Pienso un poco en mi casa. No, nunca tuve una casa.
Pienso un poco en mis hijos. Mis hijos son mi casa
como estas estrellas son la casa
de mis ojos.
Desierta está la Plaza Batallón 40.
Su comandante es este hermoso árbol
que susurra
con los brazos abiertos,
y en la cabeza alta, en las banderas
y en los brazos abiertos
del comandante que perdió su sueño
susurra el aire suave,
el más suave de toda Sudamérica.
Nombre de cuartel tiene la plaza,
pero no es necesario
pasar por una guardia
para sentarse un rato en este banco,
no hay policía militar que pida
los papeles,
la dirección del alma.
Respira a pocos metros
el comandante positivo
y en su pecho susurra el aire suave,
el más suave de toda Sudamérica,
este aire lavado y vuelto a lavar
de amanecer en amanecer,
desde que el país existe,
como un blanco ajustado uniforme
sobre el cuerpo sin sueño
del comandante abierto
como cruz, florecido.
Alguien, algún día,
me contará qué hizo
el Batallón 40
aunque a mí no me importe
saberlo,
aunque hoy me baste
con leer su nombre
pintado con pobreza en una esquina,
me baste con sentir
que el Batallón 40
descansa en esta plaza,
bajo este cielo bajo, muy bajo
y muy oscuro
entre estrella y estrella
que pesa sobre el alma como jaula
vacía de zoológico,
con la puerta entreabierta.
En mi bolsillo, junto a otras llaves,
guardo la llave de una casa
de Buenos Aires
donde mis hijos duermen,
donde también va a amanecer
dentro de poco.
Allá todo era simple.
Se me caía el anillo
de casado del dedo,
salía a la terraza
miraba amanecer.
No sé qué hizo el Batallón 40,
ni me importa saberlo.
Pero junto a este árbol,
bajo este cielo
que perdió a su tigre,
miro con sueño las estrellas,
siento la suave brisa como el alma
de muchos hombres pobres
y borrados
sobre la luz de un monte.
En mi bolsillo guardo la llave
de otros amaneceres tibios
pero sin sueño,
amaneceres para gritar
pero no, porque mis hijos duermen.
Aquí descanso, en el Batallón 40.
24 de noviembre de 2008
Quiero que legalicen la marihuana
para fumarme un porro por la mañana,
cantan golpeando el techo,
sacando los brazos por las ventanillas,
los hinchas de River Plate
que nos secuestraron en el cuarenta y dos
y nos llevan sin escalas hasta Núñez.
Mirá si serán putas las gallinas,
me dice en voz baja al oído
la chica que viaja a mi lado,
y me muestra con disimulo,
bajándose un centímetro la pollera,
el borde de su bombacha azul y oro.
Mirá serán caretas estos pibes
que no pueden quemarse un churro
por fuera de la ley.
cantan golpeando el techo,
sacando los brazos por las ventanillas,
los hinchas de River Plate
que nos secuestraron en el cuarenta y dos
y nos llevan sin escalas hasta Núñez.
Mirá si serán putas las gallinas,
me dice en voz baja al oído
la chica que viaja a mi lado,
y me muestra con disimulo,
bajándose un centímetro la pollera,
el borde de su bombacha azul y oro.
Mirá serán caretas estos pibes
que no pueden quemarse un churro
por fuera de la ley.
19 de noviembre de 2008
Ayer, mientras esperaba al 151 con Fausto en brazos, un adolescente de gorrita y pantalones anchos me preguntó: “¿quiere que lo ayude a sacar el boleto, señor?” Yo le agradecí, le dije que no hacía falta, y enseguida pensé en un post sobre la paranoia que te meten en todos lados con la inseguridad: tranquilamente, en vez de responderle con buena onda, yo podría haber pensado que el flaco me quería robar, que quería hacerse de las monedas para escaparse corriendo. Pensé en esas cosas, y recién ahora que me pongo a escribirlas me doy cuenta de que el pibe me dijo señor. Cómo vas a hablarme así, si somos de la misma, tendría que haberle dicho, sólo nos separan quince años de experiencia y baqueteo.
