20 de diciembre de 2008

La novela, un modo de acumulación

Aunque me embarco con expectativa y felicidad en su escritura, la novela sigue pareciéndome un género burgués –para usar un término anacrónico aunque cierto.
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El novelista tiene algo de empresario, o de jefe de área diciéndose a sí mismo: bueno, ponete las pilas, para el fin de esta semana tenés que terminar el segundo capítulo, metele que no terminás más.
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El novelista acumula palabras y frases como si tratara de acumular carga horaria en un trabajo tradicional. Un modo de acumulación capitalista y en cierto modo conservador. Un modo de acumular que funciona en realidad por sustracción. Dos trabajos que se ejecutan de manera consciente, muchas veces lejos de los raptos de inspiración: ya tengo la estructura, ahora invento cosas para meter ahí adentro.
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El momento más feliz en el proceso de escritura de una novela puede no ser aquel en que uno está escribiéndola: puede ser aquel en que, lejos de la máquina, mientras hace cualquier otra cosa, piensa en ideas, palabras o frases y no ve la hora de sentarse a escribirlas, a ir dándole forma a ese nuevo universo que va a meter en el mundo.
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Lo mejor de escribir novelas es que uno, cuando se sienta frente al papel o la pantalla, siempre tiene algo para hacer. O al menos tiene hilos de los cuales tirar para ir ampliando la superficie. Eso es, en rigor, lo mejor y lo peor al mismo tiempo. Una comodidad cautelosa, que no tendría mucho que ver con el espíritu de la creación artística genuina.

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