2 de octubre de 2006

"Gente que duerme de día"

(Publicada en el número de agosto de la revista Llegás a Buenos Aires) *

Los estantes vacíos
Ignacio Molina
Entropía
- $ 21

Calificación: HAY QUE LEERLO


Por Pedro Mairal


Los estantes vacíos, el primer libro de cuentos de Ignacio Molina, tiene algo de novela. Las distintas historias están interconectadas, los personajes reaparecen en otros cuentos, vistos desde la mirada de otro. El autor, a su vez, sabe mostrar las relaciones mínimas que hay entre la gente: el que va al kiosco y pide algo, el que le pregunta la hora a un desconocido, el que comenta algo en la calle. Y construye una unidad: todo el libro está hecho de estos cruces entre personas que parecen estar comuni­cadas pero que en realidad no lo están; gente que se conoce apenas "de vista" o "de oídas", gente que dialoga pero que está en su propio mundo, dis­tante. Claro que lo interesante es que esta interconexión entre los cuentos y los per­sonajes no es explícita, sino que el lector tiene que armar su propio rompecabezas.

Los personajes, a pesar de su mutismo emocional, caen bien, quizá porque están respetados en su actitud de "bajo perfil"; no hacen grandes cosas, ni encarnan grandes dramas. Es gente que duerme de día, gente que se des­pierta y no sabe dónde está, gente que se ducha en casas ajenas, gente que se pone a pensar en otra cosa mientras alguien le habla, gente que pide de­livery, gente que va al kiosco a las tres de la mañana.

En "El futuro", por ejemplo, una chica ve en un cartel una publicidad de unas clases de yoga; al otro día, cuando decide volver a fijarse el teléfono, se da cuenta que sobre ese cartel pegaron un anuncio de un taller literario. Entonces anota el número igual y termina yendo al taller literario. No elige su des­tino, se entrega a esa especie de azar: si hubiera visto un anuncio de clases de reiki o de tarot, habría ido a reiki o tarot. Así, los personajes de Molina no pueden planear nada ni pueden ver el futuro. Intentan hacerlo pero la vida los lleva para otro lado. Los rodean asuntos domésticos, a corto plazo. Viven en un presente poblado de recuerdos recientes, cositas que pa­saron ayer, hace una semana. Sus vidas giran en espiral.

Esta forma de la soledad se vuelve manifiesta, casi material, cuando se trata el tema de la ruptura de una pareja. Algo que está en el título mismo, Los estantes vacíos, y que se refiere, precisamente, a ese momento cuando el que se va se lleva sus libros. El autor muestra las consecuencias grandes y las consecuencias mínimas de las separaciones. Los personajes que las sufren están como catatónicos, anestesiados por el dolor de la sepa­ración. Pero lo atractivo es que ese dolor no está explicado, sino que de alguna manera debe ser intuido por el lector. Y es eso, justamente, lo efectivo: quien se hace cargo de las emociones es el que lee, porque los personajes están en piloto automático, flotando en esa vida doméstica. Y pareciera que, a pesar del dolor, la vida sigue: hay que comprar comida, hay que bañarse, hay que hablar con los demás, hay que contestarle a la gente que pregunta la hora por la calle.

Con un estilo donde predomina el "show, not tell" ("mostrar, no explicar"), un estilo que viene de los cuentistas norteamericanos, Molina deja libre nuestra silla de lectores; simplemente no la ocupa, no nos subestima: nos muestra sin explicar, deja que nosotros mismos ocupemos ese lugar y nos demos cuenta de las cosas. Su apuesta es que la profundidad no debe mos­trarla el autor, sino que debe sugerirla para que el lector la encuentre. La poética de Molina parece decir que lo profundo son los hechos que suceden en la superficie.

No hay palabras que suenen extrañas o demasiado literarias o culturosas. El tono natural, a veces incluso informativo, atraviesa todo el libro. Los cuentos son hiper detallistas: hay una gran suma de observa­ciones, de gestos, como pliegues del pensamiento. En “El sistema”, por citar otro relato, un chico pasa a buscar a una chica por primera vez, caminando, y le toca el portero eléctrico. Mientras espera en la vereda, se apoya contra una ca­mioneta, y en un momento piensa: "Ah, pero ahora va a bajar y me va a ver a apoyado en la camioneta y se va a pensar que es mía, y después se va a desilusionar", entonces se aleja de la camioneta. La suma de esas pequeñas actitudes humanas y observaciones acertadas le dan relieve a cada relato y hacen que estos cuentos estén vivos y resulten tan creíbles.



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* En rebeldía con cierto lector calificado de este blog –que está harto de que acá se haga referencia a Los estantes vacíos–, y prometiéndole que intentaré hacerlo cada vez menos, me permití transcribir una reseña más al libro.

11 comentarios:

Loyds dijo...

y ayer salió en la revista de la nación
salu2

Anónimo dijo...

Mirando sin mirar vi lo de La Nación, sinceramente me alegro Molina que su libro siga teniendo la prensa que merece, ahora esperemos que aquellos que aún no lo compraron se decidan a hacerlo, y sobre todo a leerlo. (ud. vio que la gente le da mucha importancia a salir en un medio grande...)
Un saludo

Anónimo dijo...

Gracias por lo de lector calificado, chango. Pero tampoco es que esté harto. Sólo que me parece que el blog es más jugoso cuando posteás otras cosas, esos pequeños relatos biográficos o cuasibiográficos. Las reseñas son para leerlas en donde salen. Un abrazo.

Unknown dijo...

no está mal lo que dice Romero... habría que charlarlo...

Anónimo dijo...

Loyds y Agua: saludos y gracias por la onda de siempre.

Romero y Funes: tomo nota de lo que dicen, ya que ustedes -como editor y como multi blogger- de esto deben saber mucho más que yo.
Igual, me pregunto: afirmar que las reseñas se leen sólo donde salen no es como decir que los goles deben verse sólo en la cancha y no pasarse por televisión? No sé, calculo que la mayoría de los que acá leen esta reseña no la leyeron hace dos meses cuando salió la revista. Está mal darla a conocer?

Por otro lado: tan torturante puede resultar la experiencia de leer una reseña como para creer que NO se puede subir a un blog?

Hasta todos los momentos.

Anónimo dijo...

Molina querido, torturante y harto son palabras que usaste vos, yo sigo insistiendo que me parece más interesante cuando escribís vos en el blog. No digo que esté mal darlas a conocer, sino que particularmente yo prefiero leer otras cosas cuando entro a tu blog, o al de cualquiera. Y lo de las reseñas y los goles es una comparación forzada, en todo caso tendrías que comparar las reseñas con el comentario de los goles o el análisis del desempeño de un jugador en un partido. Precisamente lo que hay que ver una y otra vez son los goles, y lo que hay que leer, son tus cuentos.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Está bueno lo que decís, Richard, como siempre. Y gracias por los elogios.
Pero creo que, a diferencia de los análisis de los partidos, que sólo tienen valor periodístico, no futbolístico, las reseñas sí tienen valor literario en sí mismas.

Anónimo dijo...

El valor literario de una reseña es nulo.
El autobombo es aceptable.
Lo que le dice Romero no está mal.
Lo que les pasa a los narradores jóvenes -o con primerizo libro- es que quieren fama. Y pareciera que ud. no está exento (o excento?). Y se lo discuto a muerte (bueh, tampoco tanto).
A quién le puede interesar sino a ud., sólo a ud., una reseña de Mairal?
Y convengamos que la de LNR dio cuenta de una ininteligible contratapa.
Siga escribiendo que le sale bien, mi amigo. Déjese de boludear con el egotrip de un blog...

Anónimo dijo...

Gracias. Coincido en cuatro cosas de las que decís, pero no discuto las otras porque no firmás.

(¿¿¿"fama" dijiste"???, no me hagas reír...)

marcelo dijo...

Buena reseña. espero poder leerlo pronto (tal vez compra-internet).
Saludos, M.

Mastronardi dijo...

No coincido con la exclusión del valor literario en la reseña. Y no creo que la reseña sólo le importe a Molina. Por algún lado, el peso del autor se hace valer, y la reseña está interesante.
Apenas junte unos pesitos de más estoy comprando el libro.