18 de noviembre de 2008
La placita
Lunes a las siete de la tarde. Mi hijo maneja su auto en la placita y una nena se le acerca y se queda mirándolo fijo. Fausto gira la cabeza y me consulta con la mirada; parece que no sabe cómo reaccionar.
*
Se acaba de ir un contingente de tres mujeres y cinco nenes. También se fue una chica de unos diez años que saltaba a la soga. Ahora, la presencia más destacable es la de un papá con saco y corbata que habla de negocios por celular. “Si me la dejás a ocho lucas verdes la paso a buscar mañana mismo”, dice como apurando al que le habla del otro lado. Por unos segundos, no sé por qué, estoy convencido de que tiene el teléfono apagado y que está actuando para mí.
*
Sentada a la mesita que tengo detrás hay una pareja de adolescentes. Ella tiene el pelo lacio hasta la cintura, teñido de amarillo oro, y pantalones militares. El pibe está totalmente de negro, tiene una mochila con inscripciones en liquid paper, y habla como si no le molestara el flequillo que le cubre el ojo derecho: “la vieja hija de puta me prometió cincuenta pesos y terminó dándome cuarenta, encima yo no le puedo decir nada porque es la mamá de los melli”.
*
Ahora, jugando a la pelota, hay dos nenes con camisetas de fútbol: una del Barcelona de España y otra de la Juventus de Italia. Mi viejo, si estuviera acá, diría que son de San Lorenzo de Almagro y de Liniers de Bahía; es así de localista.
*
¿Cómo dar cuenta de la calidez de la luz sepia del atardecer que se cuela por entre las hojas de ese árbol?
*
Dos mellizos de un año (no deben ser los mellizos de los que hablaba el emo) juegan prolijamente con un balde y una pala en el arenero. Fausto los mira quieto desde la zona de las baldosas, sentado en su autito, como si estuviera presenciando un espectáculo desde la platea preferencial.
*
Cada tanto aparece alguien extraño por la placita, alguien que no es ni papá ni tío ni abuelo y que es mirado de reojo por los demás: un borracho pacífico, una vieja chiflada, un tipo que conversa con sí mismo. Esta vez es un gordo de unos sesenta años que se sienta en uno de los bancos verdes, apoya un paquete de papel madera en el suelo y empieza a desplegarlo. Adentro hay una pila bastante alta de sánguches de miga. Desde acá se nota que están secos y endurecidos. El tipo, que está demasiado abrigado para la época del año, los empieza a comer con la mirada fija en algún punto de la calle. Tiene unos auriculares puestos. Durante unos segundos me convenzo de no transmiten sonidos.
*
Se acaba de ir un contingente de tres mujeres y cinco nenes. También se fue una chica de unos diez años que saltaba a la soga. Ahora, la presencia más destacable es la de un papá con saco y corbata que habla de negocios por celular. “Si me la dejás a ocho lucas verdes la paso a buscar mañana mismo”, dice como apurando al que le habla del otro lado. Por unos segundos, no sé por qué, estoy convencido de que tiene el teléfono apagado y que está actuando para mí.
*
Sentada a la mesita que tengo detrás hay una pareja de adolescentes. Ella tiene el pelo lacio hasta la cintura, teñido de amarillo oro, y pantalones militares. El pibe está totalmente de negro, tiene una mochila con inscripciones en liquid paper, y habla como si no le molestara el flequillo que le cubre el ojo derecho: “la vieja hija de puta me prometió cincuenta pesos y terminó dándome cuarenta, encima yo no le puedo decir nada porque es la mamá de los melli”.
*
Ahora, jugando a la pelota, hay dos nenes con camisetas de fútbol: una del Barcelona de España y otra de la Juventus de Italia. Mi viejo, si estuviera acá, diría que son de San Lorenzo de Almagro y de Liniers de Bahía; es así de localista.
*
¿Cómo dar cuenta de la calidez de la luz sepia del atardecer que se cuela por entre las hojas de ese árbol?
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Dos mellizos de un año (no deben ser los mellizos de los que hablaba el emo) juegan prolijamente con un balde y una pala en el arenero. Fausto los mira quieto desde la zona de las baldosas, sentado en su autito, como si estuviera presenciando un espectáculo desde la platea preferencial.
*
Cada tanto aparece alguien extraño por la placita, alguien que no es ni papá ni tío ni abuelo y que es mirado de reojo por los demás: un borracho pacífico, una vieja chiflada, un tipo que conversa con sí mismo. Esta vez es un gordo de unos sesenta años que se sienta en uno de los bancos verdes, apoya un paquete de papel madera en el suelo y empieza a desplegarlo. Adentro hay una pila bastante alta de sánguches de miga. Desde acá se nota que están secos y endurecidos. El tipo, que está demasiado abrigado para la época del año, los empieza a comer con la mirada fija en algún punto de la calle. Tiene unos auriculares puestos. Durante unos segundos me convenzo de no transmiten sonidos.
17 de noviembre de 2008
"Nueva escritura en Latinoamérica"
El Andariego es una editorial de buenos libros creada y dirigida por Celeste Plaza Roig y Juan Ignacio Calcagno Quijano. Hasta el momento han publicado obras de, entre otros, Rodrigo Rey Rosa, Angel Rama, Elvio Gandolfo y Sergio Ramírez. Y se rumorea que entre las piezas literarias imperdibles que editarán en el 2009 está el libro de El Quinteto de la Muerte. Hace poco estuvimos en la casa de Celeste comiendo los mejores canelones del mundo. Con Juan Ignacio habíamos estado algunas semanas antes, pero no creo que él recuerde muy bien lo que pasó. El sábado que viene van a estar presentando –en un bar que me trae a la memoria los años de ascenso y defunción del progresismo blanco– un libro de Héctor Libertella. Acá abajo, el flyer con los datos.
14 de noviembre de 2008
Bellatin por Entropía
Los que leen meses enteros, se deprimen y aconsejan...
. . . esos son los Anónimos que me gustan:
Anónimo ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Fans del Quinteto...":
la verdad que es deprimente buscar en temátika a ver quien compra tus libros. te conviene mirar un poco a tu alrededor y dejar de llevar a cabo las máximas que vos mismo expones para los escritores primerizos.Cerrá el blog, abandoná el lobby, y sentate a escribir. En una de esas, lo hacés bien.
Anónimo ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Fans del Quinteto...":
la verdad que es deprimente buscar en temátika a ver quien compra tus libros. te conviene mirar un poco a tu alrededor y dejar de llevar a cabo las máximas que vos mismo expones para los escritores primerizos.Cerrá el blog, abandoná el lobby, y sentate a escribir. En una de esas, lo hacés bien.
13 de noviembre de 2008
"La mirada de los otros"
Me gustaba vivir en Bahía Blanca. Cada vez que volvía de pasar las vacaciones de invierno en Buenos Aires o algún fin de semana en Sierra de la Ventana, me alegraba de que fuera ése y no otro el lugar en el que me había tocado nacer. Tengo una imagen grabada: al atardecer de un domingo de octubre, a fines de los ochenta, entramos con mi familia a la avenida Alem por la ruta 3. El aire está templado, las calles laterales están desiertas, sol empieza a caer. En un semáforo rojo, a la altura del Parque de Mayo, miro al tipo que viaja en el auto de al lado: un hombre solo, mordiendo una manzana, al volante de un Citroen despintado. Muchas veces, cuando pienso en Bahía, recuerdo esa sensación de placidez, esa tranquilidad casi somnífera que hace suponer que, de un momento a otro, cualquier cosa puede pasar.
Viví en Bahía hasta meses después de cumplir mis quince años; por lo tanto, la mirada que tengo sobre la ciudad está indisolublemente ligada a la mirada que tengo sobre mi infancia y los primeros años de mi adolescencia. Ese vínculo es fáctico pero también casual: creo que, al igual que yo durante mi niñez y mi pubertad, Bahía es una ciudad que sufre de timidez. Está mirada (personal, subjetiva y, desde ya, totalmente refutable) no implica ninguna valoración negativa. Bahía me sigue encantando cada vez que la visito y noto que, como todo tímido, esconde un enorme potencial inexplorado.
Me resulta difícil escribir sobre un lugar del que me fui hace casi diecisiete años. Me cuesta darme cuenta de cómo transitó la ciudad los nefastos cambios culturales producidos en el país a partir de los primeros años de la década pasada. La Bahía Blanca que yo viví más o menos conscientemente es la de los ochenta y los primeros noventa. Una ciudad que, para mí, se alternaba entre el pretendido linaje del club Palihue y el humilde decoro del club Napostá.
¿Entonces cómo puedo afirmar, pese a la distancia, que Bahía es una ciudad tímida? Hay un caso concreto que puede servir de ejemplo. Bahía es la ciudad que posee la mayor cantidad de jugadores de básquet por habitante de América Latina y de la que salieron las mejores figuras de ese deporte en la historia del país. Sin embargo, en los casi veinticinco años que lleva jugándose la Liga Nacional, no hubo ni un equipo bahiense campeón. Si esto no es una clara muestra de timidez es, por lo menos, la comprobación de que Bahía Blanca es un ente al que le cuesta relacionarse con los demás y que vive replegándose sobre sí mismo, con todo lo bueno y lo malo que eso implica.
(Publicado en la sección "La mirada de los otros" del n°2 de la revista literaria bahiense Esto no es una revista literaria)
Viví en Bahía hasta meses después de cumplir mis quince años; por lo tanto, la mirada que tengo sobre la ciudad está indisolublemente ligada a la mirada que tengo sobre mi infancia y los primeros años de mi adolescencia. Ese vínculo es fáctico pero también casual: creo que, al igual que yo durante mi niñez y mi pubertad, Bahía es una ciudad que sufre de timidez. Está mirada (personal, subjetiva y, desde ya, totalmente refutable) no implica ninguna valoración negativa. Bahía me sigue encantando cada vez que la visito y noto que, como todo tímido, esconde un enorme potencial inexplorado.
Me resulta difícil escribir sobre un lugar del que me fui hace casi diecisiete años. Me cuesta darme cuenta de cómo transitó la ciudad los nefastos cambios culturales producidos en el país a partir de los primeros años de la década pasada. La Bahía Blanca que yo viví más o menos conscientemente es la de los ochenta y los primeros noventa. Una ciudad que, para mí, se alternaba entre el pretendido linaje del club Palihue y el humilde decoro del club Napostá.
¿Entonces cómo puedo afirmar, pese a la distancia, que Bahía es una ciudad tímida? Hay un caso concreto que puede servir de ejemplo. Bahía es la ciudad que posee la mayor cantidad de jugadores de básquet por habitante de América Latina y de la que salieron las mejores figuras de ese deporte en la historia del país. Sin embargo, en los casi veinticinco años que lleva jugándose la Liga Nacional, no hubo ni un equipo bahiense campeón. Si esto no es una clara muestra de timidez es, por lo menos, la comprobación de que Bahía Blanca es un ente al que le cuesta relacionarse con los demás y que vive replegándose sobre sí mismo, con todo lo bueno y lo malo que eso implica.
(Publicado en la sección "La mirada de los otros" del n°2 de la revista literaria bahiense Esto no es una revista literaria)
12 de noviembre de 2008
11 de noviembre de 2008
Fin de semana bahiense
Fausto no paraba de berrear y entonces su papá, Ignacio Molina, pidió que alguien por favor abdujera al bebé. De otra manera no podría seguir leyendo.
(…)
Para coronar la bahiensidad lo pinché un poco a Molina y listo, a la cancha. Funes, que le pone onda como loco, se prendió a ver básquetbol por primera vez. Estudiantes-El Nacional, en vivo y en directo desde la catedral.
(…)
Clickeando acá, el fin de semana de literatura, asado y básquet, por Abel Escudero Zadrayec.
Fotos de AEZ y Funes
Para coronar la bahiensidad lo pinché un poco a Molina y listo, a la cancha. Funes, que le pone onda como loco, se prendió a ver básquetbol por primera vez. Estudiantes-El Nacional, en vivo y en directo desde la catedral.
(…)
Clickeando acá, el fin de semana de literatura, asado y básquet, por Abel Escudero Zadrayec.
Fotos de AEZ y Funes
10 de noviembre de 2008
6 de noviembre de 2008
Advertencia a La Cautiva
"La marcha y término de todas las pasiones intensas,
se realicen o no, es idéntica"
Esteban Echeverría
Había dos paredes de cartón atrás nuestro. El fondo del
departamento nos dejaba solos, a ver si venía el fantasma ese
rubio que dicen vive desde el sesenta
se olvida de la nieve, la nariz,
el desierto federal de nuestros cuerpos
fuertemente volar volar volar,
bajo tierra volar es un descanso
Después que pasé la puerta de cartón vino su lengua a saldar
cuentas con Mañana y con Pasado imperfecto: preví mientras
chupaba su panza que iba a ser inconveniente meter mano,
aferrarse a una baba que perpendicular e indecente me la
quiero beber toda... también señala «se está terminando»
tachar nombres sirve para sacar provincias del mapa
se acuerda de la nieve, la nariz, el desierto federal
de nuestros cuerpos fuertemente volar
bajo cama navegar es un descanso
Los tres tomos de La Voluntad para leer en colectivo, pensé que
recitaba «la justicia revolucionaria fue diferente» desde el
pasamanos, pero no estoy segura si era eso
nuestra Junta se olvida de la nieve,
federal no hay nieve ni desiertos nacionales
Compra cerveza a las tres de la mañana. En pijama. Al mediodía.
Besos de perro en una entrada de cuatro escalones, hacen un
sábado de película argentina. Busca bolsas para repartir y en su
ateísmo sabe rezar. Levanta una mano el cristal del amor, y
baja un pulgar repentino
nunca se viste más allá del azul
todo lo que mi época merece.
se realicen o no, es idéntica"
Esteban Echeverría
Había dos paredes de cartón atrás nuestro. El fondo del
departamento nos dejaba solos, a ver si venía el fantasma ese
rubio que dicen vive desde el sesenta
se olvida de la nieve, la nariz,
el desierto federal de nuestros cuerpos
fuertemente volar volar volar,
bajo tierra volar es un descanso
Después que pasé la puerta de cartón vino su lengua a saldar
cuentas con Mañana y con Pasado imperfecto: preví mientras
chupaba su panza que iba a ser inconveniente meter mano,
aferrarse a una baba que perpendicular e indecente me la
quiero beber toda... también señala «se está terminando»
tachar nombres sirve para sacar provincias del mapa
se acuerda de la nieve, la nariz, el desierto federal
de nuestros cuerpos fuertemente volar
bajo cama navegar es un descanso
Los tres tomos de La Voluntad para leer en colectivo, pensé que
recitaba «la justicia revolucionaria fue diferente» desde el
pasamanos, pero no estoy segura si era eso
nuestra Junta se olvida de la nieve,
federal no hay nieve ni desiertos nacionales
Compra cerveza a las tres de la mañana. En pijama. Al mediodía.
Besos de perro en una entrada de cuatro escalones, hacen un
sábado de película argentina. Busca bolsas para repartir y en su
ateísmo sabe rezar. Levanta una mano el cristal del amor, y
baja un pulgar repentino
nunca se viste más allá del azul
todo lo que mi época merece.
