6 de octubre de 2006

Taxi

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González baja la velocidad frente a una parada de colectivos, pero no ve ningún brazo levantado. A la media cuadra estaciona unos segundos ante un semáforo en rojo, baja al máximo la ventanilla y se pone a hablar con otro taxista que estaciona a su lado y que viene escuchando la misma radio que él. Su colega sube el volumen, y, con un tono cómplice, refiriéndose a la noticia que acaban de escuchar, le dice casi a los gritos: "cadena perpetua le dieron . . . y encima le tenemos que pagar la comida".

Son las nueve y media de la mañana. Aunque el pronóstico del informativo anuncia calor, el asfalto todavía conserva la frescura de la noche. En Santa Fe y Riobamba sube una mujer. Elegante la veterana, piensa González mirándola por el espejito, y, antes de planear el viaje hacia Diagonal Norte y Florida, piensa que debe tener la misma edad que su esposa pero que parece veinte años menor. Hasta la 9 de Julio intenta sacar algún tema de conversación, y antes de quedarse callado le pregunta si fuma. Después se pone un cigarrillo entre los labios, pero en ninguna de las siguientes esquinas se decide a encenderlo.

Pocos minutos más tarde, frente a un edificio de oficinas, la mujer paga con un billete que había sacado de su cartera algunas cuadras atrás, y mientras baja del taxi le hace a González el gesto de que se quede con el vuelto. Como todas las mañanas, el custodio del Banco de al lado la saluda con un movimiento de cabeza. La mujer camina por la alfombra del hall, y, cuando está a punto de entrar al ascensor, al tocarse un antebrazo, cae en la cuenta de que dejó el sobre de papel madera en el asiento del auto. Con un rictus de espanto vuelve apurada a la vereda, todo lo rápido que le permiten los tacos, aun con la certeza de que el taxi ya se perdió en el tráfico de la avenida.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Una historia de amor en ciernes?