
(. . .)
Le gustaba invitar amigos a su casa. Tenía espacio de sobra. Podían jugar al “póker” en el living mientras las mujeres chismorreaban en el “cuarto de vestir” (un segundo dormitorio destinado al hijo que nunca llegó). Y podían seguir jugando mientras las mujeres ponían la mesa porque el living era enorme, tan enorme que los amigos siempre repetían una misma pregunta asombrada:
-Pero, ¿cuánto pagás por todo esto?
Y entonces, con una satisfacción casi sexual, él respondía:
-¡Caéte! ¡Cien pesos!
(Fragmentos del cuento "La ley de alquileres", escrito por Enrique Wernicke en la década del cincuenta. El relato completo, acá)
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