(del libro Las afueras, de Paula Peyseré, editado por Siesta en 2007)
Las afueras
5 de noviembre de 2008
El sábado estaré en la FEA de Bahía
Como ya se dijo, el sábado a las cinco de la tarde voy a estar en Bahía presentando –en el marco de la FEA– Los estantes vacíos y Los domingos son para dormir, el libro de cuentos de Sonia Budassi, ambos editados por Entropía.
No sé cuántos lectores bahienses, y residentes en Bahía, tendrá este blog, pero por las dudas va la dirección de la Casa de la Cultura de la UNS: Alem 925, a sólo una cuadra del estadio Dr. Alejandro Pérez y del gimnasio Hernán Sagasti.
La Feria comienza el viernes a la mañana y termina el sábado a la noche. Clickeando acá se puede leer el cronograma de actividades y el listado de editoriales participantes.
No sé cuántos lectores bahienses, y residentes en Bahía, tendrá este blog, pero por las dudas va la dirección de la Casa de la Cultura de la UNS: Alem 925, a sólo una cuadra del estadio Dr. Alejandro Pérez y del gimnasio Hernán Sagasti.
La Feria comienza el viernes a la mañana y termina el sábado a la noche. Clickeando acá se puede leer el cronograma de actividades y el listado de editoriales participantes.
La Contrarreforma
Salió el Nº 4 de La Contrarreforma, con ensayos y notas varias: Rejtman por Linne, Bruzzone por Terranova, peronismo del Siglo XXI por Vecino, manjar y dulce de leche por Tentoni, Oyola por Soifer y muchas cosas más.
Todo eso, clickeando justo acá.
Todo eso, clickeando justo acá.
4 de noviembre de 2008
Apuntes de ayer
Creo que todos los años se adelanta y se atrasa la hora. Sin embargo, no recuerdo ningún revuelo como el de ahora. En la plaza, un tipo que hamaca a su hijo le dice a otro tipo sentado en un banco: "mirá, ahora serían las siete, qué loco no...". El hijo del tipo se llama Fidel. El único Fidel que conozco nacido después de 1959 es Fidel Nadal. El otro, más viejo, es Fidel Pintos. Me doy vuelta para ver si hay alguna posibilidad de que el tipo haya bautizado a su hijo con ese nombre en homenaje a Castro. Parecería que no, pero nunca se sabe.
*
A la placita le traje a Fausto un balde y una pelota. Yo me traje un cuaderno y una birome para anotar estas cosas. En realidad el plan era tomar notas para la novela. Pero hay días en que estoy menos inspirado que en otros. Aunque no sé si corresponde hablar de inspiración en este caso. Más bien hay que hablar de fuerza, de voluntad, de poder de concentración.
*
Fausto no le da pelota a la pelota. Unos pibes se la piden prestada y se ponen a jugar. A uno, sus amigos le dicen Chinito. Me fijo si tiene los ojos rasgados. No. Tampoco tiene la piel amarilla. Tendrá unos nueve años. Otro de los pibes tiene puesta una camiseta de Boca y un pantaloncito de River. Me hace acordar al ex dt de Las Leonas, el flaco que no me acuerdo cómo se llama y que se emocionaba por todo. Era tan bueno que juraba que era hinca de River y de Boca al mismo tiempo. Hincha fanático de los dos, decía.
*
Al celular todavía no le cambié la hora. Siempre que lo miro tengo que hacer el cálculo. Durante un segundo no sé si debo sumarle o restarle una hora al número que veo en la pantallita. Hoy me tenía que despertar a las siete y veinte, y por hacer mal el cálculo casi termino despertándome tarde.
