3 de noviembre de 2006

Naranjas

–Hay pocos faroles en la calle.
–¿Pocos faroles?
–Sí. No van a alcanzar para colgarlos a todos.

Los que hablaban eran dos jubilados que, por la forma en se miraban, supuse que se acababan de conocer. Aunque tomé la conversación empezada, supe que estaban hablando de "los políticos corruptos" o de algo por el estilo. Ninguna de las seis o siete personas que se enfilaban tras la caja terció en la charla. Si estuviéramos en el verano de hace cuatro años (en el "ardiente verano post-argentinazo", como escriben los periodistas al referirse a los comienzos del 2002), pensé, hasta yo mismo podría haber hecho alguna acotación.

Desde hace algunos meses, cuando el supermercado chino cambió de dueño –siempre manteniendo el gentilicio– se notan algunas mejoras: nueva iluminación, mayor limpieza, góndolas más amplias. De todos modos, no pasan demasiados días sin que pueda verse alguna cucaracha en la zona del pan o de los embutidos.

Las cajeras ahora usan pecheras que tienen estampado bien visible el logo del comercio, y tengo la impresión de que una de ellas, la única oriental, es la hija del dueño; siempre estoy a punto de preguntárselo, pero me arrepiento al pensar que me voy a meter en problemas.

Otro cambio implementado por la nueva administración incumbe a los rubros de carnicería y verdulería; ahora el importe de lo que se compra en esas secciones se paga directamente ahí. Antes, mediante un simple sistema de vales, se unificaban las cajas.

El verdulero tiene alrededor de treinta y cinco años y es hincha fanático de River. A las mujeres mayores las trata de "nona" o de "abuela", y a ciertas jóvenes de "mami". Hasta el verano, cuando las normas del local en cuanto a la estética eran menos rígidas, tenía decorado su sector con pósters y banderines rojiblancos. Los lunes, invariablemente, los pasa comentando los partidos con el carnicero de turno y analizando las estadísticas de la fecha con el diario deportivo abierto sobre la balanza.

A mí, tal vez por verme hacer las compras casi todas las mañanas, me tiene catalogado como "el cocinero" de mi casa. Siempre me pregunta, con un poco de sorna, qué plato exótico tengo pensado, y yo otorgo en silencio levantando las cejas.

Ayer a la mañana, cuando le pedí un kilo de naranjas, me preguntó:
–Para comer o para jugo –y después, mientras se inclinaba sobre el cajón que yo le había indicado, reflexionó en voz alta: –Para comer o para jugo, qué boludez, Díos mío…

A lado mío había una "nona" que, tal vez por estar un poco sorda, no amagó ni a un rictus de sonrisa. Unos metros más allá, acodado en un pequeño mostrador, el presunto padre de la cajera acababa de levantar un pedido y, fiel a su costumbre, despedía al corredor con malos modales.

–Qué se le va hacer . . . para comer o para jugo . . . es la costumbre –me dijo el verdulero, colorado por la risa, mientras miraba cómo se modificaban los números verdes en la pantalla digital de la balanza.

1 comentario:

Amalia Gieschen dijo...

dicen que escribir mejor que los otros cuatro... me cuesta creer que sos "mejor"...los veo distintos... cuando tenga dinero, te puedo comprar a vos un libro de los estantes con algun descuento? si es mucho compromiso dejá.
besos
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa