A Rafael Ferro lo incomoda dar entrevistas. O al menos eso asegura apenas comenzado el reportaje: "Está bueno tener una charla interesante, pero no me gusta cuando la nota sólo sirve para llenar espacios en las revistas". Esa premisa, la de no ocupar espacios en vano, también parece haber guiado el rumbo de su vida: Ferro fue jugador profesional de squash en Alemania hasta los veinticinco años, y en el apogeo de su carrera, cuando se dio cuenta de que el deporte ya no lo hacía feliz, abandonó todo y volvió a la Argentina para estudiar teatro. "Yo tengo la teoría de que cada tanto hay que reinventarse, romper todo y empezar de nuevo, así me pasó con el squash y en cualquier momento me puede llegar a pasar con esto." Con "esto", Ferro se refiere a la profesión de actor que hoy, a sus cuarenta y dos años, lo encuentra formando parte del elenco de La Lola, la tira emitida por América.
–¿Te aburriste de la actuación?
-No me aburrí de la actuación en sí misma. Disfruto del trabajo pero no del entorno, de la cosa de la exposición. Todo es muy hipócrita, porque parece que a veces sólo importa la fotito. Se dicen muchas pavadas, vos viste lo que es el circo que hay alrededor.
-¿Qué otras cosas te molestan del ambiente?
-Me desagrada la forma en que está medido el triunfo, los parámetros que se usan para medir el éxito. Ahora parece que el triunfo es sólo tener rating y ganar mucha plata. Al que piensa que triunfar es eso yo le diría "retirate y producí una película buena en serio en vez de seguir con los mismos programas". Hay muchos que ya tienen millones y lo podrían hacer tranquilamente.
En La Lola Ferro encarna a Gastón Sac, el primer personaje cómico de su carrera. Después de interpretar papeles serios en tiras como Resistiré y El tiempo no para, y de actuar en películas "de autor" como El buen destino y La mano de Dios, hoy siente que el público le agradece el hecho de hacerlo reír.
–Al principio tu personaje era más serio, ¿cómo lo compusiste?
–Es que al principio siempre pasa lo mismo: viene el guionista y te dice cómo tiene que ser el personaje. Pero después pasa lo que les debe pasar a los futbolistas: el director técnico te dice "parate en la derecha", pero cuando la pelota se mueve ya empezás a jugar vos. Uno al principio obedece y está durito, y después empieza a meter cosas suyas. Está bueno meter lenguaje propio. Además en La Lola tenemos mucho margen para improvisar, y eso te da mucha libertad.
–¿Qué te dice la gente en la calle?
-La gente te mira, muchos te dicen algo, en general es muy cordial el trato. Me tiran buena onda, pero yo extraño el anonimato. No podés darte el permiso de estar borracho en algún lado porque sabés que todos te van a mirar más. A mí me gusta el laburo, te repito, pero me gusta preservar la intimidad. Hay algo en que no transaría que es el tema de la invisibilidad de la gente.
-¿Sentís que les cuesta despegarte del personaje?
-Sí, eso pasa, hasta algunos me hablan como si fuera Gastón. Muchos no veían humor en mí, no creían que yo podía ser un tipo divertido, inclusive los mismos actores, mis compañeros, que no me habían visto hacer comedia. Me veían muy serio, muy formal.
-¿Y vos te ves más parecido al personaje de la comedia o al de los papeles serios?
–Tengo un poco de todo. Te diría que soy bastante ciclotímico, porque me la paso haciendo jodas y cagándome de risa en los pasillos, pero también tengo mi parte melancólica, depresiva. En el fondo soy tímido, pero cuando vos me conocés soy insoportable y excesivo. Lo que pasa es que también tengo una parte que se averguenza de eso y vuelve a meterse para adentro. Yo me defino como un payaso negro, porque me gusta mucho el humor, pero cuando caigo voy hasta al fondo… Aunque ahora no puedo caer tanto, porque tengo tres hijos.
Los tres hijos de los que habla Ferro se llaman Lorenzo, Matilda y Antonio, y tienen nueve años, seis años y seis meses respectivamente. Los dos primeros son fruto de una pareja anterior, y al bebé lo tuvo junto a Rosario, su actual mujer, una montajista de cine "divina". El tema de la familia aparece varias veces durante la charla. "La convivencia siempre es difícil –afirma–, hay que luchar todos los días para que la cotidianidad no aplaste lo demás, porque siempre aparecen los problemas por los detalles más chiquitos, los enojos por la pasta de dientes mal apretada, por los spaguettis recalentados…". Ferro vuelve a mencionar a los hijos cuando se le propone hacer un balance de su carrera.
–Estoy conforme –cuenta–, yo empecé grande, a los veinticinco, y me fui metiendo rápido, podría haber rebotado. Claro que siempre está la disyuntiva de cualquiera que supone que trabaja con algo creativo. Uno cuando empieza dice "voy a hacer cine ruso", y termina haciendo televisión. A veces pienso "no hago tele nunca más en mi vida". De hecho no actuaría más, porque ya cumplí un ciclo. Pero por otro lado sé que tengo tres hijos y que a veces hay que transar. Lo difícil es saber hasta qué punto.
–¿Y si hoy te retiraras qué harías?
-Me encantaría ser director de cine. Porque soy un amante del cine y un director frustrado, pero no te digo que lo voy a hacer. Quizás a los ochenta años lo haga, no importa el tiempo. Me fascinaría, pero le tengo demasiado respeto al oficio. Viste que ahora dirigen todos, todos escriben guiones. Da un poco de pudor, porque por ahí te podés pasar toda la vida para hacer bien una sola cosa… Ahora volví a jugar al tenis, y si pudiera volver quince años atrás volvería a dedicarme a eso y dejaría la actuación.