*
Uno de los pibes cuelga la pelota. En realidad no la cuelga: la patea sin querer por sobre la reja que rodea la placita. Lo primero que hace es mirarme como con pánico a que lo rete. Y ahora sale corriendo hacia la calle. Estoy a punto de gritarle que tenga cuidado, como si fuera el padre; tengo miedo de que lo pise un auto. En tal caso, no podría sacarme la culpa por haber llevado una pelota a sabiendas de que a mi hijo todavía no le gusta patearla. Una vez, en esta esquina, chocó el taxi en el que iba al colegio. Hace, digamos, catorce años. Me había tomado un tacho porque, creo, tenía veinticuatro faltas y media y se me había hecho tarde. En esa época, un taxi desde acá hasta las Barrancas de Belgrano salía unos cinco pesos. ¿Ahora cuánto saldrá? Quince o veinte por abajo de las patas, calculo. Más allá de una ligera conmoción, en el accidente no sufrí más que una lastimadura chiquita por el estallido de la ventanilla. Lo que no recuerdo es que cómo viaje al colegio después.
*
Mi hijo le rompe a otro nene el vasito de papel (creo que se les llama así a los vasitos de cumpleaños, ¿no? Pero nunca entendí por qué. Ese material, estoy casi seguro, no es papel) en el que tomaba Coca Cola. El otro día, en la vereda, le afanó un helado de agua a un nene, casi bebé, que lo iba tomando en su cochecito. La mamá se enojó. Acá, en la placita, la familia del nene mira la escena desde lejos. Son tres mujeres y dos hombres. Están sentados más allá. Toman mate y comen algo. Antes me pareció que comían facturas, pero ahora me doy cuenta de que comen empanadas. A no ser que hayan juntado la merienda y la cena sin solución de continuidad.
*
El padre de Fidel le cuenta a su amigo que todo esto antes era una villa miseria. En el 78 los milicos volaron todo a la mierda, pasaron la topadora, le dice. Toda esta zona y todo lo que ves para allá era villa. El otro le dice que ya sabía, que hace cuatro o cinco años venía caminando para acá y la persona con la que iba tenía un poco de miedo. Se acordaba de la villa, le dice, todavía le daba cagazo andar por acá.
*
Me empieza a dar hambre. Estaba seguro de que en el bolsito tenía uno de esos turrones de cuarenta centavos. Desde que no puedo comer chocolates, esa es una de las compras de kiosco más interesantes que hago. Ya casi lo estaba saboreando, pero enseguida me di cuenta de que no tenía nada. Desilusión profunda. Momentánea pero profunda. No puedo recordar cuándo lo comí. Cada vez que pasa un 39 o un camión del Ceamse, Fausto se saca loco: va corriendo hacia las rejas y lo saluda con las dos manos. También hace sonidos guturales, proyectos de palabras entendidas sólo por él.
*
A la placita le traje a Fausto un balde y una pelota. Yo me traje un cuaderno y una birome para anotar estas cosas. En realidad el plan era tomar notas para la novela. Pero hay días en que estoy menos inspirado que en otros. Aunque no sé si corresponde hablar de inspiración en este caso. Más bien hay que hablar de fuerza, de voluntad, de poder de concentración.
*
Fausto no le da pelota a la pelota. Unos pibes se la piden prestada y se ponen a jugar. A uno, sus amigos le dicen Chinito. Me fijo si tiene los ojos rasgados. No. Tampoco tiene la piel amarilla. Tendrá unos nueve años. Otro de los pibes tiene puesta una camiseta de Boca y un pantaloncito de River. Me hace acordar al ex dt de Las Leonas, el flaco que no me acuerdo cómo se llama y que se emocionaba por todo. Era tan bueno que juraba que era hinca de River y de Boca al mismo tiempo. Hincha fanático de los dos, decía.
*
Al celular todavía no le cambié la hora. Siempre que lo miro tengo que hacer el cálculo. Durante un segundo no sé si debo sumarle o restarle una hora al número que veo en la pantallita. Hoy me tenía que despertar a las siete y veinte, y por hacer mal el cálculo casi termino despertándome tarde.
