28 de febrero de 2007
El factor climático
A una casa de la otra punta de la ciudad entran varias personas: una familia joven o, al menos, una mamá con sus hijos. Cuando de ese lado del cable me piden un minuto y dejan el tubo descolgado, como si fuera un micrófono de ambiente, yo escucho la voz de la nena y, de fondo, la cortina musical de un noticiero. Acá, y aunque el bebé ya está durmiendo en su cuna, el televisor sigue prendido en un canal de dibujos animados. Sólo me doy cuenta de eso cuando me despido y vuelvo a mirar la pantalla. Tengo que entregar un trabajo en menos de media hora, pero todavía me faltan corregir siete páginas y desde hace varios minutos estoy atascado en una misma frase: le doy vueltas, le saco y le agrego comas, la miro desde todos los ángulos, pero no le encuentro la forma ideal. En los comments del último post, con supuesta sorna, un anónimo me pregunta: "¿feliz Molina por llegar al paraíso Ñ?", como si yo le diera al hecho la desmedida trascendencia que en realidad le está dando él. Este fin de semana nos vamos de vacaciones. De movida, cuando empezamos a planearlas, hace alrededor de un mes, descartamos la playa por razones operativas. El cochecito se encallaría en la arena y tanto sol le haría mal al bebé. Acá el ánimo siempre fluctúa, y uno hasta llega a pensar que sólo influye el factor climático: la temperatura, la humedad y la fuerza de los vientos. Los personajes de los dibujitos son una familia de sapos y de ranas: el padre se casa por segunda vez, y su hija se pregunta si él va a seguir queriéndola como antes. Al lugar que vamos fui todos los veranos de mi infancia. Cada año, desde fines de diciembre hasta principios de marzo. Cuando volvía a mi casa, después de tantos meses, sentía que todo era novedoso: los autitos de carrera, la ropa de invierno, los caños de las estufas, la puerta de la cocina, las marcas en el empapelado de mi cuarto. También había otro comment que, aunque por un lado era bastante gracioso, tuve que eliminar. Tras un largo análisis auguraba que "el texto es mediocre y tendrá críticas desfavorables o será, muy seguramente, ignorado" (sic), que "un escritor, si no tiene talento, debe trabajar esforzadamente en los conceptos que pretende tratar", y me aconsejaba que si me interesa "el miedo y la infancia" debería "poner tiempo y trabajo a desentrañar ideas nuevas". Anoche, sentado en el cordón de la vereda, esperé un 168 durante casi media hora. En alguna casa estaban escuchando la radio: un programa de poesía y de música punk a las dos de la mañana. A tres cuadras de ahí seguían hablando y riéndose, y supuse que todavía no habían tirado a la basura los carozos de aceitunas. Dos minutos antes de que pasara el colectivo, el tipo que había llegado a la parada al mismo tiempo que yo subió a un taxi en la esquina. Por la ventanilla, algunas cuadras después –y un instante antes de que el semáforo cambiara de luz–, pude ver sus manos sobre el asiento trasero: en la izquierda sostenía un cigarrillo intacto, y con la derecha alisaba un billete de diez pesos.
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4 comentarios:
Pelotudos y golosinas hay en todos los paises molina, no se extrañe de ningún comentario...
Era para saludar nomás.
Saludo entonces.
Te dejé un comentario en "Miedo a la oscuridad" pero en esta entrada sólo mencionás los comments con mala onda...sigo esperando.
Lourdes.
Hola Lourdes. Gracias por el comment y las felicitaciones. No siempre contesto a todos los comments, pero todos cuenta con mi consideración, sean con buena o con mala onda. Ya te google y te leo. Un beso.
y un abrazo para fran.
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