De tanto planificar futuros novedosos y de reinventarse para cambiar de piel, Ferro ve su época anterior a la actuación como algo lejano, como si la hubiera vivido otra persona. De aquella etapa juvenil también surge el recuerdo de su no tan tormentosa relación con las drogas y del descubrimiento de su propio histrionismo.
-De chico era un niño burgués, rico. Jugaba al tenis y después empecé a jugar al squash. Jugaba en Primera, viajaba, me contrataron de un club de Alemania. Era una vida muy diferente. Ahora soy como una especie de James Dean del squash, porque era muy bueno. Tenía talento, de hecho mucho más que para la actuación. Pero al mismo tiempo me gustaba mucho la farra, y mi relación fuerte con las drogas fue al final de esa época.
-¿Cómo convivían el deporte y las drogas?
-Convivían como dos extraños. Yo era muy bardero. Encima cuando me fui a Europa era la época del boom del extasis, y yo tenía la filosofía de que para deshechar tenés que probar todo. Con un par de amigos squashistas combinábamos entrenamiento con boliche, y por ahí pasábamos de largo. Fueron años salvajes, muy divertidos.
–¿Y cuando volviste a Argentina empezaste a actuar?
-Volví porque quería estudiar teatro. Me di cuenta de que me encantaba, de que eso era lo que quería hacer, y que al deporte había llegado como por inercia. En cambio el teatro fue algo que desde las primeras clases me dije "uh, esto es un caño". Ya en la última etapa del squash entregaba más show que juego y me empezaron a multar por eso. Le daba un show a la tribuna: hacía chistes, me peleaba con los referís, hacía bardo, mostraba el culo …
Dos años atrás Ferro protagonizó Squash, una obra de teatro autobiográfica, dirigida por el escritor y cineasta Edgardo Cozarinsky, en la que repasaba su vida con lujo de detalles, desde su infancia acomodada hasta su actual oficio, pasando por la etapa de deportista, los "años salvajes" y el conflictivo vínculo con sus padres. La relación laboral y amistosa entre el actor y el director había comenzado en el 2004, cuando Ferro protagonizó Ronda Nocturna, una película dirigida por Cozarinsky. "Pese a la diferencia de edad nos hicimos amigos, compinches –cuenta Rafael–. El me mostraba su noche y yo la mía. A él le gusta la milonga, el tango, y yo lo llevaba a Club 69. Eramos como adolescentes, él me mostraba el champagne y yo le mostraba otras cosas… Y cuando le ofrecieron hacer un biodrama a él se le ocurrió que un actor en escena contara su propia vida. Y como quería hacer algo con el deporte, le cerró que yo lo protagonizara."
–¿Y cómo fue la experiencia?
–Muy intensa. La obra me generaba problemas psicológicos. Cuando la empecé a hacer tenía dudas, me parecía demasiado narcisista hablar de mi vida. Y también era fuerte porque me representaba todos los días, y había un actor haciendo de mi mamá, otro de mi papá… Entonces tuve mis problemas, que los tengo siempre, pero en ese momento más todavía.
–¿Qué opinaron tus padres?
–Mis padres no la pudieron ir a ver, porque obviamente hablaba mal de ellos: no me iba a perder la oportunidad de hablar mal de mis viejos. Pero sí se enteraron por otro lado. Fue fuerte, porque se trataba de contar mi vida, y se quiso contarla toda. Pero por ahí te das cuenta de que mostrando cómo un tipo dobla una servilleta, o cualquier otro detalle, estás contando más que si mostrás algo grande. Entonces nos pasó eso, se quiso contar mucho y no se enfocaba en nada, como dice la frase: el que mucho abarca poco aprieta…
–¿Qué cosas hubieras preferido no contar?
–Es que yo contaba todo. Estaba totalmente expuesto: había una línea de merca que ocupaba todo ancho del escenario y yo la tomaba toda… Ahora me pregunto qué necesidad había. Era muy amarillista contra mí mismo. Yo soy medio explosivo y salió así. Aunque no me arrepiento, hoy haría otra versión, pero ya sería el colmo del narcisismo.
Si bien nunca abandona el tono amable, Rafael se muestra más a gusto cuando la charla se ancla en una de sus pasiones: la literatura. Confiesa que se siente un escritor frustrado, menciona los últimos libros que leyó, pregunta por títulos que aún no conoce, y cuenta que a Antonio, el menor de sus hijos, lo bautizó con ese nombre en homenaje a Antonio Di Benedetto, su escritor favorito.
–¿Algún día te animarás a publicar lo que escribís?
–Me encantaría poder hacerlo, pero lo haría con un seudónimo, para no engancharme con esta moda de actores-que-escriben. No quiero que me cataloguen así. Tendría que ponerme otro nombre, porque si no voy al muere. Salvo que hiciera una especie de diario del sub mundo de la actuación.
–¿Y qué contendría ese diario?
–Sería un diario con las cosas más oscuras del ambiente: drogas, sexo … Tengo cosas bastante jugosas y heavies sobre todo lo que no se ve, sobre las cosas que pasan en las bambalinas, en los pasillos. Tendría que tomarme el trabajo de escribirlo bien, y ahí sí pondría mi nombre.
9 de mayo de 2007
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