y también acá, durante algo más de un año y medio (alrededor de 480 días laborables) atendí un maxi kiosco en una esquina de Villa Urquiza. Calculando que, mientras esperaba a los clientes, escuchaba la radio o tomaba notas en los dorsos de las boletas de compras, consumía aproximadamente cuatro golosinas por jornada (sin contar las que me llevaba a mi casa para el postre de la cena) puedo deducir que en ese lapso de tiempo entraron a mi cuerpo, en forma de barras y de alfajores, unas 1950 vituallas de chocolate. Si a esa cifra le sumo las tazas grandes de café instantáneo, matutinas y vespertinas, que tomaba para despabilarme y acompañar a las mini-tortas, no resulta difícil darse cuenta de dónde provenían los cuadros de malestar.
–¿Sos alcohólico? ¿Escabias mucho?
–Tomo sólo de vez en cuando, o en reuniones sociales.
–¿Morfás lindo?
–Lo normal, supongo.
–¿Le das con más ganas a lo dulce o a lo salado?
–A lo dulce.
–¿El kiosco que tenías se fundió por tu gula?
El doctor, sin más estudios ni análisis, cortó el hilo por lo más delgado.
–Va a ser mejor que no comás chocolate ni tomes café por un tiempo.
El plazo de abstinencia es indefinido. Pueden ser seis meses o veinte años.
–Pedí turno cuando te vuelvas a sentir jodido –me aconsejó, me recetó unas pastillas que facilitan la digestión y me despidió del consultorio con una palmada en el hombro.
Desde entonces, cancelé todo lo que tuviera que ver con el chocolate y con la cafeína: desayuno leche caliente con vainillas y reemplazo el alfajor triple de la media tarde con una golosina de dulce de leche. Al principio pensé que no iba a poder resistir la tentación, pero hasta ahora estoy llevando adelante la abstinencia con bastante dignidad.
El problema de la vauquita es su tamaño: una sola no logra conformar una merienda, y más de una resulta empalagoso. Ayer la pedí en un kiosco nuevo que hay a la vuelta de mi trabajo.
–¿Qué querés, una vaquita, una colecta? Yo también quisiera una.
–Vauquita, esa de cartoncito amarillo, esa que es como una barrita de dulce de leche endurecido . . .
–Ah, vaquerita me querés decir . . .
El kioskero, un muchacho dos o tres años menor que yo, conocía a la golosina por su nombre moderno; era su primera experiencia en el rubro. Desde el fondo del local llegaban las voces de un informativo. Sobre una mesa había biromes, una pila de libros, un cuaderno espiralado, envoltorios de alfajores y boletas de compras.
17 de agosto de 2005
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15 comentarios:
Excelente texto, amigo. Cada vez más afilado.
¿Se puede decir, entonces, que sufrís una especie de cirrosis golosinística?
Un abrazo grande.
Hoy a la mañana me clave un Jorgelín de chocolate.
no jodas! la vauquita ahora se llama vaquerita?
por demas...que desgracia la suya, mis condolencias
1- Pasáme el número de tu médico de cabecera, un fenómeno.
2- La vauquita será siempre vauquita. Y no creo que te haga muy bien, mejor probrá con unas criollitas y un té.
3- Espero que el ponja no haya muerto de hepatitis sin enterarse.
4- Muy lindo texto.
el nuevo kioskero, dentro de aproximadamente, año y medio, estará acudiendo a su médico de cabecera para que éste diagnostique algo acerca de sus mareos y jaquecas.
yo que vos, en pleno acto de altruismo, me corro hasta el kiosco que atiende y le digo que la vaya cortando con el chocolate...
Un kiosquero que no conoce la vauquita merece morir de indigestión.
Es como si un diariero desconociera la revista de Patoruzú.
Jajajaja.
Ayer alguien me hizo acordar del Topolín. Ahora me pregunto si había en todos los kioscos de todos los barrios o sólo en uno medio pelo como el mio.
Alguien vio alguno últimamente?
Ayer alguien me hizo acordar del Topolín. Ahora me pregunto si había en todos los kioscos de todos los barrios o sólo en uno medio pelo como el mio.
Alguien vio alguno últimamente?
Muy lindo texto.
No hay más Topolín, yo no los he visto en años, pero lo que mas me preocupa es mi colección de juguetes que venían en el Topolín y que tampoco veo hace años.
Me sumo a las condolencias por la abstinencia de chocolate. Yo la practico de lunes a viernes. Los fines de semana se complica un tanto.
Nunca fui consumidora de las vauquitas. Sucede que los que vivimos la infancia en las inmediaciones de Parque Chacabuco, fuimos incondicionales a los Chupetines Tatín. Se te pegaban en los dientes, pero eran irremplazables. No se si existen aún.
Saludos.
Sí, Guzamadour, cambió de nombre. Ni yo, que fui kioskero, me pude acostumbrar. Vico: gracias por las flores, pero no se cuenta plata al lado de los pobres. Roca: no conozco el chupetín con el polvito loco, pero eso me hizo acordar al caramelo fizz con burbujitas locas que explotan adentro de la boca. Al Topolín, anónimo y Celeste, tampoco me lo acuerdo, y Pola, en Bahía también existía el Tatín que se pegaba a los dientes. Lyon: criollitas y té, no será demasiado. El médico tiene muy buena onda, pero no sé si lo recomendaría. Y Mirona, estoy de acuerdo con Vico: ese kioskero merece morir.
A raíz del comentario de Lina:
-Mamá, en la escuela me dicen postrecito.
-Bueno, Shimy, quedato Serenito.
jajajajajajajajaja
El error de la vauquita- vaquerita es similar al que se comete en el primer mundo (y palermo h.) con el porrón de cerveza: la unidad mínima e indivisible de vauquita (o porrón) es dos vauquitas (o porrones). Es el tema de la fragmentación, viste.
El cambio de nombre evidenciaría que el dulce de leche de antes era realizado con la leche de la vaca, mientras que el de ahora se hace con la leche de la mujer que la monta- la vaquerita. Todo esto me recuerda que
las penas son de nosotros
las vauquitas, sonajeras.
Recién nomás, en www.moscas.blogspot.com, breve referencia a vituallas y texto en consecuencia.
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