Tengo miopía pero me diagnostican astigmatismo. Mejor dicho: los estudios indican que tengo astigmatismo, pero mi vista se acostumbró a lentes para miope. Para todo lo que se haga con la mirada uso unos anteojos muy redondos y con poca onda que me pasó mi mamá hace un par de años, después de que a los que tenía me los robaran en un kiosco. En realidad no me los robaron: los dejé apoyados en un mostrador mientras estudiaba la caramelera, y más tarde, cuando me di cuenta de la falta y volví al kiosco, ya habían desaparecido.
Cuando tengo que leer en público no llevo los anteojos: me da vergüenza que me vean con ese armazón tan afeminado. Pero como a casi todos mis texos me los sé de memoria no tengo demasiados problemas: más que leer, recuerdo las palabras mirando sus siluetas borrosas en la hoja.
La cuestión es que ayer a la mañana, en el camino al oculista, escuché en el walkman algunas canciones en vivo de Cienfuegos. A ese casete –que antes de salir había elegido al azar, entre los que tenía más a mano– lo había grabado seis o siete años atrás. El mini recital era parte un programa de Supernova, la FM de Radio Nacional durante la administración aliancista, y me trajo bastantes recuerdos.
Cuando volví a mi casa, pensando en la miopía y el astigmatismo, Melina me preguntó si sabía que a la noche, en el marco de la programación cultural de la administración telermanista, tocaría Cienfuegos en el Planetario. El casete todavía estaba dentro del walkman y no había forma de que ella supiera que lo había estado escuchando. (Digresión: ahora Melina me llama para decirme que al colectivo que la lleva a Ituzaingó, a la altura de la calle Bolivia, subieron diez bolivianos).
A la noche caminé hasta el Planetario. Cienfuegos tocó en el primer turno. Rotman ya no usa dreadlocks hata la cintura –como cuando cantó en Supernova o como cuando yo le hice esta entrevista en el año 2000–: ahora tiene el pelo corto, ensortijado y canoso y, si no fuera por cómo grita y salta sobre el escenario, visto desde lejos parecería un abuelo.
Aunque ya no la viva con la misma intensidad que hace ocho o diez años, extrañaba la atmósfera recitalera: el volumen al taco, la emoción del pogo, las ráfagas de humo, la comunión de las voces. En segundo lugar tocó Pez, y después, como plato fuerte de la noche, Massacre, una banda a la que en los noventa había visto varias veces pero a la que no recordaba tan contundente. Aunque había planeado irme antes, estaba tan entusiasmado que me quedé casi hasta el final. Me alejé del escenario antes de que la multitud empezara a desconcentrarse, y, mientras caminaba por el bosque oyendo a mis espaldas la última canción, sentí que había valido la pena la salida nocturna.
(En un puesto que vendía bebidas y superpanchos había un cartel que rezaba: gaciosa $2 . . . Es bastante graseoso, pensé)
Ellos también estuvieron:
De los rubios
Psycho Power
Nicolás Igarzábal
Colgandoropa
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7 comentarios:
Sí, Muy.
andá a cagar
Una laegría por fin el los sinsabores de todos los días, volvió Molina.
Uo, alegría.
1- impresionante descubrir no solo que los casetes todavia existen, sino que tambien sobreviven los pasacasets en forma d walkman y q ademas hay alguin q los usa. parece un viaje en el tiempo
2- hablar de musica nunca me gusto mucho, pero tu post me recueda a que hace poco volvi a conseguir, despues de mucho buscar, un par de discos de punto g (luego coki y los burritos, o algo de eso). Que satisfacción volver a tener 16 años en los oidos.
3- en que quedó lo de los ojos? asi nomas?
molina: qué alegría saber que le gusta la banda que no existe.
chau
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