Ayer tuve que ir a una escribanía del centro a entregar y retirar unos papeles. En la avenida Pueyrredón, al 64 que me llevaba subieron siete chicas extranjeras. Se sentaron alrededor mío en las últimas filas. Tenían entre veinticinco y treinta años y enseguida me di cuenta de su nacionalidad: mezclaban, a veces hasta en una misma frase, palabras en catalán y en un marcado acento español. Una de ellas me preguntó si faltaba mucho para la Plaza de Mayo. Yo le dije que bajaba ahí y le pregunté de dónde eran.
–De España.
–Ahá, no me digás. De qué ciudad quiero decir.
–De Barcelona . . . ¿Por el acento te has dado cuenta, no?
Habían llegado esa mañana a Ezeiza, y durante sus más de tres semanas de estadía en Argentina visitarían, entre otros lugares, "Patagonia", "Iguazú" y "Río Gallegos".
–¿Y tú qué sitios recomiendas de aquí? Nos han hablado de un lugar llamado Asia Cuba, y de la calle Freud, donde dicen que siempre se juntan un montón de psicólogos a hablar con la gente.
–. . .
–Por el Palermo nos han dicho.
–No sé, Villa Freud puede ser, que es una zona del barrio Palermo Viejo, ahora también llamado Palermo Trenque Lauquen.
A la más simpática le pregunté por la lengua en que hablaba en su vida cotidiana.
–Cincuenta y cincuenta –me dijo.
–¿Y en qué idioma pensás?
–Mmhh, no sé … sueño en catalán, pero cuando escribo, aunque escriba en catalán, pienso en español.
Durante el viaje intenté convertirme en un modesto guía turístico: "la estación Once y la Plaza Miserere", "el Congreso de la Nación y la Plaza de los Dos Congresos", "la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo", "Avenida de Mayo, la avenida más española de Buenos Aires", "allá a la izquierda el Obelisco, y vamos por la 9 de Julio, la avenida más ancha del mundo", "y también tenemos la más larga, Rivadavia, la cruzamos en Once", "el patio del Cabildo".
Mientras hablaba, y sobre todo cuando decía cosas como "tenemos la más ancha y la más larga del mundo", yo notaba que, tal vez para no parecerme a quienes se mimetizan con sus interlocutores extranjeros, exageraba mi acento argentino.
–Y dime, ¿la Casa Rosa dónde se encuentra?
–Ahí, y allá la Catedral, y acá ya hay que tocar el timbre, Plaza de Mayo.
Al caminar por la plaza y ver, al fondo de Diagonal Norte, la silueta del Obelisco, yo pensé que, si fuera extranjero, también me interesaría conocer Buenos Aires. Antes de cruzar la calle giré la cabeza; vi cómo las españolas se acercaban a las pintadas de los pañuelos blancos y me pareció escuchar que la menos simpática, señalando mi espalda, hablaba de mí.
4 de enero de 2006
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4 comentarios:
m, sì. se exagera el acento es como q una se da ciertas infulas de vistosidad, cuando la percibe.
yo ayer caminaba x pellegrini y veia las filas de busesturistas, pensaba....ah! toda esta gente vive en trasbordos hoteleros nunca se cruzarà con alguien como yo les señales lugares con onda sinceramente local. pero.....al cabo` q asi lo busquen. (vaya solidaridad al pedo la mia)
Yo a veces sufro cuando pienso en los lugares que caen los pobres turistas que veo caminando por las calles de Buenos Aires. Pero bueno, se ve que estas chicas tuvieron suerte y se toparon con un buen guía...
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