13 de mayo de 2008

Derecho al autor

Publicado en el Nº 3 de la revista Plural, en la hermosa sección Derecho al autor. Más abajo copio la versión original del texto que escribí. Y en la imagen, el texto retocado según los particulares criterios de algún corrector.

Me llevó casi siete años escribir los relatos de Los estantes vacíos. Al primero de ellos (“Ejército de Salvación”, que paradójicamente es el que cierra el libro) lo compuse en el invierno de 1999. Mi intención era alejarme de la forma del cuento tradicional (introducción-nudo-desenlace), de los finales forzadamente sorpresivos y de las clásicas historias de chico-conoce-chica. Quería trabajar con la cotidianidad pero alejarme del costumbrismo, construir historias realistas pero al mismo tiempo delimitar un universo propio. Escribía con la intención de que los espacios que dejaban vacíos las tramas inconclusas y la indefinición de las relaciones fueran ocupados por el hipotético lector.

Sólo cuando llevaba escritos siete u ocho relatos con el mismo estilo me di cuenta de que tenía entre manos la génesis de un libro de cuentos y no un conjunto de textos dispersos. A partir de entonces esos relatos –y los que fui escribiendo después–, pasaron a formar parte de mi vida: me la pasaba tomando notas, caminaba por la calle tratando de resolver la frase que no me había salido frente a la pantalla, y salía de mi casa con los borradores impresos para seguir pensando en ellos adonde fuera. Sin siquiera imaginar que algún día tendría lectores, fui escribiendo, corrigiendo y dándole forma al libro, de un modo casi obsesivo, hasta sentir que cada palabra había quedado en su justo lugar. La desidia o la apatía que pueden llegar a transmitir los cuentos es producto, entonces, de todo lo contrario. Esto no significa que Los estantes vacíos sea perfecto ni mucho menos, sólo intento aclarar que recién dejé de trabajar en él cuando supe que había alcanzado su límite más alto.

A darle homogeneidad al volumen ayudó el hecho de que algunos personajes fueran saltando de un texto a otro, a veces como protagonistas y otras veces como actores de reparto. El último cuento que escribí –y que le da título al conjunto– comparte situaciones con el primer relato del 99. Al terminarlo sentí que un círculo había empezado a cerrarse, pero sólo cuando el libro salió de la imprenta, a mediados del 2006, sentí que ya estaba construido el universo que había imaginado siete años atrás.

4 comentarios:

Walter Godoy dijo...

Hola, dejo mis atentos saludos!!!!

Anónimo dijo...

Molina escribe muy bien y tiene un plus muy interesante: es muy guapo.

Mariano Cúparo Ortiz dijo...

El otro día, en la librería, vendí un ejemplar (el único que había en la sucursal; ya están en cero) de Los estantes vacíos. Lo festejé internamente como si fuera un gol.

Te está leyendo, más o menos por estos días, un estudiante de Sociología de 21 años (al libro se lo regalaba la madre junto con El Pasado, de Pauls -los dos que le recomendé-).

Favor de usar esos dos pesos que vas a cobrar en una birome para la toma notas de notas del próximo libro.

Jojojo

Martín dijo...

Me parece que vengo influenciado por el señor de la fotito, la pipa y el tablero de abajo, pero cuando llegué al cachetazo a los cuentos con finales sorpresivos, volví a pensar en Abelardo. Muy bueno esto que contás! Abrazo!