*
Uno de los pibes cuelga la pelota. En realidad no la cuelga: la patea sin querer por sobre la reja que rodea la placita. Lo primero que hace es mirarme como con pánico a que lo rete. Y ahora sale corriendo hacia la calle. Estoy a punto de gritarle que tenga cuidado, como si fuera el padre; tengo miedo de que lo pise un auto. En tal caso, no podría sacarme la culpa por haber llevado una pelota a sabiendas de que a mi hijo todavía no le gusta patearla. Una vez, en esta esquina, chocó el taxi en el que iba al colegio. Hace, digamos, catorce años. Me había tomado un tacho porque, creo, tenía veinticuatro faltas y media y se me había hecho tarde. En esa época, un taxi desde acá hasta las Barrancas de Belgrano salía unos cinco pesos. ¿Ahora cuánto saldrá? Quince o veinte por abajo de las patas, calculo. Más allá de una ligera conmoción, en el accidente no sufrí más que una lastimadura chiquita por el estallido de la ventanilla. Lo que no recuerdo es que cómo viaje al colegio después.
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Mi hijo le rompe a otro nene el vasito de papel (creo que se les llama así a los vasitos de cumpleaños, ¿no? Pero nunca entendí por qué. Ese material, estoy casi seguro, no es papel) en el que tomaba Coca Cola. El otro día, en la vereda, le afanó un helado de agua a un nene, casi bebé, que lo iba tomando en su cochecito. La mamá se enojó. Acá, en la placita, la familia del nene mira la escena desde lejos. Son tres mujeres y dos hombres. Están sentados más allá. Toman mate y comen algo. Antes me pareció que comían facturas, pero ahora me doy cuenta de que comen empanadas. A no ser que hayan juntado la merienda y la cena sin solución de continuidad.
*
El padre de Fidel le cuenta a su amigo que todo esto antes era una villa miseria. En el 78 los milicos volaron todo a la mierda, pasaron la topadora, le dice. Toda esta zona y todo lo que ves para allá era villa. El otro le dice que ya sabía, que hace cuatro o cinco años venía caminando para acá y la persona con la que iba tenía un poco de miedo. Se acordaba de la villa, le dice, todavía le daba cagazo andar por acá.
*
Me empieza a dar hambre. Estaba seguro de que en el bolsito tenía uno de esos turrones de cuarenta centavos. Desde que no puedo comer chocolates, esa es una de las compras de kiosco más interesantes que hago. Ya casi lo estaba saboreando, pero enseguida me di cuenta de que no tenía nada. Desilusión profunda. Momentánea pero profunda. No puedo recordar cuándo lo comí. Cada vez que pasa un 39 o un camión del Ceamse, Fausto se saca loco: va corriendo hacia las rejas y lo saluda con las dos manos. También hace sonidos guturales, proyectos de palabras entendidas sólo por él.
Mercancías
Cada tanto, como ahora, hay una ola de inseguridad. Aunque en realidad, creo, lo que hay cada tanto es una ola de información sobre la inseguridad. Una ola sustentada en casos reales, es cierto. Casi siempre surgida a raíz del asesinato de una clase de ciudadano que “no debería” ser asesinado. No quiero decir que no existe lo que se llama inseguridad. Ni que ahora no pueda acercárseme un tipo y volarme la cabeza para robarme este cuaderno. Lo que digo es que robos y asesinatos siempre hay, pero que la histeria se desata cada tanto empujada por el periodismo y sus necesidades particulares. Los medios de comunicación funcionan así: hoy es la inseguridad, mañana el secuestro, pasado mañana la ola de calor, la semana que viene una polémica con Maradona, la otra el debate sobre la jubilación, la otra el precio de la lechuga. Y así se van llenando páginas de diarios y revistas y programas de tele. Así como un kioskero necesita despachar golosinas para sobrevivir, un medio de comunicación siempre necesita tener en el tapete un tema vendedor, alarmante, que llame la atención. El día en que los consumidores de esas noticias (es decir, todo el mundo) se den cuenta de que los medios son simples empresas cuya mercancía obligada y urgente es la información, y que esa mercancía no merece más credibilidad que el comentario de una vecina del tipo “no sabes lo linda que estuvo la fiesta de quince de mi sobrina”, las cosas van a ser diferentes.
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